La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(10)



—?Por qué?

Ningún otro psi que había conocido le había formulado esa pregunta.

—Es agradable. Me gusta tocar cosas suaves y sedosas.

—Entiendo.

?Era un cierto temblor lo que había percibido en su respuesta?

—Prueba.

—?Qué?

Se inclinó un poco invitándola a ello.

—Adelante. A los cambiantes no nos molesta el contado como a los psi.

—Es bien sabido que sois territoriales —dijo—. No dejáis que os toque cualquiera.

—No. únicamente los miembros del clan, las parejas y los amantes tienen privilegios de piel. Pero no nos ponemos histéricos como los psi si un desconocido nos toca.

Por alguna razón inexplicable deseaba que ella le tocase. Y no tenía nada que ver con averiguar la identidad de un asesino. Eso debería haberle dado que pensar, pero era la pantera la que estaba al mando en ese momento y deseaba que la acariciasen.

Ella levantó la mano y luego se detuvo.

—No hay razón para hacerlo.

Lucas se preguntó a quién de los dos intentaba convencer.

—Considéralo un experimento. ?Alguna vez has tocado a un cambiante?

Negando con la cabeza, puso fin a la distancia que aún los separaba y pasó los dedos por el cabello de Lucas haciendo que a él le entraran ganas de ronronear. Había esperado que retrocediera después de haberle tocado una vez, pero Sascha le sorprendió tocándole de nuevo. Y luego una vez más.

—Es una sensación extra?a. —Su mano pareció demorarse antes de dejarla caer. Tu cabello es frío y pesado, y tiene una textura similar a una tela de satén que toqué en una ocasión.

Típico de un psi analizar algo tan simple como una caricia.

—?Puedo?

—?Qué?

Lucas le tocó la trenza y esta vez ella no reaccionó.

—?Puedo deshacerla?

—No.

La pantera se quedó paralizada en su interior, olfateando un resquicio de pánico en su voz.

—?Por qué no?





3


—No tienes esos privilegios.

Riendo entre dientes, Lucas le soltó la trenza dejando que se le deslizara entre los dedos y ella se apartó en cuanto el cabello recogido descansó sobre su espalda. Se había acabado el recreo.

—Elegí esta tierra —dijo respondiendo a la pregunta anterior— por su proximidad a la naturaleza. Aunque la mayoría de los cambiantes lleva una vida civilizada, somos animal y humano en igual medida… llevamos la necesidad de vagar en libertad en la sangre.

—?Cómo te ves a ti mismo? —preguntó—. ?Como humano o como animal?

—Soy ambas cosas.

—Una de las dos debe dominar sobre la otra. —Concentrada, frunció el ce?o alterando la perfección de su rostro.

?Un psi frunciendo el ce?o? Aquella expresión desapareció al cabo de un segundo, pero él ya la había visto.

—No. Somos un solo ser. Soy pantera y humano en igual medida.

—Creía que eras un leopardo.

—La pantera negra existe en diversas familias felinas. Es el color de nuestro pelaje lo que nos convierte en pantera, no nuestra especie.

No le sorprendía que ella desconociese aquel dato. Para los psi, los cambiantes eran animales, sin distinción alguna. Ese era su error. Un lobo no era lo mismo que un leopardo, del mismo modo que un águila no se parecía en nada a un cisne.

Y una pantera al acecho era una combinación de furia y peligro.

Sascha observó a Lucas cuando regresó al coche para coger su teléfono con intención de llamar a los SnowDancer. Aprovechando que estaba de espaldas a ella se permitió el lujo de apreciar su pura belleza masculina. Era simplemente… exquisito.

Nunca antes había utilizado aquella palabra, nada ni nadie le había parecido digno de ella. Pero, sin la menor duda, Lucas Hunter se ce?ía a la definición.

A diferencia de la fría formalidad de los varones psi, él era pícaro y accesible. Y eso hacía que fuera mucho más peligroso. Había llegado a vislumbrar al depredador que acechaba bajo la superficie; quizá Lucas se mostrara educado, pero llegado el momento de morder, se lanzaría a la yugular. Nadie llegaba a ser alfa de una manada de depredadores a tan temprana edad si no ocupaba la cúspide de la cadena alimentaria.

Eso no la asustaba. Tal vez porque había visto lo que era el verdadero terror en el laberinto de la PsiNet, cosas verdaderamente atroces y viles, la naturaleza manifiestamente depredadora de Lucas le resultaba tan grata como un soplo de aire fresco. Puede que hubiera intentado engatusarla, pero en ningún momento había fingido ser otra cosa que lo que era: un verdadero cazador, un depredador por dentro y por fuera, un macho sensual plenamente consciente del efecto que causaba su sexualidad.

él le hacía sentir deseo, le hacía sentir cosas brutales y salvajes que amenazaban con resquebrajar la máscara de frialdad que se ponía para sobrevivir y que era cada vez más frágil. Debería alejarse de él tan deprisa como se lo permitieran los pies. En vez de eso, se sorprendió saliendo a su encuentro cuando él regresó con un reluciente dispositivo plateado pegado a la oreja, mucho más avanzado que el invento original de Bell.

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