Cuando no queden más estrellas que contar(63)



—En primer lugar, sigues teniendo la danza, solo has dejado atrás una élite que no siempre aporta cosas buenas. Ahora, simplemente eres tú. Y eso es todo lo que necesitas, Maya. Ser tú.

—Pero es que no estoy preparada para otra cosa.

Giulio alargó la mano y me retiró la melena de la cara. Después puso un dedo bajo mi barbilla y me obligó a mirarlo.

—?Por qué esa obsesión?

Me encogí de hombros, un poco avergonzada.

—Porque cuando bailaba dejaba de ser invisible y... —Se me llenaron los ojos de lágrimas y lo solté sin más—: Me querían.

Giulio suspiró sin dejar de mirarme.

—Maya, si te querían por lo buena que eras en un escenario, esas personas nunca te han querido de verdad. Y no eres invisible, porque yo puedo verte. Eres una chica preciosa con un talento infinito y toda una vida por delante. Has perdido un sue?o, y es horrible; pero la vida está llena de ellos y encontrarás otro. Puede que sea más modesto, pero también puede que te haga mucho más feliz.

—?Y si no lo encuentro?

—Lo harás, pero antes debes aprender que no se puede vivir buscando la aceptación de los demás y, mucho menos, la de personas que miden lo que vales por lo perfecto que sea tu grand jeté o cuántos dobles seguidos puedas hacer. —Enmarcó mi cara con sus manos—. Quiérete por lo que eres hoy, y ma?ana haz lo mismo. Así es como se sigue adelante. ?De acuerdo?

—Sí.

—Vas a encontrar un montón de personas que te querrán sin condiciones. Nosotros ya lo hacemos —dijo con una sonrisa preciosa.

Asentí de nuevo y él se inclinó para secarme las lágrimas con los pulgares. Después me abrazó y yo me aferré a su camiseta con los pu?os. Me separé de él con reticencia y me llevé el botellín a los labios para aflojar el nudo que tenía en la garganta.

El sol casi se había puesto y dentro del edificio olía a comida recién hecha. Los dos gatos que siempre rondaban por allí aparecieron caminando por el muro y saltaron al jardín.

Miré a Giulio, mucho más tranquila.

—?Y qué hay de ti? ?Cuándo creaste la escuela? —pregunté; había tantas cosas que quería saber de él...

—Esa escuela pertenecía a la mujer que me ayudó a descubrir que yo tenía algo de talento para el ballet.

—Yo creo que tienes muchísimo talento.

Y no lo decía por quedar bien, ni como un halago frívolo. Durante esos minutos que había bailado con él, lo vi brillar como una estrella. Sus aptitudes eran innatas, y la simple idea de haber heredado solo un poquito de él me hacía sentir muy especial. Una conexión.

—Gracias, Maya. —Soltó un suspiro e hizo girar su botellín de cerveza entre los dedos—. Fue mi hermana la que empezó a dar clases de ballet en esa escuela, dos días a la semana después del colegio. Yo me encargaba de recogerla. Casi siempre la esperaba en la calle, pero un día entré y... ?todo cambió! —Me miró a los ojos—. Nicoletta, que así se llamaba ella, vio algo en mí. Me ense?ó todo lo que sabía y me ayudó a entrar en la Escuela de Ballet del Teatro de San Carlos en Nápoles, una de las más prestigiosas. Cursé estudios superiores. —Me se?aló con un gesto y alzó las cejas—. Estuve en Espa?a un verano y ese mismo a?o entré en el Ballet de la ópera de París.

—?En serio?

—Oui, mademoiselle; allí trabajé hasta los veintiséis y ascendí a primer bailarín. Después, el Ballet del Bolshói me hizo una oferta y pasé con ellos tres a?os. Luego abandoné mi carrera.

—??Por qué?! —inquirí atónita.

No lo entendía; esas dos compa?ías estaban entre las cinco más importantes de todo el mundo, iba camino de lo más alto. De una consagración.

—?Quieres la respuesta sincera o la que doy a los que me miran como tú me estás mirando ahora mismo? No me volví loco, Maya.

Me ruboricé y bajé la mirada.

—La respuesta sincera.

—Me pudo la presión. Demasiada responsabilidad, mucho trabajo, sin más vida que las clases, los ensayos, las giras... No estaba hecho para eso. —Se puso muy serio y sacudió la cabeza—. Además, aunque pueda parecer lo contrario, ser gay en este mundo tampoco es fácil, y mucho menos en Moscú. Incluso para un extranjero como yo. Por aquel entonces ya conocía a Dante, me había enamorado y él era todo mi mundo. —Su rostro se iluminó—. Lo sigue siendo.

—Entonces, ?lo dejaste todo por amor?

—Fue una parte importante, sí. él estaba aquí, yo allí. No podíamos vernos mucho y mi trabajo no lo compensaba. También estaba cansado. —Suspiró—. Muy cansado.

—Y regresaste.

—Regresé y ayudé a Dante a montar el restaurante. él me ayudó a mí con mi negocio de buceo...

—?Tienes una empresa de buceo? —pregunté sorprendida.

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