Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(125)



—Estás bien. —No se trataba de una pregunta porque, incluso magullada, se mantenía firme.

—Tú no. —Brenna sacó un pa?uelo del bolsillo y le frotó suavemente la mandíbula al darse cuenta de que otra vez le sangraba el canal auditivo. La preocupación se a?adió al dolor que reflejaba su mirada, convirtiendo la areola de color azul casi en a?il—. No puedes esperar mucho más.

Tomó el pa?uelo de su mano, terminó de limpiarse y se lo guardó en el bolsillo de los vaqueros.

—No necesitabas mi ayuda.

Brenna esbozó una sonrisa lobuna.

—Sabía que vendrías. Por eso he luchado de esa forma. Sabía que cuando yo me cansara, tú estarías ahí. —Su sonrisa desapareció—. Vete, serénate. Estoy bien.

Judd se marchó, y fue lo más duro que jamás había hecho. El impulso de acabar con la vida de Dieter vibraba en su interior con cada latido de su corazón, como un resonante eco que no entendía de lógica ni de sentido común. Tan solo clamaba justicia. En el estado en que se encontraba, ni siquiera podía actuar de acuerdo con su decisión de romper el Silencio. Estaba demasiado trastornado.

Salió a la zona nevada del perímetro interior e intentó quemar parte de la energía realizando una serie de movimientos de combate cuerpo a cuerpo coreografiados de manera rigurosa. Tuvo que limpiarse de nuevo la sangre de la nariz antes de comenzar. El color era casi negro; la cuenta atrás estaba llegando a las fases finales.

Llevaba casi una hora de sesión cuando Tai salió del bosque, y tuvo que contenerse para no reaccionar con injustificada agresividad. Su control seguía siendo precario, la rabia homicida era como una bestia enjaulada dentro de él.

—?Qué haces aquí?

—Me dirigía a la guarida después de haber estado corriendo. Llevo fuera desde esta ma?ana. —Se pasó la mano por el pelo—. Supongo que no querrás ense?arme algo de lo que estabas haciendo.

—Requiere disciplina —respondió, percatándose de que Tai no estaba al corriente del caos que había imperado en la guarida hacía menos de una hora. Por alguna razón, eso aplacó su cólera—. No puedes luchar por instinto… tienes que pensar antes de reaccionar.

Tai se metió las manos en los bolsillos y encogió los hombros.

—?Crees que no puedo hacerlo?

—Creo que estarías actuando en contra de tu naturaleza, pero eso no es nada malo. Te ense?aré a centrar y a canalizar las habilidades que ya tienes.

Tai esbozó una sonrisa juvenil y presuntuosa.

—Claro, no soy tan malo, ?eh? Te di algunos golpes y eso que eres teniente.

—Cierto.

La sonrisa se esfumó y Tai sacó las manos de los bolsillos.

—Gracias por no delatarme. Por lo de sacar las garras, me refiero.

Judd recordó el consejo de Lara. Se limitó a escuchar.

—Me sentí frustrado y perdí las riendas —reconoció Tai—. Lo siento.

—Vale. —Judd hizo un gesto con la cabeza—. Si quieres aprender algo, sígueme.

Tai se colocó a su lado.

—?Qué tengo que hacer?

—Piensa. Mantente en esta posición. —Le mostró la posición concreta—. Y piensa en lo que tu cuerpo es capaz de hacer, lo que le llevaría al límite, lo que no. Para utilizar una herramienta de forma efectiva, antes debes conocer sus capacidades.

Tai inspiró profundamente.

—?Mi cuerpo como herramienta? Vale, lo pillo. Eso creo.

Por extra?o que pareciera, inculcarle disciplina a Tai ayudó a Judd a controlar su propia oscuridad casi por completo. Cuando Brenna se encontró con él al cabo de unas horas, mientras el día daba paso a la noche, era capaz de pensar con relativa claridad.

—Lo siento —dijo Brenna cuando Tai se marchó, arrebujándose en el grueso abrigo—. Necesitaba estar contigo. Es una estupidez después de haberme mostrado fuerte e inalterable tras el ataque. Debería irme, el que estemos juntos te hace da?o.

—Nunca te disculpes por venir a mí. —Cogió la chaqueta que se había quitado y se la puso—. ?Quieres dar un paseo?

Ella asintió, el labio inferior le tembló por un instante antes de poder controlarse.

—Soy una nenaza. Me sentía bien mientras estaba recogiendo los destrozos, pero en cuanto paré, me puse furiosa. Como si estuviera recogiendo también la ira de todos los demás.

Judd ajustó su paso a la zancada más corta de Brenna mientras paseaban, optando por concentrarse en los aspectos menos profundos de su comentario; ya discutirían lo demás en otro momento.

—Puede que seas una nenaza, pero eres mía. Y me gusta hacer de ni?era.

La carcajada de Brenna fue toda una sorpresa.

—Muy gracioso. Si eso me lo hubiera dicho cualquier otro, ahora mismo estaría intentando esquivar mis garras.

Judd pensó de nuevo en el modo en que D'Arn y Sing-Liu se habían comportado el uno con el otro el día de las maniobras de guerra. Por último, comprendió lo que en aquel entonces le pareció un completo rompecabezas. Pero la similitud era solo superficial. Brenna y él eran distintos en un punto crucial, una diferencia sobre la que se habían esforzado mucho en no hablar: la ausencia de un vínculo de pareja entre ellos.

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