Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(133)
Cinco días de sexo estratosférico con un hombre hambriento podían hacerle eso a una chica.
—Lo que te pasa es que estás celosa. —Brenna entró por la puerta de las oficinas de los DarkRiver.
Lucy puso cara triste.
—Claro que lo estoy. Joder, tu hombre es muy sexy. ?Y te sonríe! Le he visto hacerlo, aunque nadie me crea.
—Lo sé. —Brenna esbozó una sonrisa tan amplia que creyó que se le iban a resquebrajar los labios—. Bueno, ?qué haces aquí?
—Tengo que hablar con Mercy sobre un proyecto holovisivo conjunto. Lo de CTX. —Lucy la miró por encima del hombro después de nombrar la empresa de comunicaciones de leopardos y lobos—. Ahí viene tu guapísimo hombre. Hablamos luego.
Judd le posó la mano en la parte baja de la espalda mientras bajaban al sótano. Tocarla era algo que hacía con frecuencia. Por imposible que pareciera, su sonrisa se ensanchó toda vía más.
—Creo que esta noche deberíamos jugar otra vez a ?quién es más paciente?.
—Vale. —Judd sonaba como un auténtico psi, pero su mano había resbalado para acariciarle la cadera—. ?Te acuerdas de que siempre pierdes?
Perder jamás había sido tan divertido.
—Ya veremos. —Brenna cruzó la puerta del sótano y se encontró con Dorian, sentado ya ante el ordenador—. ?Dónde están Lucas y Hawke? —El alfa de los SnowDancer había llegado antes que ellos.
—En la obra —respondió Dorian refiriéndose a la urbanización conjunta entre psi y cambiantes que estaba siendo dise?ada y los DarkRiver estaban construyendo para Nikita Duncan.
—Creía que los lobos eran socios capitalistas en el proyecto —comentó Judd cuando Brenna tomó asiento al lado de Dorian y se puso a revisar los comandos de programación de la última vez—. Ellos simplemente aportaron la tierra, ?no es así?
Dorian asintió.
—Lucas y Hawke estuvieron hablando y decidieron conseguirse una coartada irrefutable. —Sonrió—. Es difícil acusarlos de planear y organizar este golpe cuando se encontraban reunidos con Nikita en el momento en cuestión.
Por supuesto, pensó Judd, el Consejo sabría a quién echarle la culpa del ataque tecnológico, pero eso era lo que pretendían. Los alfas estaban enviando un mensaje: si nos atacáis, os devolveremos el golpe, y lo haremos donde más duele. Los seis sicarios psi que habían matado a los ciervos del clan de los DawnSky ya habían sido liquidados; esa operación había tenido lugar el mismo día en que Judd obtuvo los nombres. Ahora había llegado el momento de asestar el segundo golpe.
Judd echó un vistazo a su reloj.
—La Bolsa abre dentro de diez segundos.
—Démosles unos minutos… que piensen que todo va bien. —Dorian se apoyó contra el respaldo de su sillón mientras esperaban—. Vale. Se acabó el tiempo. ?Quieres hacer los honores, ni?a?
—Oh, sí. —Frotándose las manos, Brenna colocó el dedo sobre una tecla—. Jamás deberían haber entrado en nuestro territorio ni haberles arrebatado la vida a aquellos que están bajo nuestra protección. —Apretó la tecla—. Nosotros cuidamos de los nuestros.
El Consejo de los Psi convocó una sesión de urgencia unos minutos después del desastre de la Bolsa. Apenas habían dado con el modo de hacerse con la situación cuando otros sistemas comenzaron a fallar de forma sucesiva e imparable. Los bancos y las empresas psi más importantes fueron los peor parados.
No había firma, ni modo de identificar a los responsables del aquel rápido ataque escalonado. Pero ese día Nikita Duncan se había enfrentado a dos pares de ojos de cambiantes alfas. Recibió el mensaje. Y se aseguró de que el resto del Consejo lo valorara.
Por primera vez, nadie discutió con ella. Los da?os eran demasiado extensos; la inteligencia tras el furtivo ataque, demasiado aguda. No cabía la menor duda de que los animales habían ganado aquella escaramuza.
Epílogo
Sucedió durante una desenfrenada sesión amatoria en plena naturaleza que se había vuelto algo más que vigorosa. El invierno había dado paso con lánguida suavidad a la primavera y una suave brisa acariciaba la piel de Brenna. Judd la levantó y la tumbó sobre el suelo. Su aliento surgió de golpe, no porque hubiera utilizado excesiva presión, ya que, por el contrario, su aterrizaje había sido increíblemente delicado. No, había sido porque él lo había hecho sin emplear las manos.
En completa armonía como estaba con el vínculo de pareja, Judd se quedó inmóvil mientras se arrancaba la camisa desnudando su torso esculpido.
—Brenna.
—Estoy bien. Ha sido una sorpresa, eso es todo. —Lo decía en serio. Su compa?ero era un poderoso telequinésico y confiaba en que jamás usaría ese poder para hacerle da?o.
Los ojos de Judd se oscurecieron, pero sonrió acto seguido.
—?Te gustan las sorpresas?
Aquella sonrisa, todavía extra?a, poseía la capacidad de enviar una ráfaga de calor a su entrepierna. Apretó los muslos y asintió. En ese momento se le desabrocharon los pantalones sin que ella hiciera nada y comenzaron a bajársele junto con las braguitas.
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