Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(123)



Salió de su escondrijo cuando D'Arn desapareció al doblar la esquina. Disponía de un margen de tiempo muy escaso; era una lástima que no pudiera asfixiarla hasta arrebatarle la vida tal y como había planeado. Dio una palmadita a la jeringuilla llena de rush al uno por ciento y agarró el pomo de la puerta, que giró sin oponer resistencia.

Un segundo más, y adiós a Brenna Shane Kincaid.



Judd corría a toda velocidad en dirección a la guardería, con Hawke a su lado, cuando su teléfono empezó a sonar de forma estruendosa e irregular.

Estaba conectado a la alarma de la puerta de Brenna.

Se detuvo en seco y utilizó todas las técnicas que conocía para centrarse a pesar del número de personas que pasaban por su lado. Un segundo. Dos. Demasiado lento. Ya. Se teletransportó. La puerta de Brenna estaba cerrada. La abrió utilizando sus poderes telequinésicos y lanzó la amplia plancha de plascrete al corredor, casi aplastando a otro soldado de los SnowDancer.

Brenna estaba en el suelo sangrando por un corte en el labio y otro en la mejilla. Judd se dispuso a apresar al agresor y a arrojarle contra la pared, pero ella negó con la cabeza de forma apenas perceptible. El hombre se giró para encararse con él, pero no tuvo oportunidad de hablar. Brenna le lanzó una patada y le estrelló contra el suelo antes de subirse a su espalda y darle un zarpazo con la violencia suficiente para dejar al descubierto trozos de hueso.

El asesino emitió un grito.

Judd le oprimió la garganta usando la telequinesia.

—No tienes derecho a gritar.

Brenna levantó la vista mientras el hombre barbotaba desesperado por respirar.

—Tenías razón… él estaba allí. —Profirió un feroz gru?ido mientras mantenía inmovilizado al hombre—. él fue la razón de que me subiera a la furgoneta. Se ofreció a llevarme. —Agarrando a su atacante del pelo, tiró de su cabeza hacia atrás—. Deja que este cabrón hable.

Judd le soltó consciente de que otros habían llegado a la escena.

—Puedo reventarle la mente, descargar todo cuanto sabe. Claro que, cuando acabe, no será más que un babeante trozo de carne.

El cautivo de Brenna tosió y trató de hablar:

—No. Hablaré.

Brenna le tiró del pelo con más fuerza.

—Pues empieza, Dieter.

No había piedad en ella y Judd lo aprobaba. Aquel hombre había utilizado su posición para aprovecharse de quienes confiaban en él. Judd le recordaba en cuclillas junto al cadáver de Timothy fingiendo ayudar, diciéndoles que la habitación era perfecta si uno quería deshacerse de un cuerpo de manera subrepticia, que el asesino tenía que ser alguien listo.

—Le conocí unos meses antes de que te cogiera. —Tosió—. A Santano Enrique.

Alguien que se encontraba en la entrada bufó, y el sonido se parecía más al de un gato que al de un lobo.

Brenna le clavó las garras en el hombro, ara?ando el hueso. Dieter soltó un chillido clamoroso y estridente que se elevó por encima de la ruidosa alarma de emergencia, pero ella le mantuvo consciente.

—?Me entregaste a él?

—Sí.

Dieter tosió sangre y Judd se dio cuenta de que estaba aplastando los órganos internos del tipo, de modo que se obligó a aflojar. Era la lucha de Brenna.

—?Por qué ? —en su voz estaba plasmado el sentimiento de traición que la embargaba—. Eras amigo de mis hermanos. Eras del clan.

—Fue un acuerdo estrictamente comercial. él me daba rush a un precio muy bajo. Me hizo rico. —Dieter no intentó apelar a la compasión de Brenna, como si supiera que no iba a recibir nada de ella—. Lo único que quería a cambio era un favor de vez en cuando.

—Como recogerme de camino a clase —susurró Brenna con voz quebrada—. Como decirme que me necesitaban en la guarida. ?Y también ha vuelto de la tumba para pedirte que dispararas a Andrew? —Su siguiente movimiento fue tan rápido que Judd casi ni lo vio. Aplastó la cara de Dieter contra el suelo, con la fuerza precisa para provocarle la inconsciencia, pero no la muerte. La alarma dejó de sonar en ese mismo instante.

Brenna se levantó y se limpió la sangre de la boca con el dorso de la mano.

—Elías, Sing-Liu —se dirigió a los dos soldados que se habían detenido ante la puerta—, lleváoslo y encerradlo en una celda.

Judd bloqueó la entrada.

—Yo lo haré.

Brenna profirió un gru?ido.

—Le matarás. Tenemos que saber qué le proporcionó a Enrique.

—Eso puedo conseguirlo. —Judd casi podía saborear la muerte del hombre en los labios.

—Su ejecución le pertenece a la familia de Tim. —Rodeó el cuerpo de Dieter para colocarse frente a él—. Tim murió; yo no.

Sangre por una vida. Vida por vida. Justicia de los cambiantes.

Pero Judd no era un cambiante. El corazón de Dieter palpitaba preso de su control mental. Solo tenía que… Brenna le agarró de la camisa.

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