La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(12)
No se percató de que se le había quedado mirando hasta que él enarcó una ceja.
—Aceptamos sus demandas si ellos aceptan ser un socio capitalista —dijo esforzándose por no sonrojarse—. Y eso significa que no se sepa nada de ellos.
Lucas retiró la mano de la nuca y se llevó el teléfono a la oreja.
—Aceptan… Haré un borrador del contrato. —Cerró el peque?o comunicador plano.
—No pensamos olvidar que tienes que vender todas las viviendas para recibir ese último millón.
Había algo claramente petulante en la sonrisa perezosa que se dibujó en los labios de él.
—No hay problema, encanto.
Cuando se disponían a montar de nuevo en el coche, Sascha se percató de que era el primer acuerdo comercial entre cambiantes y psi al cincuenta por ciento del que tenía conocimiento. Eso no le molestaba, el instinto le decía que iban a salir muy bien parados.
La lástima era que mencionar la palabra ?instinto? la haría beneficiaría de una lobotomía química.
Lucas se sentía totalmente frustrado. Sascha no solo se negaba a revelarle algo útil, sino que continuaba captando peque?as peculiaridades de los cambiantes que ningún psi debería ser capaz de percibir. Peor aún, estaba teniendo que combatir el impulso de informarla en vez de estar interrogándola sutilmente para obtener respuestas.
—?Qué te parece esto? —Lucas le mostró otro párrafo del contrato propuesto.
Se encontraban sentados en su despacho en el último piso del edificio de oficinas de los DarkRiver. Le había buscado a Sascha un despacho justo al lado del suyo. Era la situación perfecta… si conseguía que hablase.
Ella examinó el documento y lo deslizó de nuevo hacia él sobre la oscura madera de la mesa.
—Si cambias ese ?a? por un ?en?, me parece perfecto.
Lucas reflexionó sobre el cambio.
—De acuerdo. Los SnowDancer no van a discutir contigo por esto.
—?Pero lucharán conmigo?
—No si el contrato es justo. —Se preguntó si un psi entendía siquiera el significado de ?integridad?—. Ellos confían en mí y yo les diré la verdad. De modo que, siempre que no intentes nada turbio, mantendrán su palabra.
—?Se puede confiar en la palabra de un cambiante?
—Seguramente más que en la de un psi.
Apretó los dientes solo de pensar en que los psi, que se creían superiores a nivel moral, aseveraban no sentir ira ni violencia, cuando cada vez estaba más claro que era falso.
—Tienes razón. En mi mundo el enga?o sutil está considerado una eficaz herramienta para negociar.
Lucas se quedó muy sorprendido al ver que ella reconocía su argumento.
—?Solo cuando es sutil?
—Quizá algunos lo lleven demasiado lejos.
La serenidad de aquella mujer hacía que desease poner fin al espacio que los separaba y acariciar su cuerpo. Tal vez el contacto físico lograra lo que no conseguían las palabras.
—?Quién se encarga de castigar a aquellos que se extralimitan?
—El Consejo. —Su respuesta fue rotunda.
—?Y si el Consejo se equivoca?
Ella se enfrentó a su mirada, impertérrita y extra?amente hermosa.
—Sabe todo cuanto sucede en la PsiNet. ?Cómo podría equivocarse?
Lo cual, dedujo Lucas, significaba que no todos estaban al tanto de los secretos de la red.
—Pero si nadie más tiene acceso a toda la información, ?cómo pueden rendir cuentas?
—?A quién rindes cuentas tú? —preguntó en lugar de responder—. ?Quién castiga al alfa?
Lucas deseó encontrarse en el otro lado de la mesa para poder tocarla y descubrir si estaba combatiendo el fuego con el fuego o, sencillamente, estaba siendo práctica.
—Si violase las leyes del clan, los centinelas me depondrían. ?Quién depone al Consejo?
Ya creía que ella no iba a responderle cuando le dijo:
—Es el Consejo. Está por encima de la ley.
Lucas se preguntó si ella era consciente de lo que acababa de reconocer. Más que eso, deseó saber si le importaba. Aquello era una locura, porque lo único que les preocupaba a los psi era la fría esterilidad de sus vidas. Aunque el instinto le decía que Sascha era diferente.
Tenía que descubrir la verdad acerca de ella antes de hacer algo que pudiera lamentar. Y el mejor modo de quebrar aquel impenetrable caparazón psi podría ser sacarla por la fuerza de la seguridad del mundo que ella conocía y arrojarla al fuego.
—?Qué te parece ir a almorzar?
—Podemos reunimos de nuevo aquí mismo dentro de una hora —dijo.
—Era una invitación, encanto. —Agregó aquel apelativo cari?oso a modo de provocación. La última vez ella había reaccionado, y Lucas deseaba ver si volvía a tener un desliz—. ?O acaso tienes una cita?
—Nosotros no tenemos citas. Acepto tu invitación. —No hubo una reacción obvia, pero percibió un golpe de genio en ella.
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