La noche del jaguar (Psy-Changeling #2)(42)



En cuanto llegó a su dormitorio, se despojó del vestido mientras se tomaba una barrita energética, luego se dio una ducha rápida antes de ponerse unos pantalones de pijama de algodón y una camiseta de tirantes. Una vez lista, se sentó en la cama adoptando la clásica posición de yoga con las piernas cruzadas y comenzó a calmar los canales de su mente preparándose para entrar en la PsiNet.

No era necesario encontrarse en ese estado; los psi entraban y salían de la red a voluntad. La diferencia era que Faith no estaba acostumbrada a abrirse a tan vasto archivo de información. Incluso en su última incursión, se había mantenido alejada de las áreas de información más suculentas y, por tanto, más caóticas. Pero estaba harta de ser un robot condicionado perfecto; no dejaría que las respuestas programadas al estrés la mantuvieran prisionera.

?Y bien, ?qué otras reacciones fisiológicas experimentabas??

La voz socarrona de Vaughn surgió en su mente y amenazó con arruinar los frutos de la meditación. Se dijo a sí misma que debía olvidar el olor de su piel, el intenso calor del cuerpo del jaguar cuando se rozó contra sus piernas, la caricia de sus labios.

—Céntrate —farfulló, y comenzó a recitar la serie de empresas que figuraba en su lista de pendientes. Tardó veinte minutos en completarla y al terminar, su mente quedó en total calma.

Abrió el ojo de su mente y se aventuró en el archivo de datos mayor y más actualizado del mundo, dispuesta a buscar información sobre los psi-c, sobre sí misma. Pero, a pesar de su concentración, ese día la red no le deparó nada. Sus habilidades de clarividente percibieron algo soterrado, pero no tenía modo de saber si se trataba o no de un eco o de una premonición.

Horas más tarde, renunció a la infructuosa búsqueda, absteniéndose de tomar otra barrita nutritiva o un tazón de sopa, y se acurrucó bajo la fina manta de su cama. Por lo general, cuando se encontraba tan agotada mentalmente, no tenía visiones o, en todo caso, no era consciente de ellas. Pero la oscuridad no había quedado satisfecha la última vez que la había invadido.

Ahora iba a hacerle pagar por ello.

Vaughn completó su turno de vigilancia en la extensa frontera y se reunió con su sustituto, Dorian. El leopardo latente se encontraba en forma humana, ya que carecía de la capacidad para transformarse. Aquello no hacía que fuera menos capaz o letal pues, de lo contrario, jamás habría alcanzado el rango de centinela.

Al igual que todos, la lealtad de Dorian era inquebrantable. Jamás podrían tentar a un centinela para que cometiese traición. Pero tentarle para que hiciese alguna otra cosa era algo muy diferente.

—?Conoces los cuadrantes?

Dorian asintió al tiempo que se colgaba un rifle a la espalda. Era su única arma visible.

—?Algún problema?

—Algunos de los jóvenes lobos están jugando a cazar en el cuadrante este.

—?Puedo dispararles?

—Ahora somos amigos. —De hecho, los dos clanes tenían un juramento de sangre. Pero dado que solo hacía unos meses que Lucas y Hawke, el alfa de los SnowDancer, habían forjado ese vínculo, a los clanes les estaba llevando tiempo adaptarse—. No los uses como diana de prácticas.

Dorian esbozó una sonrisa feroz.

—Prometo que no dispararé a matar.

—No me cabe duda de que Lucas y Hawke te lo agradecerán.

Tras poner al centinela de menor edad al día de los demás movimientos en el cuadrante, adoptó de nuevo la forma de jaguar y se marchó.

Debería haberse dirigido a su propia guarida para dormir unas horas, pues su cuerpo le había mantenido en vela la mayor parte de la noche. Cuando se quedaba dormido se despertaba a causa de unos vívidos sue?os, más que dispuesto a rendirse y hundirse en el cuerpo de una mujer en concreto.

De haber creído que ese deseo podría satisfacerlo con otra, no habría tenido problemas para encontrar una amante complaciente. Para los leopardos él era un jaguar, pero eso no había impedido que las mujeres del clan de los DarkRiver siempre le hubieran considerado un compa?ero sexual más que satisfactorio. Y esas mujeres no eran de las que vacilarían en hacérselo saber si no estaba a la altura.

No obstante, no corrió en dirección a una de esas mujeres bien dispuestas, sino hacia una psi que podría sufrir un ataque a causa de la furia que él albergaba. Eso era inadmisible para cualquiera de sus dos mitades. La había marcado y la haría suya, aunque para ello tuviese que convencerla poco a poco, beso a beso. A los gatos se les daba bien engatusar. Tan solo era un aspecto más sensual de su juego predilecto: acechar a su víctima.

El jaguar cubrió la distancia que separaba su zona de vigilancia de la casa de Faith con la confianza y eficiencia fruto que le otorgaba ser el animal más peligroso del bosque. Pero esa noche no tenía interés en las criaturas peque?as que corrían a ampararse en las sombras cuando le oían aproximarse.

Porque esa noche andaba a la caza del placer.

El instinto de Faith la impulsaba a luchar contra las voraces acometidas de la oscuridad, pero tal y como había averiguado en las semanas previas al asesinato de Marine, cuanto más luchara, mayor sería la fuerza con que se aferraría a ella. De modo que dejó que la oscuridad —que él— la engullera y la introdujera en su mundo.

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