Cuando no queden más estrellas que contar
María Martínez
Sinopsis
?Cómo se ignora lo que late en tu interior?
?Cómo se recupera el rumbo de una vida trazada por una mentira?
Desde muy peque?a, Maya se ha sacrificado en cuerpo y alma por el ballet. Trabaja como solista en la Compa?ía Nacional de Danza y los ballets más prestigiosos han puesto sus ojos en ella. Sin embargo, un grave accidente acaba con su futuro prometedor.
El único mundo que Maya conoce se ha derrumbado.
Su abuela, que ha guiado cada uno de sus pasos, la culpa por lo sucedido.
La ausencia de su madre pesa más que nunca.
Y un hallazgo fortuito abrirá una profunda herida.
Un viaje inesperado, una chica incompleta y una verdad escondida en una caja de música.
A veces, dejar que suceda es todo lo que necesitas.
Para aquellos que piden deseos cuando ven una estrella fugaz.
Una despedida es necesaria antes de que volvamos a vernos, por ello no cabe la tristeza cuando decimos adiós.
Tú y otros desastres naturales
Luchar contra uno mismo es agotador.
Contra el hecho innegable de que ya nada volverá a ser como antes. Porque las cosas que han ocurrido no se pueden cambiar, por mucho que sue?es, una y otra vez, que vuelves a ese momento. Al punto exacto en que todo se desmoronó.
Aun así, lo intentas. Regresas a ese instante fatídico. No importa si es dormida o despierta, porque hace tiempo que el deseo y la impaciencia no distinguen entre las pesadillas y los recuerdos. Te colocas frente a tu destino y, en lugar de dar un paso adelante, das dos hacia atrás. Solo dos, suficiente para evitar el desastre. Los recreas en tu mente sin descanso. Te sumerges en ese bucle infinito en el que miras cómo tus pies retroceden y te apartan del dolor. Del sufrimiento. De ese crujido que acompa?a a un sue?o cuando se rompe, en trocitos tan peque?os que jamás podrás recomponerlo.
Dos pasos. Solo dos. Suficiente para alejarte de las sirenas que anuncian la tragedia. Para acercarte de nuevo a los aplausos y la admiración.
A ese mundo en el que importas, donde no eres invisible y floreces cada vez que pisas un escenario.
A un mundo en el que existes. En el que posees el control.
Por eso sigues intentándolo. Cierras los ojos, regresas a ese segundo decisivo y, mientras contienes el aliento, das dos pasos hacia atrás. Aguardas con el corazón en un pu?o y suplicas en silencio: ?Por favor, por favor, por favor...! Como si ese mantra fuese un hechizo y tu mente, el corazón de una bruja invocando la magia.
Sin embargo, las cosas que han ocurrido no se pueden cambiar. No existe un conjuro que pueda deshacer el pasado. Ocurrió y permanecerá. Yo di un paso adelante y aquel coche no pudo esquivarme.
Puede que estuviera escrito.
Que fuese una casualidad.
No pude predecirlo.
Dejé de ser la princesa y me convertí en un cisne para siempre.
Punto final.
Y el principio...
1
Quizá Antoine tenía razón y la culpa era mía. Las cosas no iban bien entre nosotros desde hacía semanas. Discutíamos demasiado y siempre por el mismo motivo: mi actitud. Según él, yo estaba cambiando. Ya no era la misma de antes. Me mostraba fría y desinteresada. Ausente.
Y, en cierto modo, así era. Los últimos seis meses habían sido una tortura para mí. La operación y la convalecencia en el hospital. La vuelta a casa y las semanas de rehabilitación. Los reproches constantes de mi abuela y su facilidad para hacerme sentir culpable por cada mal que asola la Tierra. Probablemente, los casquetes polares se están derritiendo porque, por una sola vez, hice algo sin su aprobación.
Solo porque yo lo deseaba.
Una sola vez, y el castigo fue tajante.
Creo que en el fondo se alegraba por el accidente. La satisfacción en su cara cada vez que pronunciaba un ?Te lo dije? o un ?Si me hubieras obedecido? era un cruel deleite en el que parecía regocijarse. Su mirada me gritaba ?Te lo mereces? cada vez que se posaba en mí, para después brindarme su perdón a través de una sonrisa condescendiente, siempre y cuando le ofreciese a modo de sacrificio cada segundo de mi existencia.
Nadie debería ser responsable de cumplir los sue?os de otra persona. Es imposible estar a la altura de unas expectativas que se alimentan de ilusiones y deseos nacidos del propio fracaso.
Sin embargo, lo que más me costaba soportar era la incertidumbre.
La espera me estaba consumiendo y no era capaz de pensar en otra cosa.
Quizá Antoine tenía razón y lo había alejado de mí del mismo modo que a los demás. Aunque yo habría agradecido un poco de empatía por su parte. Algo más de comprensión y paciencia. Si bien conocía a Antoine desde los quince a?os, cuando su familia se trasladó de París a Madrid por motivos de trabajo y él comenzó a dar clases en el Real Conservatorio Profesional de Danza donde yo estudiaba, y sabía que era incapaz de mostrar esas habilidades emocionales. Ni siquiera era consciente de su nula pericia para ponerse en el pellejo de los demás.