La noche del jaguar (Psy-Changeling #2)(40)



Una vez llegó al núcleo del lugar, atravesó el salón en dirección a su dormitorio, donde adoptó de nuevo la forma humana. Desnudo, se desperezó antes de meterse en la ducha, la cual parecía ser una cascada que brotaba de la pared de piedra. Había pasado horas creando esa ilusión porque su bestia no se sentía feliz en ningún lugar que pareciera demasiado humano, civilizado en exceso.

Pero tanto hombre como jaguar disfrutaban de las sensaciones y del placer. Y del agua. De modo que su casa tenía una cascada, así como suntuosas alfombras que había reunido a?o tras a?o, sobre las que ni sus pies ni sus patas hacían ruido alguno. De las paredes colgaban tapices hechos a mano, más magníficos que los que se exponían en muchos museos. No eran meros objetos decorativos, sino que servían para retener el calor en invierno, cuando utilizaba generadores ecológicos para calentar el agua del magnífico sistema de tuberías que recorría su hogar. El calor resultaba especialmente útil en las ocasiones en que pasaba la noche entera trabajando en alguna pieza que requería un excesivo contacto con cinceles fríos y aristas.

Las butacas eran cómodas, la cama lo bastante grande para repantigarse en ella, y más que suficiente para entretener a una amante por muy lleno de energía que se sintiera. Pero nunca antes había llevado a una mujer allí. Sin embargo ese día podía imaginarse los almohadones cubiertos por un oscuro cabello rojo y unas cremosas extremidades sobre la gruesa manta. Faith parecería una joya exótica tendida sobre una cama engalanada con rico terciopelo negro.

Un gru?ido se abrió paso por su garganta cuando sintió que se excitaba con una intensidad que no había experimentado en su vida. Podría haberse aliviado él mismo, pero no quería hacerlo. Deseaba a la psi cuyo aroma aún podía oler sobre su piel. El hombre aconsejaba cautela, le decía que esperase a estar seguro de que ella no estaba jugando con su mente, que no era una espía enviada por el Consejo para debilitar a los DarkRiver desde dentro; pero el gato se regía por el instinto, y este le decía que Faith era suya.

Como sucedía con la gran mayoría de los cambiantes, era la parte humana la que se había impuesto. Pero la parte animal de Vaughn era más fuerte que en los demás. Salió de debajo de la cascada y respiró hondo. El aire debería olerle a tierra y a bosque, pero en cambio se percibía en él cierto aroma a pasión y a mujer.

Se apartó el pelo de los ojos, y se quedó allí de pie considerando cuál iba a ser su siguiente paso. Faith había recorrido un largo camino desde su primer encuentro. Podía soportar cierto contacto, el breve beso que le había dado no la había dejado inconsciente. Había reaccionado a su desnudez, pero del mismo modo que lo haría cualquier otra mujer. Sonrió al recordarlo. Faith no era fría, por mucho que ella intentara fingir lo contrario.

Pero, a pesar de todo eso, a Faith le quedaba un largo camino por recorrer antes de aceptar la clase de contacto físico que él ansiaba. Deseaba lamerla de la cabeza a los pies, demorándose en todas esas suaves zonas femeninas que le atraían como si fueran una droga. Sin embargo, en cuanto le pidiera más de lo que su mente era capaz de sobrellevar, podría perderla. Y eso era inaceptable. Así pues, ?dónde le dejaba eso?

—Paso a paso —murmuró entre dientes, con el cuerpo tenso, expectante.

Faith NightStar estaba a punto de ser perseguida y cazada. No tenía intención de hacerle da?o y sí de echar abajo las paredes sensuales que los separaban. Cuando hubiera terminado, Faith sería esclava de los deseos de su cuerpo y todo su ser le llamaría a gritos.

Aquello requeriría paciencia, pero Vaughn estaba acostumbrado a acechar a su presa sin descanso durante horas, días… semanas.





10


Faith se sorprendió haciendo algo inexplicable al día siguiente. En lugar de emplear su tiempo en reforzar los escudos que sin duda estaban fallando, no dejó de pensar en el tacto de la piel de Vaughn bajo sus dedos, tan caliente, tan diferente a la suya. Absorta en el recuerdo, se acarició la parte superior del brazo con las yemas de los dedos. Por primera vez consideró su cuerpo como algo sensual y no funcional.

Se escuchó el sonido de una discreta alarma.

Poseyendo aún la disciplina necesaria para no dejar entrever su sorpresa, apagó la alarma. Era la una del mediodía, bien pasada la hora en que debería haber comenzado a trabajar. Tras una rápida pero exhaustiva revisión de sus escudos, que resultaron no estar comprometidos, salió y se reclinó en el sillón. Las funciones monitorizadas se conectaron con un zumbido que debía ser imperceptible para el oído humano, pero que ella siempre había escuchado con algún extra?o sentido arraigado en lo más profundo de su ser.

Al cabo de unos segundos, la voz del psi-m que supervisaba la sesión fluyó del peque?o comunicador incorporado en el brazo del sillón. No había imagen porque, de ni?a, no habían deseado que pudiera distraerse al ver un rostro, y ella en ningún momento había pedido que eso cambiara. Pero no se enga?aba creyendo que no podían verla.

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