Cuando no queden más estrellas que contar(52)
—Y tu padre no te dejaba.
—No. Según él, eso me distraía de lo importante, y los Velasco nunca se distraen de lo importante —dijo con una mezcla de burla y desdén. Recogió la basura del suelo y se puso de pie—. Pero ni la academia evitó que suspendiera Matemáticas ese curso y se cabreó muchísimo la tarde que llegaron las notas. Empezó a gritarme como un loco y a alterarse cada vez más. Hasta que, de pronto, se agarró el pecho y cayó al suelo.
—?Un infarto? —aventuré.
Lucas me ofreció la otra mano y yo me apresuré a ponerme los calcetines y las zapatillas.
—Sí, casi se muere —respondió al tiempo que tiraba de mí hacia arriba—. Estábamos solos en casa cuando pasó y yo apenas acerté a marcar el número de emergencias. Siempre pensé que había sido culpa mía y desde ese instante me esforcé por hacer siempre todo lo que él quería.
—Pero es imposible que tú tuvieras la culpa de algo así, Lucas.
él apretó mi mano, que aún continuaba entre sus dedos; y con un gesto de rabia tiró la basura a una papelera.
—Bueno, ellos creen que sí y yo no estoy seguro del todo.
—??Lo creen?! —Yo sí que no daba crédito.
Asintió y llenó sus pulmones con una profunda inspiración.
—Además, tras ese infarto, desarrolló problemas cardíacos y los médicos insistían en que debía estar tranquilo. Mi madre me lo recordaba todo el tiempo...
Se me hizo un nudo en el estómago al imaginarme a un Lucas de doce a?os sintiéndose culpable por la enfermedad de su padre. Era muy injusto.
—Y te convertiste en el hijo perfecto.
—Eso hice. Estudié en los colegios que él eligió. Me matriculé en la carrera que él quiso y pasé los veranos en La Rioja aprendiendo el funcionamiento de la bodega. Cuando me licencié, empecé a trabajar en el negocio y continué haciendo todo lo que me pedía. Hasta que ya no pude más.
—?Qué pasó?
Lucas negó con la cabeza y guardó silencio.
Yo no insistí. él casi no me conocía. Una semana antes, ni siquiera sabía que yo existía, y una parte de mí también sabía que el alcohol había ayudado a que me contara algo tan personal que, en otras circunstancias, habría sido más reservado a la hora de revelar.
Y cuando ya no lo esperaba, respondió:
—Me mintieron en algo muy importante y eso me hizo abrir los ojos. Me quedó claro que yo les importaba una mierda y que solo les interesaba la puta fantasía en la que vivían. Así que me largué de un día para otro y sin decir nada a nadie.
El rencor impregnaba sus palabras y yo no pude hacer otra cosa salvo apretar sus dedos para intentar reconfortarlo.
—?Y no vas a regresar?
—No pienso volver —dijo tajante—. Mi familia me manejaba como si fuese una marioneta y yo se lo permitía. Me anulaban de un modo que aún hoy no comprendo. Necesito estar lejos de ellos para tener una vida, ?entiendes? No puedo caer en esa inercia otra vez. Además, me gusta este pueblo. Me encanta estar aquí. Ir a mi aire.
Sonrió de nuevo, de verdad, con esa facilidad que solo él tenía. Balanceó nuestras manos unidas y yo intenté no pensar en lo mucho que me gustaba pasear de ese modo con él.
—Y puedes ser tú mismo —comenté.
Me miró y puso los ojos en blanco. La brisa le sacudía el cabello.
—?Por qué todo el mundo se empe?a en decir eso? Sé tú mismo. ?Y si no quiero? No sé, es que a veces prefiero ser cualquiera menos yo. Además, ?qué significa ser uno mismo? Porque creo que mucha gente se escuda en esas palabras para justificar que en realidad hace lo que le sale de los cojones todo el tiempo.
Me reí, no pude evitarlo. Parecía tan indignado en ese momento.
—?Y quién te gustaría ser cuando no te apetece ser tú mismo?
—No sé, depende. ?Actor famoso, estrella del porno, un gato...?
Se me escapó una carcajada tan fuerte que gru?í como un cerdito.
—?Un gato, en serio?
—Es el mejor animal del mundo. ?Y a ti quién te gustaría ser?
—?Cómo puedes hacerme esa pregunta? Eres la única persona en este momento que conoce la crisis existencial que atravieso.
Me miró de reojo y una sonrisa traviesa curvó sus labios.
—?La única? —preguntó en tono pícaro. Asentí—. ?Tu confidente más íntimo? —Hice un gesto de ?Puede que sí?. Y él a?adió—: ?Vas a contarme todas tus fantasías íntimas e inconfesables?
Le ense?é el dedo corazón y él rompió a reír como un ni?o descarado. Me agarró por la cintura y me levantó en peso. Grité con una oleada de emoción arremolinándose en mi tripa, ascendiendo por mi pecho y estrujándome el corazón.
Me dejé envolver por sus brazos. Por el murmullo del mar. El aroma a verano.