Cuando no queden más estrellas que contar(54)



Descubrí una peque?a tienda de zapatos en la que vendían unas sandalias preciosas. Me fijé en unas de color rojo, planas y con tiras decoradas con cristalitos. Se me hizo un nudo en la tripa mientras las sostenía y miraba mis pies dentro de los calcetines y las zapatillas. Había arrastrado ese complejo durante más tiempo del que recordaba.

Cerré los ojos un momento, inspiré hondo y no lo pensé.

Compré las sandalias y también unas chanclas. En otro puesto me hice con un par de biquinis y conjuntos playeros. Por último, entré en una tienda de ropa de estilo boho y adquirí unos vestidos de temporadas anteriores, que estaban de oferta, y una falda con calados y volantes a juego con un top.

Colgué las bolsas en el manillar y comprobé la hora. Estaba pensando en comer algo por la zona, cuando oí que alguien gritaba mi nombre. A lo lejos, vi una mano que me saludaba. Era Mónica. Agité el brazo.

—Hola —grité.

Ella sonrió y vino a mi encuentro.

—?Hola! No estaba segura de que fueses tú.

Inspiró hondo y colocó las manos a ambos lados de su cintura, lo que hizo que me fijara en su abultada barriga. Durante la barbacoa no me había percatado de que su embarazo estuviese tan avanzado. Resopló fatigada, y yo comencé a preocuparme.

—?Te encuentras bien?

—Sí, es por este calor y los kilos extra que llevo encima.

—?De cuánto estás?

—De seis meses, pero voy a tener mellizos y por eso parezco un globo aerostático.

Se me escapó la risa.

—Perdona, no quería reírme.

Hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.

—Tranquila, yo también me reiría si no me hiciera pis encima. ?Qué haces por aquí?

—Unas compras. ?Y tú?

—Mi floristería está un poco más abajo, acabo de cerrar. —Frunció el ce?o—. ?Has comido?

—No, estaba pensando en buscar algo por aquí cerca.

—De eso nada, te vienes conmigo a casa de mis suegros. Los días que Tiziano trabaja en Nápoles, siempre como con ellos.

—Pero no quiero molestar.

Ella sacudió la cabeza y enlazó su brazo con el mío.

—Estarán encantados, ya lo verás.

Los suegros de Mónica me hicieron sentir una más de la familia desde el primer instante. Eran amables y cari?osos, y un poco escandalosos al hablar. Me atiborraron de comida hasta el empacho, pero no me quejé. Todo estaba delicioso. Probé por primera vez la tortilla de macarrones y el gattò de patatas. Y de postre comí sfogliatella, un hojaldre relleno que sabía a gloria.

Acababan de servir el café cuando Mónica recibió la llamada de un repartidor que la esperaba frente a su floristería. Tras despedirme de sus suegros y prometerles que los visitaría otro día, acompa?é a Mónica hasta su negocio.

—Los llamé la semana pasada para recordarles que solo abriré por las ma?anas y que el reparto deben hacerlo durante esas horas —me explicó muy enfadada.

Cuando llegamos a la floristería, el repartidor parecía molesto por haber tenido que esperarla. Mónica no se achantó ni un poco. Tras una breve discusión, en la que apenas logré entender algunas palabras, él abrió su furgoneta y sacó varios cubos de plástico repletos de flores, que llevó dentro del local mientras se disculpaba.

—No dejes la bici en la calle —me aconsejó Mónica, una vez que nos quedamos a solas.

—?Seguro?

—Sí, colócala junto al mostrador.

Se agachó para levantar uno de los cubos, pero yo me apresuré a detenerla.

—Oye, podrías hacerte da?o. ?Por qué no me dices qué hacer y yo me encargo?

—?Lo harías? —preguntó esperanzada.

—Sí, por supuesto.

—Gracias. La verdad es que últimamente todo me cuesta el doble de esfuerzo y ya ni siquiera me veo los pies. —Se frotó la barriga y suspiró—. Podrías empezar llevando todas esas flores a la trastienda. Después recortaremos los tallos, las pondremos en agua limpia y las guardaremos en la cámara frigorífica.

—Vale.

Seguí cada una de las instrucciones que Mónica me iba dando. Corté los tallos en bisel con cuidado de no aplastarlos y luego me ense?ó a preparar su mezcla especial de conservantes para que las flores no se estropearan. Por último, colocamos unas orquídeas dentro de unas cajas de cartón. Según me explicó, aguantaban más tiempo frescas si las protegías de ese modo.

—Las flores necesitan un mimo especial y a ti se te da muy bien —me dijo ella mientras cerraba la puerta de la cámara.

—?De verdad?

—No lo digo por quedar bien —respondió con una sonrisa radiante.

—?Gracias! Y si necesitas que te ayude otro día, llámame. Lo haré encantada.

—?En serio? Porque sé que estás de vacaciones y que lo último que querrías es hacer favores, pero igual te apetece pasarte dos o tres horas por las ma?anas y ayudarme con los arreglos y alguna cosa más. Te pagaría, por supuesto.

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