La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(4)



El vello de la nuca volvió a erizársele cuando se hizo de nuevo el silencio. Dentro de su mente la bestia rasgaba el aire con sus garras como si tratara de atrapar las chispas de energía. La mayoría de los cambiantes no podían sentir las tormentas eléctricas generadas por los psi, pero era un don que tenía su utilidad.

—De acuerdo —declaró Sascha—. Asumo que dispone de contratos en papel.

—Por supuesto. —Abrió una carpeta y sacó varias copias del mismo documento que, sin duda, ellas tenían en la pantalla de sus agendas electrónicas.

Sascha las tomó y le pasó una a su madre.

—Un contrato electrónico sería mucho más práctico.

Había escuchado aquello cientos de veces de boca de distintos psi. Una de las razones por las que los cambiantes no se habían dejado llevar del todo por la era tecnológica era mera tozudez; la otra era la seguridad: su raza llevaba décadas entrando de forma clandestina en las bases de datos de los psi.

—Prefiero algo que pueda palpar, tocar y oler; algo que agrade a mis sentidos.

Aquella era una insinuación que sin duda ella había entendido, pero lo que Lucas buscaba era su reacción. Nada. Sascha Duncan era una psi igual de fría que todos los que había conocido; tendría que descongelarla lo suficiente para obtener información acerca de si los psi estaban escondiendo a un asesino en serie.

Se sentía extra?amente atraído por la idea de relacionarse con aquella psi en particular aunque, hasta el momento, los había considerado máquinas sin sentimientos.

Entonces ella alzó la vista para enfrentarse a su mirada y la pantera que habitaba en su interior abrió las fauces en un rugido mudo.

La cacería había comenzado y Sascha Duncan era la presa.

Dos horas más tarde, Sascha cerró la puerta de su apartamento y realizó un registro del lugar. Nada. Ubicado en el mismo edificio que su despacho, el apartamento contaba con una seguridad excelente, pero ella había utilizado sus dotes para blindar las habitaciones con un nivel de protección mayor. Precisó de una ingente cantidad de su escasa fuerza psíquica, pero necesitaba sentirse segura en alguna parte.

Una vez comprobó de forma satisfactoria que nadie había entrado en su apartamento, revisó sistemáticamente cada uno de sus escudos internos contra la PsiNet.

Todos funcionaban. Nadie podía penetrar en su mente sin que ella lo supiera.

Solo entonces se permitió el lujo de derrumbarse y hacerse un ovillo sobre la alfombra azul ártico, un color frío que le hizo temblar.

—Ordenador, eleva la temperatura cinco grados.

?Ejecutando orden.?

La voz carecía de inflexión, pero era algo esperado, ya que se trataba de una respuesta mecánica del potente ordenador que gobernaba el edificio. Las casas que iba a construir con Lucas Hunter no dispondrían de tal sistema computerizado.

?Lucas…?

El aliento surgió entrecortado cuando dejó que su mente se inundara de todas las emociones que había tenido que sepultar durante la reunión.

Miedo.

Diversión.

Hambre.

Lujuria.

Deseo.

?Necesidad.?

Tras abrir el pasador que sujetaba el extremo de su trenza, se ahuecó los rizos con los dedos antes de despojarse de la chaqueta y arrojarla a un lado. Sentía doloridos los pechos, apretados contra las copas del sujetador. No había nada que deseara más que desnudarse y frotarse contra algo caliente, duro y masculino.

De su garganta escapó un gemido mientras cerraba los ojos y se mecía tratando de controlar las imágenes que bombardeaban su cabeza. Aquello no debería estar sucediendo.

Por graves que hubieran sido los episodios de falta de control que había sufrido con anterioridad, jamás habían sido así de críticos, así de sexuales. En cuanto admitió aquello, la avalancha pareció disminuir y logró reunir las fuerzas necesarias para escapar de aquella poderosa ansia.

A continuación, se levantó del suelo, se encaminó a la cocina americana y se sirvió un vaso de agua. Mientras bebía vio su reflejo en el espejo ornamental que colgaba junto a la nevera empotrada. Había sido un regalo de un asesor de raza cambiante en otro proyecto y lo conservaba a pesar de la mirada inquisitiva que le había dirigido su madre. Había puesto como excusa que intentaba comprender a esa otra raza. En realidad, simplemente le gustaba el vistoso colorido del marco.

No obstante, en ese preciso momento, deseaba no haberse aferrado al espejo, pues reflejaba con demasiada nitidez aquello que no deseaba ver. Su rebelde melena oscura hablaba de pasión y deseo animal, cosas que ningún psi debería conocer. Tenía el rostro enrojecido como si tuviera fiebre, las mejillas encendidas y los ojos… Que Dios se apiadase de ella, sus ojos eran negros como la noche.

Dejó el vaso y se retiró el cabello para examinarse mejor. No, no se había equivocado. No había luz en la oscuridad de sus pupilas. Supuestamente aquello solo sucedía cuando un psi estaba utilizando una gran cantidad de poder psíquico.

A ella no le había ocurrido jamás.

Tal vez sus ojos la marcasen como cardinal, pero los poderes de los que disponía eran humillantemente débiles. Tanto que aún no la habían invitado a formar parte de las filas de aquellos que trabajaban directamente para el Consejo.

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