Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(106)
—?Brenna? —le dijo contra sus labios.
Ella abrió los ojos, resplandecientes y extraordinariamente hermosos.
—Entra en mí ahora. Te necesito.
Aquella simple petición mandó todos sus planes al garete.
—Tengo miedo de hacerte da?o. —No físico, sino mental y psíquico.
Brenna le empujó de los hombros.
—Quiero cambiar de posición.
Judd entendió lo que le pedía, de modo que apartó los dedos de su interior haciéndola gemir y se bajó de encima para tumbarse de espaldas. Ceder el control le resultaba difícil, pero confiaba en Brenna como jamás había confiado en nadie. Ella se incorporó para sentarse a horcajadas sobre él dejándole sin habla mientras la contemplaba en toda su orgullosa y femenina belleza. Se deleitó de aquella sensación, consciente de que tendría que separarse de ella en cuanto su energía se hubiera regenerado.
Sin apartar los ojos de ella en ningún momento, tuvo que apretar los dientes y aferrarse a los barrotes del cabecero al notar que sus esbeltos dedos rodeaban la dolorosa longitud de su erección. La mezcla de emociones que se reflejaba en su rostro era pura seducción: placer, sorpresa, deseo voraz.
—Tienes razón —susurró Brenna examinando su carne inflamada con aquellos centelleantes ojos—. Voy a sentir cómo entras en mí centímetro a centímetro. —Se movió hasta colocarse en la posición exacta y a continuación se sirvió de la mano para guiar la cabeza de su miembro dentro de ella antes de soltarle.
Judd se quedó sin aliento durante unos segundos cuando el placer se propagó del extremo de su sexo a todo su cuerpo. Hasta ese momento no se había dado cuenta de la enloquecedora sensibilidad de aquel manojo de terminaciones nerviosas… ?Cómo podía su gente haber renunciado a una avalancha de sensaciones tan increíble? Cuando abrió los ojos, que no había sido consciente de haber cerrado, encontró a Brenna alzada de rodillas encima de él, con la cabeza echada hacia atrás.
—Mírame.
Ella obedeció, con un estremecimiento que Judd sintió en todo su ser, al tiempo que extendía los brazos hacia él. Judd levantó las manos y las entrelazó con las de ella. Brenna apretó con fuerza, su cuerpo comenzó a descender acogiéndole en su interior lentamente, centímetro a centímetro. Mantuvo el contacto visual, y la intimidad era tan intensa que Judd supo que si la disonancia hubiera estado operativa, le habría matado.
Brenna se detuvo de repente con la respiración agitada.
—Me llenas tanto que no puedo soportarlo. —Entonces gru?ó y se movió de nuevo—. ?Santo Dios! Judd también estaba a punto de suplicar clemencia, pues se estaba quemando en su calor abrasador, inmerso en una hoguera sensorial más intensa que nada que hubiera sentido jamás. La aferró con fuerza, pero ella no se quejó. Todo lo contrario, inspiró hondo, apretó los dedos y se hundió en su erección tomándole dentro por entero.
Le invadió una sensación mezcla de placer y dolor absolutos.
Arqueó la espalda mientras luchaba por conservar la consciencia en medio de aquella sobrecarga. Tratándose de una Flecha entrenada para resistirse a toda costa a las emociones, sentir a un nivel tan profundo era como verse arrojado a una peligrosa hoguera.
Fue el contacto de Brenna lo que le apartó del abismo; ella le rodeaba con una seductora combinación de grácil necesidad femenina y hambre. Abrió los ojos y la halló inmóvil sobre él.
—?Qué sucede? —Su voz era ronca, como si hubiera estado gritando.
—Me estoy acostumbrando a ti. —Brenna cerró los ojos cuando se inclinó estirando los brazos hasta que las manos de Judd quedaron apoyadas a ambos lados de su cabeza—. Tú… —Le rozó los labios con los suyos— me colmas por completo.
Judd profirió un gru?ido mientras se esforzaba por no incorporarse y tomar el control. Que Brenna hubiera aceptado la intrusión de su cuerpo era más que suficiente. Por esta vez. Porque tenía muy claro que iban a repetirlo, daba igual lo que tuviera que hacer para forzar otro colapso.
Ella le besó de nuevo y, en esta ocasión, lo hizo de forma salvaje, feroz… apasionada.
—Muévete dentro de mí —le susurró. Luego le soltó las manos y colocó las palmas sobre su torso.
Judd era incapaz de articular palabra, de modo que se limitó a asirla de las caderas y acompasar los movimientos de Brenna con su cuerpo. Todos los conocimientos sacados de sus investigaciones se esfumaron de su cerebro; lo que le guiaba era un instinto más antiguo que el propio tiempo y una vehemente ternura hacia su amante.
Al principio mantuvo una cadencia pausada, dejando que ella se acostumbrara a tenerle dentro mientras él se ahogaba en el enloquecedor éxtasis de su contacto. Luego Brenna empezó a imponer un ritmo más rápido y Judd respondió arremetiendo con fuerza, elevando el cuerpo cuando el de ella descendía.
Brenna profirió un grito a la vez que le clavaba los dedos en el pecho y le cabalgaba de forma salvaje y desinhibida.
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