Cuando no queden más estrellas que contar(59)
—?Qué otras cosas soy?
Lo miré, sin ninguna respuesta rápida e ingeniosa que me ayudara. Porque Lucas no era un desastre en ese sentido, al contrario. Cautivaba sin esfuerzo, como si se tratase de una cualidad innata, y eso lo hacía fascinante. Bajó la mirada a mis labios y una punzada de deseo me atravesó. Fue una sensación inesperada e intensa, y lo sentí. A él. Muy dentro. Colándose bajo mi piel como una tormenta. Y no lo vi venir.
—?Te apetece que vayamos a la playa? —me preguntó de repente.
—Con este calor..., sí.
Otra sonrisa. Más traviesa. Más íntima. Más peligrosa.
Se puso en pie y yo volví a respirar. Alcé la cabeza al techo y contuve una risita que él descubrió.
Minutos después, subíamos al coche con una mochila con agua, algo para picar y unas toallas. Lucas condujo en dirección a Amalfi. Eran poco más de las cinco y media y el sol aún calentaba con fuerza. El aire que entraba por las ventanillas embotaba los oídos y era imposible hablar o poner la radio, así que me distraje contemplando el paisaje.
Media hora más tarde, Lucas aparcaba en el margen de la carretera. Caminamos un kilómetro por un sendero de tierra, hasta una pendiente escarpada. El paisaje era precioso en esa zona, lleno de vegetación y con unas vistas al mar increíbles.
Alcanzamos una escalera, formada por las rocas de la ladera.
—Ten cuidado, suelen estar húmedas y resbalan —dijo Lucas.
—Vale.
Di un par de traspiés. Era incapaz de apartar los ojos de la cala a la que nos dirigíamos, peque?a y escondida entre paredes de piedra y las ruinas de una antigua villa romana. Extendimos las toallas sobre una playa casi inexistente de guijarros, pero quién quería tumbarse, pudiendo sumergirse en un agua tan cristalina que destellaba con el reflejo del sol como si estuviera hecha de diamantes.
Me quité la ropa y la dejé junto a la mochila. Después me ajusté el biquini. Pillé a Lucas observándome y fingí no darme cuenta. Me daba un poco de corte que me viera tan desnuda. Porque así me sentía, expuesta.
—?Estará fría? —pregunté.
—Solo un poco. Ven.
Lo seguí hasta la orilla, pero cuando el agua me rozó los pies, di un paso atrás. Estaba helada.
Lucas ya flotaba boca arriba unos metros más allá y ladeó la cabeza para mirarme.
—?Quieres que vaya a por ti?
—Solo necesito un momento.
—Si lo piensas, no lo harás.
Inspiré hondo varias veces y me metí sin vacilar. El agua salada me cubrió hasta la coronilla. Tomé aire de golpe al sacar la cabeza y me reí solo por la impresión. Giré sobre mí misma, buscando a Lucas, pero no lo vi por ninguna parte.
De pronto, emergió a solo dos palmos de mí. Me salpicó.
—?Eh!
Yo lo salpiqué a él y me contagié de su risa. Nos hicimos ahogadillas, como dos ni?os que juegan. Aunque, en realidad, éramos dos adultos con una excusa para tocarse. Su mano, en mi cintura. La mía, en su pecho. Su estómago, contra mi espalda. Piernas enredándose.
Acabamos meciéndonos en el agua, entre miradas fugaces y mal disimuladas. Hasta que el paso de los minutos nos hizo más osados y nos quedamos mirándonos. Sus pupilas, clavadas en las mías como si me viese por primera vez. Las mías, absorbiendo los detalles de su rostro, como las gotitas atrapadas en sus pesta?as. Sus ojos azules, que bajo esa luz parecían de un gris muy claro. Los reflejos que el sol le arrancaba a su cabello casta?o. El vaivén de la superficie salada chocando contra sus labios.
Vino más gente y nos decidimos a salir del agua. Me tumbé en la toalla y cerré los ojos al notar el calor de sol. Lucas se sentó a mi lado. Lo oí hurgar en la mochila. Después, el sonido del mechero. Sus labios aspirando. El chisporroteo de las hojas secas al quemarse. Una exhalación.
—?Desde cuándo fumas?
—Empecé en la universidad, lo dejé y hace un par de a?os que me enganché de nuevo.
—Deberías dejarlo, pero esta vez de verdad. Es malo y no huele bien.
—Sí, mamá —se rio.
—A nadie le gusta besar un cenicero.
Sentí su mirada sobre mí.
—?Tienes intención de besarme?
—?Qué te hace pensar eso?
—Tu preocupación.
—Pues no.
—Si cambias de opinión...
—?Dejarías de fumar?
—Sería una motivación.
—?Y cuál sería la mía?
—Que beso de puta madre.
Me mordí la lengua para no echarme a reír.
Se tumbó a mi lado y yo me dejé envolver por la calidez del sol, el murmullo del mar y ese aroma a sal y perfume masculino que desprendía Lucas.
—?Cuánto vas a quedarte? —preguntó de repente en voz baja.
Abrí los ojos y ladeé la cabeza. Contemplé su perfil.
—?Ya quieres echarme?