Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(129)
—Algún día lo conseguiremos. ?Cuál es el estado de los cuatro sujetos que quedan?
—Están vivos, aunque turbados.
Shoshanna se puso en pie.
—Ocúpate del asunto.
—Ya lo he hecho. —Henry adoptó la misma postura que su mujer. Sus mentes seguían compenetradas a un nivel que iba más allá de lo normal, pero sin el implante, ese vínculo acabaría desapareciendo—. Di una última orden antes de la extracción de mi implante. Acabarán con sus vidas uno tras otro durante las próximas ocho horas.
—Excelente. —Los demás no sabían lo que era ostentar el verdadero poder sobre la vida y la muerte. De haber sido así, habrían promovido el Implante P en lugar de insistir en que se desarrollara con tanta lentitud—. Eso deja todos los cabos bien atados.
Ahora tenían que asegurarse de que el Consejo no diera marcha atrás a la idea. Tenía que continuar. Shoshanna pretendía convertirse en una reina de verdad, tener las vidas de los demás en la palma de su mano.
El lobo que moraba dentro de Brenna se estaba volviendo loco atrapado en su interior.
—Cielo, por favor.
La cabeza de Judd permanecía inmóvil sobre su regazo mientras Brenna le retiraba el cabello de la frente una y otra vez. Habían pasado tres horas desde que se había replegado dentro de su mente llevándose el dolor de Brenna junto con el suyo. Lo único que le impedía derrumbarse era la certeza de que Judd estaba vivo. Lo sabía en el fondo de su alma. Les unía un vínculo, tanto si alguien podía verlo como si no.
La noche había caído hacía horas, al igual que lo había hecho la temperatura. Los labios de Judd habían empezado a ponérsele azules hacía tres minutos, como si alguna batería interna se hubiese consumido. Todo su ser le gritaba que corriese a buscar ayuda, pero había prometido no dejar que nadie interfiriese. Apretó el teléfono con la mano mientras recorría el cuerpo de Judd con los ojos. Su pecho subía y bajaba. Respiraba. Pero estaba tan frío, tan aterradoramente frío… Más frío que la nieve.
Aquello no estaba bien. Judd era uno más del clan. Debían hacer por él lo que él había hecho un millar de veces por los demás. Apoyarse en el clan no era algo vergonzoso. Salvo que Brenna sabía que Judd era demasiado orgulloso, que estaba demasiado acostumbrado a valerse por sí mismo. Pero no podía verle morir.
—Lo siento, cari?o. —Abrió la solapa del teléfono móvil… y descubrió que no tenía batería.
Lo arrojó y comenzó a registrar a Judd de manera frenética. No había nada. Pero sabía que él siempre llevaba un móvil consigo. Su mente rememoró la imagen de él poniéndose la chaqueta en el claro. Tenía que habérsele caído.
—No.
Se oyó un movimiento en el bosque. El corazón se le salió del pecho, seguido por la calma típica de un depredador. Nadie iba a tocar a Judd. Las garras presionaban contra su piel al tiempo que sus ojos se centraban en la fuente del sonido y todos sus instintos se preparaban para defender a su compa?ero.
El lobo que salió de la espesura era casi invisible contra la nieve, su grueso pelaje plateado y dorado actuaba como camuflaje. Brenna relajó su postura ofensiva, y volcó de nuevo la atención en Judd mientras Hawke adoptaba forma humana y se acercaba para arrodillarse al otro lado de Judd.
—No te has comunicado pidiendo ayuda.
Brenna meneó la cabeza y le miró a los ojos.
—Judd es igualito que tú.
—Joder, eso ya lo sé. Aunque esperaba que tú tuvieses más sentido común —le reprochó con aspereza—. ? Cuánto tiempo lleva así?
—Tres horas.
—?Podemos trasladarle?
—Creo que sí. —Pero no pensaba arriesgarse—. No sé si ha habido algún… da?o. —Da?os cerebrales. Judd era un psi: los psi eran lo que eran sus mentes, y las cosas que surgían de la mente poseían la capacidad de destruirles—. Moverle podría empeorarlo.
Una expresión de absoluto peligro centelleó en los ojos de Hawke.
—El jodido psi es demasiado terco como para morir. Mantenle con vida mientras voy a buscar a Walker y algunas mantas térmicas.
—Ve. —Brenna mantuvo las manos en las mejillas de Judd—. No me moveré de aquí.
Hawke se marchó sin dilación desapareciendo en el bosque como un borrón plateado y dorado. Con su velocidad, la ayuda estaría de camino en media hora. Pero ?qué podría hacer Walker? El no era un médico psi, y aunque lo hubiera sido, ?qué médico podría ver el interior de una mente tan protegida como la de su psi? Sabía que sus escudos eran impenetrables.
—No para ti.
Brenna contuvo el aliento. Se preguntó si el frío comenzaba a afectarle el cerebro.
—?Judd?
—Estoy aquí. He de reparar ciertos da?os antes de recobrar la consciencia por completo.
Aquello sonaba demasiado a Judd como para tratarse de su imaginación.
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