Cuando no queden más estrellas que contar(8)
Mi estómago sonó de forma ruidosa y mis mejillas se calentaron. Podía controlar muchas cosas, pero no los ruidos de mi vientre, y estaba hambrienta. No había comido nada desde la manzana y el yogur que había tomado en el desayuno. Los párpados de mi abuela descendieron un momento, una caída lenta que no mostró ninguna emoción salvo indiferencia. Puede que disgusto.
—Repítelo desde el principio, y esta vez intenta moverte con algo de elegancia —me dijo con voz queda.
5
Matías y yo acabamos pasando el día juntos. Comimos en un bar de pinchos cerca de El Retiro, tomamos un granizado junto al estanque y dormitamos en los jardines bajo la sombra de los árboles. Eran casi las ocho cuando recibí un mensaje de Antoine, en el que se disculpaba por no haber respondido antes. Se lamentaba de las malas noticias y me pedía que lo esperara en su casa.
Guardé el móvil en mi bolsillo y traté de ignorar el malestar que se me arremolinaba en el estómago. No más ensayos para mí. Debía hablar cuanto antes con Natalia, la directora de la compa?ía, y explicarle lo ocurrido. Iba a ser un mal trago. Ella había confiado en mí desde el principio y, tras el accidente, había hecho todo lo posible por mantenerme en mi plaza a la espera de que me recuperara.
—?Estás bien? —preguntó Matías. Me encogí de hombros—. ?Era Antoine?
Asentí con la cabeza y forcé una sonrisa.
—Dice que aún le quedan un par de horas de ensayo.
Matías frunció el ce?o un instante y apartó su mirada de mí. Solo fue un segundo, pero noté la tensión que le hizo estirar la espalda y alzar la barbilla. Lo conocía demasiado bien para captar esos detalles.
—?Ocurre algo?
—No, nada —respondió al tiempo que me tomaba por el brazo para cruzar un paso de cebra—. Llamaré a Rodrigo para ver si está en casa y puede abrirte. Yo me he dejado la mochila con las llaves en el vestuario.
Negué con un gesto.
—No te preocupes, te acompa?o.
—?Seguro que quieres venir?
—Sí, tranquilo, no voy a venirme abajo ni nada de eso. Además, así podré hablar con Natalia. Cuanto antes mejor, ?no?
—?Joder, Maya, es tan injusto! —suspiró Matías apesadumbrado.
Lo miré a los ojos y le sonreí a medias.
Cansados de caminar, decidimos tomar el autobús. Quince minutos después, recorríamos el paseo de la Chopera hacia el edificio que albergaba las instalaciones de la compa?ía. Cuando entramos, todas las salas de ensayo estaban apagadas y no había nadie salvo el conserje. Me pareció raro, no hacía ni media hora que había recibido el mensaje de Antoine.
—Hoy han acabado pronto, ya se han ido todos —nos dijo.
—Me he dejado la mochila, ?te importa si pasamos a cogerla? —le preguntó Matías.
Apreté su mano, que aún sujetaba la mía.
—Necesito ir al ba?o —le susurré.
—?Otra vez?
—Tengo la vejiga peque?a, ya lo sabes. Nos vemos aquí dentro de un minuto.
Matías fue en busca de sus cosas y yo corrí al ba?o. Empecé a dar saltitos mientras levantaba la tapa y me subía el vestido hasta la cintura. Me bajé las braguitas de un tirón y suspiré de alivio conforme desaparecía la sensación de urgencia.
Me estaba lavando las manos cuando oí caer agua en las duchas y una risa conocida llegó hasta mí. El corazón me dio un vuelco. Agucé el oído. Una risita más aguda y un gemido ronco. Mi mente me gritaba que era imposible. No podía ser. Me encaminé a las duchas, con el aire congelado dentro de mis pulmones.
El vapor comenzaba a llenar la habitación y empa?aba los azulejos. Me asomé casi con miedo. Distinguí un cuerpo bajo el agua, una espalda, la silueta de unos brazos y unas manos que no le pertenecían sobre su trasero.
Mis pies se detuvieron y mi pecho tembló.
Era Antoine, y no estaba solo. Oculto tras él, había un cuerpo más menudo, más delgado y femenino. ?Se estaba liando con otra! De repente, él la alzó en el aire y ella le rodeó las caderas con las piernas. Entonces pude verla. Era Sofía, mi sustituta. La misma que me enviaba mensajes todos los días, deseándome una pronta recuperación. ?Qué hipócrita!
Sentí que me moría.
Quise darme la vuelta y salir corriendo, pero no podía dejar de contemplar la escena. La forma en que las caderas de él se movían entre las de ella, como si ya supieran en qué postura encajaban mejor. El sonido que hacían sus cuerpos al restregarse. Gru?idos y gemidos. Jadeos que reverberaban en las paredes.
Se me revolvió el estómago y di un paso atrás.
Dolor. Decepción.
Entonces, ella abrió los ojos y su mirada se encontró con la mía. Tardó un segundo en reaccionar.
—?Maya!
Antoine volvió la cabeza y sus ojos se abrieron como los de un ciervo ante los faros de un coche. Una emoción dolorosa y visceral hizo que me diera la vuelta y saliera de allí a toda prisa. Me temblaba el cuerpo y estaba tan enfadada que apenas veía nada. A mi espalda, podía oír a Antoine llamándome a gritos.