Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(119)



—Brenna, ?qué sucedió el día que Enrique te secuestró?

—?Por qué me preguntas eso? —espetó—. Sabes que no lo recuerdo.

—?Por qué no? Recuerdas todo lo demás. —Cada corte, cada golpe, cada sufrimiento.

—Un shock. —Se rodeó a sí misma con los brazos—. Eso es lo que dijeron las sanadoras.

—Tu clan encontró pruebas de la presencia de una furgoneta desconocida en la zona en aquel momento.

—Enrique debió de dejarme inconsciente de algún modo. —Su ce?o recordó a Judd que habían discutido el tema numerosas veces—. Jamás me habría montado en una furgoneta con un desconocido.

—No, no lo habrías hecho.

—Entonces, ?por qué…? —El horror se apoderó de su rostro—. No —susurró meciéndose hacia delante y hacia atrás—. No, estás equivocado.

Judd deseaba estarlo si con ello conseguía borrar aquella expresión de la cara de Brenna. La primera vez que sacó el tema a colación le había cegado la lealtad de Brenna hacia el clan, y aunque ahora tampoco tenía el más mínimo indicio que respaldase su teoría, sí tenía instinto. Los detalles del secuestro eran lo único que Brenna, y solo Brenna, conocía.

Aquello tenía mucho más sentido que el que quisieran liquidarla por lo que había dicho sobre el asesinato de Tim. Brenna se encontraba en un estado de conmoción en aquel momento, y un lobo listo podría haber restado credibilidad a cualquier cosa que ella afirmara haber visto. Pero con Brenna muerta, nadie podría demostrar lo que Judd sospechaba: que un lobo, un miembro del clan, la había traicionado y se la había vendido a Enrique… para que fuera masacrada como si fuese un trozo de carne.

Nikita cargó en un ordenador de su ático el cristal de datos que había recibido aquella ma?ana. El cristal contenía un archivo por el que había pagado una suma desorbitada. Su contacto lo había considerado una peque?a compensación por arriesgar su vida y su cordura. A Nikita no le había quedado más remedio que aceptar. El don secreto de Kaleb, que según se rumoreaba consistía en provocar la locura permanente, hacía que incluso aquellos con mayor experiencia se pensasen las cosas dos veces.

El archivo terminó de descargarse. Tenía varias páginas y llevaba impreso el sello del centro de adiestramiento en que Kaleb había sido internado a los tres a?os, momento en que empezó a dar muestras de su considerable poder telequinésico. Como era habitual, el historial juvenil había sido sellado cuando Kaleb cumplió la mayoría de edad, motivo por el que había tenido tantas dificultades para conseguirlo… y por el que había ignorado el nombre del instructor de Kaleb: Santano Enrique.

Se guardó aquella inesperada información y prosiguió con la lectura del documento desplazando el texto hacia abajo. Pronto comenzó a reparar en las curiosas lagunas que aparecían en el archivo. Observó un informe continuado de sus progresos hasta los siete a?os y cuatro meses, pero la siguiente entrada no aparecía hasta los siete a?os y siete meses. ?Qué había estado haciendo Kaleb durante aquel intervalo de tres meses? La misma pauta se repetía una y otra vez. Las lagunas eran muy irregulares. Los informes de adiestramiento tenían que mantenerse actualizados de forma rigurosa.

Empezó de nuevo por el principio y se percató al instante de un segundo patrón oculto dentro del primero. Cada laguna del informe tenía lugar una semana después del día en que Kaleb había tenido una sesión de entrenamiento personal con Enrique. Tratándose de cualquier otro instructor, habría resultado preocupante, pero no un problema en general.

Sin embargo, Santano Enrique no había sido un cardinal normal y corriente. Fue un sociópata excepcionalmente funcional, uno de esa peque?a minoría cuyos aberrantes patrones cerebrales habían obtenido carta blanca gracias al Silencio. Enrique eludió todos los procedimientos impuestos para detectar esas mentes anómalas y se convirtió en miembro del Consejo. Y, al parecer, Kaleb había sido algo más que otro estudiante de Enrique. Había sido su protegido.

El reciente montón de informes irregulares de la MentalNet, sobre todo en relación con el asesino en serie desconocido, cobraba una nueva relevancia a la luz de esa información. La última vez que habían tenido semejantes problemas, la MentalNet estaba bajo el control de Enrique.

Volviendo al archivo, Nikita vio que el gráfico de energía de Kaleb también había sido poco habitual. La mayoría de cardinales mantenían una progresión regular y predecible que iba de la insubordinación y la inestabilidad hasta llegar al control absoluto. Sascha, su hija, era harina de otro costal. Habría sido mucho más fácil para Nikita interrumpir el embarazo en cuanto los test in vitro mostraron una presencia casi segura de la designación ?e? en el feto. De hecho, eso era lo que el Consejo había ordenado que se hiciera durante los primeros a?os del Silencio. La habilidad de los psi-e para sanar las heridas emocionales se había considerado superflua en una raza que carecía de emociones.

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