La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(7)



—Buenos días, Sascha.

La sonrisa perezosa de Lucas invitaba a responder del mismo modo, pero esta vez ella estaba preparada.

—Buenos días. ?Comenzamos la reunión?

únicamente mostrándose fría y práctica lograría mantenerle a distancia, y no era necesario ser un genio para comprender que él estaba acostumbrado a conseguir lo que quería.

—Me temo que ha habido un cambio de planes. —Levantó las manos en un gesto conciliador, pero no había nada sumiso en él—. Un miembro de mi equipo no ha podido llegar a la ciudad a tiempo, de modo que he pospuesto la reunión hasta las tres.

A Sascha le daba en la nariz que aquello no era más que una mentira. Lo que no acertaba a comprender era si se debía a que intentaba encandilarla o a que la estaba enga?ando.

—?Por qué no me has avisado?

—Pensé que, dado que ya venías de camino, podríamos acercarnos al terreno que he buscado. —Sonrió de nuevo—. Así aprovecharemos el tiempo.

Sascha sabía que se estaba riendo de ella.

—Vamos.

—En mi coche.

No protestó, ningún psi normal lo haría. Era lógico que fuera él quien condujera, ya que conocía el camino. Pero no era una psi normal y deseaba decirle que se metiera sus órdenes autocríticas donde le cupieran.

—?Has desayunado? —le preguntó él en cuanto se montaron en el coche y se puso al frente de los controles manuales.

Sascha había estado demasiado nerviosa para tomar nada. Algo en Lucas Hunter estaba acelerando su descenso a la locura, pero no podía parar la caída ni podía evitar continuar relacionándose con él.

—Sí —mintió sin estar segura de por qué lo hacía.

—Bien. No quiero que te desmayes.

—Nunca me he desmayado, de modo que estás a salvo.

Sascha contempló la ciudad pasar velozmente de largo a medida que se acercaban al Puente de la Bahía. San Francisco era una rutilante joya junto al mar, pero ella prefería las zonas del interior, donde la naturaleza ejercía un dominio absoluto. En algunas áreas los bosques llegaban hasta la frontera con Nevada y más allá.

El Parque Nacional de Yosemite era una de las mayores reservas naturales. En un momento dado, un par de siglos atrás, se había debatido que el parque quedara delimitado a una zona al este del condado de Mariposa. Los cambiantes habían ganado esa guerra y se autorizó que Yosemite se expandiera hasta el punto de unirse con otras áreas boscosas, incluidas las florestas de El Dorado y la región del lago Tahoe, aunque las ciudades alrededor del lago continuaban creciendo y creciendo.

En la actualidad ocupaba la mitad de Sacramento y circundaba la lucrativa región vinícola de Napa, cercando Santa Rosa por el norte. En el sudeste de San Francisco, prácticamente se había tragado la ciudad de Modesto. Debido a su actual expansión, solo parte de Yosemite era un parque nacional. El resto estaba protegido del desarrollo urbanístico, aunque su habitabilidad estaba permitida bajo ciertas circunstancias.

Por lo que sabía, ningún psi había pedido permiso para vivir cerca de la naturaleza.

Aquello hizo que se preguntara qué aspecto habría tenido aquella tierra verde y boscosa si los psi tuvieran control absoluto sobre ella. No sabía por qué, pero dudaba mucho que, de haber sido así, California dispusiera de una serie de gigantescos parques nacionales y de bosques.

De pronto se percató de que Lucas la miraba de manera inquisitiva y cayó en la cuenta de que llevaban más de cuarenta minutos en silencio. Por fortuna para ella, la nula disposición a mantener una charla informal era una característica típica de los psi.

—Si acordamos comprar el terreno que has elegido, ?cuánto tiempo nos llevará cerrar el trato?

él dirigió de nuevo la vista hacia la carretera.

—Un día. La tierra se encuentra en territorio DarkRiver, aunque es propiedad de los SnowDancer por una casualidad histórica. Pero ellos están dispuestos a vender si el precio es justo.

—?Eres una parte imparcial?

él estaba concentrado en conducir, de modo que Sascha no desaprovechó la oportunidad que eso le proporcionaba para estudiar a placer las marcas de su rostro.

Salvajes y primitivas, hacían que se removiera algo en su interior. No podía evitar pensar en que seguramente contaban la verdadera historia de su naturaleza, que el afable hombre de negocios no era más que una máscara.

—No. Pero no negociarán con nadie más, así que tendrás que confiar en que no te la juegue.

No estaba segura de si debía tomarle en serio o no.

—Somos muy conscientes del valor de la propiedad. Nadie ha conseguido…

?Jugárnosla?.

Lucas curvó los labios.

—Es el emplazamiento ideal para lo que queréis. La mayoría de los cambiantes tienen sue?os húmedos solo de pensar en vivir en esa zona.

Sascha se preguntó si se mostraba tan ordinario únicamente para desconcertarla.

?Habría descubierto aquel inteligentísimo leopardo que era imperfecta en el más básico de los aspectos?

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