Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(134)
Brenna no pudo evitar gritar, sobre todo cuando Judd le alzó el trasero para ayudar a despojarla de la ropa. Las prendas salieron volando y aterrizaron sobre las ramas de un árbol cercano.
—Vaya sorpresa. —Su corazón latía desaforado—. Y ahora, ?qué?
Sin responder, Judd la rodeó para detenerse delante de sus pies, contemplando su cuerpo con una descarnada expresión posesiva. Tenía la camisa desabrochada y abierta dejando los pechos al descubierto, la parte inferior del cuerpo desnuda y las rodillas dobladas. Jamás se había sentido tan deliciosamente expuesta.
—Separa los muslos —le ordenó con voz grave y ronca.
Brenna se sonrojó ante lo que le estaba pidiendo que hiciera pero, aunque titubeó, unas manos invisibles comenzaron a separárselos. Pese a estar sorprendida, no luchó porque aquellas manos eran como las del hombre que la observaba…, que la observaba como si ella fuera un festín que estuviera esperando saborear. Luego aquellos dedos se deslizaron hasta sus rizos y se detuvieron.
Judd clavó en los suyos esos peligrosos ojos de psi.
—Quiero abrirte.
Brenna era consciente de que al elegir a Judd estaba escogiendo a un hombre dominante. Su intensidad no la asustaba. Más bien provocaba una necesidad erótica en todo su cuerpo, endureciendo las cimas ya erectas de sus pechos y humedeciendo su centro femenino. Pero lo que la seducía hasta llevarla a la completa sumisión era que, aun estando increíblemente excitado, se había detenido para comprobar cómo estaba sobrellevando aquel progreso de su vida sexual, la integración total de su telequinesia en lo que los dos eran juntos.
—Hazlo —susurró Brenna, con la voz tan pastosa que tuvo que forzarla.
Aquellos dedos invisibles separaron sus labios íntimos dejándola expuesta al aire… a su mirada. Un dedo fantasma se hundió en ella entrando un par de centímetros antes de cubrir con sus jugos el duro botón que había dejado al descubierto.
—?Judd! —Cuando fue capaz de respirar de nuevo, alzó la mirada y descubrió que por fin él se había desabrochado los pantalones liberando su erección.
—Lo deseo. —Una desvergonzada declaración sexual que podía hacer solo porque se trataba de su compa?ero.
Judd se agarró el miembro con una mano.
—?El qué? ?Esto?
Brenna no daba crédito.
—?Vas a provocarme?
Los dos podían jugar al mismo juego, a pesar de que Judd fuera, innegablemente, el más diestro. Deslizó una mano por su propio cuerpo e introdujo los dedos en su calor dándose placer a sí misma de manera perezosa, en tanto que utilizaba los de la otra mano para acariciarse los pechos y pellizcarse los pezones.
Judd siguió con los ojos las acciones de las manos de Brenna, moviendo la suya sobre su rígida carne con inconsciente sincronía. Aquella visión hizo que a ella se le encogiera el estómago, hizo que deseara ir más rápido para llegar al límite. Pero estaba decidida a ser ella quien le sedujera esta vez.
Retiró los dedos del interior de su cuerpo exhalando un gemido… y se los ofreció a él.
—?Te apetece probar?
Las ramas de los árboles que se alzaban sobre ella se agitaron con una brisa que no podía sentir, las hojas nuevas de la primavera volaban en todas direcciones. Judd. él estaba haciendo que sucediera, liberando su férreo control. En lugar de miedo, Brenna sintió un júbilo absoluto. Y cuando él se arrodilló entre sus piernas separadas, lo único que podía ver eran las brasas de un deseo muy masculino en sus ojos. Judd tomó sus dedos húmedos y los condujo de nuevo hacia su sexo.
—Tócate —le ordenó con voz ronca—. Muéstrame lo que te gusta.
—Ya sabes lo que me gusta —le dijo, pero hizo lo que le pedía.
Judd colocó las manos sobre sus rodillas dobladas y le abrió aún más las piernas, como si quisiera tener una mejor vista. El desvergonzado deseo de Judd la tenía tan cautivada en su hechizo sexual que apenas fue consciente de los estrepitosos movimientos de las ramas de los árboles, la vertiginosa velocidad de las hojas girando alrededor de ellos. Sentía un ardor febril en todo el cuerpo. Deseaba algo más grueso y más duro que sus dedos entrando y saliendo del calor de su sexo.
Sin previo aviso, Judd le retiró la mano y se hizo cargo de la tarea. Sus embates eran más profundos, más bruscos que los de ella y la hicieron sollozar con increíble placer. Deseó rodearle con las piernas, pero una de sus manos permanecía sobre su rodilla diciéndole que la quería bien abierta para él. De modo que mantuvo los pies en la tierra.
—Bien. —Deslizó la mano por la cara interna de su muslo para aferrarla con firmeza de la cadera mientras ella se retorcía bajo la fuerza de sus implacables acometidas. Todo pensamiento de tomar el control desapareció de su cabeza, pero no importaba, porque en aquel juego sensual la rendición era la más dulce de las victorias.
El climax le llamaba prometiéndole una ardiente y vertiginosa combinación de placer y dolor que atravesaría su cuerpo como un relámpago y convertiría su mente en pura fiebre durante prolongados y deliciosos momentos. Contuvo el aliento a la expectativa. Una caricia más y…
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