La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(2)
Sascha sabía que cuando caminaban juntas, como en esos momentos, nadie las tomaba por madre e hija. Tenían la misma estatura, pero ahí terminaban las semejanzas.
Nikita había heredado los ojos asiáticos, el cabello lacio y la piel de porcelana de su madre, que era mitad japonesa. Cuando los genes pasaron a Sascha, lo único que sobrevivió fue él ligero almendramiento de los ojos.
En lugar de la melena lisa y negro azulada de su madre, Sascha tenía el cabello de un intenso color ébano que absorbía la luz como si fuera tinta y un rizo tan rebelde que se veía obligada a recogérselo en una austera trenza todas las ma?anas. Su piel era de un tono miel oscuro en lugar de marfil, indicio de los genes de su padre desconocido. En la partida de nacimiento de Sascha figuraba que este era de ascendencia anglo-hindú.
Aminoró ligeramente el paso a medida que se aproximaban a la puerta de la sala de juntas. Detestaba las reuniones con los cambiantes, y no debido a la repulsa general de los psi ante su manifiesta naturaleza emocional, sino porque le parecía que ellos lo sabían. Que, de algún modo, podían sentir que no era como los demás, que era imperfecta.
—Se?or Hunter.
Sascha alzó la mirada al escuchar la voz de su madre y se encontró a escasa distancia del varón más peligroso que jamás había visto. No existía otra palabra para describirlo. Con una estatura muy superior al metro ochenta, tenía la constitución de la máquina de combate que era en su hábitat natural; puro músculo, fuerza y vigor.
El cabello negro le llegaba a los hombros, pero no había nada suave en él. En cambio, dejaba entrever la pasión incontrolada y el hambre oscura del leopardo que moraba bajo su piel. No tenía la menor duda de que se encontraba en presencia de un depredador.
Entonces él volvió la cabeza y Sascha vio la parte derecha de su rostro. Cuatro líneas irregulares, semejantes a las cicatrices de la garra de alguna gran bestia, marcaban su suave piel dorada. Sus ojos eran de un hipnótico color verde, pero fueron aquellos zarpazos lo que le llamó la atención. Nunca antes había tenido tan cerca a uno de los cazadores cambiantes.
—Se?ora Duncan. —Su voz era grave y un tanto ronca, como si estuviera a punto de gru?ir.
—Esta es mi hija, Sascha. Ella será el enlace para este proyecto.
—Encantado, Sascha. —Inclinó la cabeza, aunque su mirada se demoró un segundo más de lo necesario.
—Igualmente.
?Podría él escuchar el errático latido de su corazón? ?Sería cierto que los sentidos de los cambiantes eran muy superiores a los de cualquier otra raza?
—Por favor.
Con un gesto les indicó que tomaran asiento junto a la mesa de cristal y permaneció en pie hasta que ellas se sentaron. A continuación eligió la silla que quedaba enfrente de Sascha.
Se obligó a sostenerle la mirada, sin dejar que su caballerosidad la enga?ase y le hiciera bajar la guardia. Los cazadores estaban adiestrados para olfatear cualquier punto débil en su presa.
—Hemos estudiado su oferta —comenzó Sascha.
—?Qué les parece?
Aquel hombre tenía unos ojos extraordinariamente claros, tan serenos como el océano más profundo. No había nada en él que fuera frío o práctico, nada que contradijera la primera impresión que se había formado: que era una criatura salvaje, que se contenía a duras penas.
—Debe saber que las alianzas comerciales entre psi y cambiantes raras veces funcionan. Conflicto de intereses. —La voz de Nikita carecía completamente de matices comparada con la de Lucas.
La sonrisa que este esbozó en respuesta era tan pícara que a Sascha le fue imposible apartar la mirada.
—En este caso, creo que tenemos los mismos. Usted necesita ayuda para dise?ar y construir viviendas que atraigan a los cambiantes. Yo quiero acceso directo a nuevos proyectos psi.
Sascha sabía que ese no podía ser el único motivo. Lo necesitaban, pero él no las necesitaba a ellas, no cuando los negocios de los DarkRiver eran lo bastante extensos como para rivalizar con los suyos. El mundo estaba cambiando ante los mismísimos ojos de los psi; humanos y cambiantes ya no se conformaban con ser segundones. Era un claro indicio de arrogancia que la mayor parte de su gente continuara ignorando el progresivo cambio en la balanza del poder.
Estar tan cerca de Lucas Hunter, de aquel hombre que era pura furia contenida, hizo que se sorprendiera de la incapacidad de su raza para ver aquello.
—Si hacemos tratos con usted, esperaremos el mismo nivel de fiabilidad que obtendríamos si los hiciéramos con una constructora y un estudio de arquitectura psi.
Lucas miró a Sascha Duncan, tan gélida y perfecta, y deseó saber qué era lo que tanto le perturbaba de ella. Su bestia interior gru?ía y se paseaba inquieta en la jaula de su mente, lista para abalanzarse sobre la psi y olfatear su sobrio traje sastre gris oscuro.
—Naturalmente —dijo fascinado por las diminutas chispas de luz blanca que centelleaban en la oscuridad de sus ojos.
Pocas veces había estado cerca de un psi cardinal. Eran tan raros que no se mezclaban con las masas, pues ocupaban altos cargos en el Consejo de los Psi en cuanto alcanzaban la madurez necesaria. Sascha era joven, pero nada en ella indicaba inexperiencia. Parecía igual de despiadada que el resto de su raza, igual de insensible y fría.
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