Cuando no queden más estrellas que contar(55)



La miré perpleja.

—?Me estás ofreciendo trabajo?

—Algo así.

Me quedé parada. Lo último que habría esperado ese día era que alguien me ofreciera un empleo. Consideré su oferta. El dinero me vendría bien, por poco que fuese. Además, tendría algo con lo que ocupar mi tiempo. Los días se hacían muy largos sin ninguna distracción.

—Gracias, Mónica, sería estupendo.

—?Eso es un sí?

—Sí.

—?Qué bien, Maya! —Me envolvió con un fuerte abrazo—. ?Te parece bien empezar ma?ana a las diez?

—Aquí estaré.

Me despedí de Mónica y regresé a Villa Vicenza.

Mientras pedaleaba, con el sol a mi espalda y la brisa del mar dándome en la cara, no podía dejar de sonreír. Estaba contenta y destellos de ilusión se mezclaban con un sentimiento de seguridad desconocido para mí.

Dejé la bici en el vestíbulo y, cargada con las bolsas, subí corriendo las escaleras.

Abrí la puerta al mismo tiempo que Lucas se disponía a salir y nos tropezamos. Ambos dimos un salto atrás, dejando paso al otro. Dudamos y nos movimos de nuevo. Chocamos otra vez.

Se hizo a un lado y me cedió el paso.

—Tú primero.

—Gracias.

Salió con su mochila al hombro y se dio la vuelta para mirarme.

—?Dónde has estado?

—En el pueblo —respondí.

—?Y cómo has ido hasta allí?

—En bici. ángela me la ha prestado y puedo quedármela mientras me aloje aquí. —Suspiré feliz, eufórica, y agité las bolsas que aún colgaban de mis manos—. Y me he comprado un montón de cosas. Ropa, zapatos, biquinis... Espero que me queden bien, porque no he podido probármelos.

La sonrisa de Lucas se hizo más amplia mientras me observaba.

—Seguro que te quedan genial. Pero si necesitas una opinión objetiva, ya sabes, cuenta conmigo.

Me ruboricé, y odiaba hacerlo con tanta facilidad cuando era él quien provocaba esa reacción en mí.

—?Te marchas?

—Tengo turno de tarde.

—Vale.

—Volveré de madrugada, intentaré no despertarte.

—No te preocupes.

Sus ojos brillaron sobre los míos y luego vagaron por mi cara.

—Adiós.

Me quedé callada, incapaz de repetir esa palabra. Después cerré la puerta y apoyé la frente en la madera, mientras oía sus pasos alejarse escaleras abajo.

Mi mente gritaba.

Mi corazón gritaba.

Todo mi cuerpo lo hacía.

Lucas me gustaba. De todas las maneras. Y cada día que pasaba, me gustaba un poco más. No solo porque fuese guapo, también porque era amable, divertido y un poco canalla, en el buen sentido.

Porque había logrado que pensara más en él que en mis problemas.

Porque mi mundo había comenzado a girar en el mismo instante en que lo vi por primera vez; y si eso no era una se?al, no tenía ni idea de qué otra cosa podía ser.





27




—Matías...

—Solo digo que tengas cuidado y pienses muy bien lo que haces.

—Y lo hago —repliqué como una ni?a peque?a enfurru?ada.

Lo oí suspirar al otro lado del teléfono. Mis pulmones lo imitaron y se quedaron vacíos.

Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana entreabierta.

—Has ido hasta ahí por un motivo, ?recuerdas? Pero has alquilado una casa...

—Una habitación —maticé.

—Lo que sea, Maya. Te has instalado en esa villa y has aceptado un trabajo. El tío con el que vives te pone y, por cómo hablas de él, vas a acabar muy pillada. Estás creando lazos con toda esa gente y...

—?Y qué, Matías? —repuse en voz baja.

—Que ni siquiera sabes si ese hombre es tu padre, y es lo primero que deberías averiguar.

—Pienso hacerlo, pero elegir el momento oportuno es importante.

—Pues no tardes mucho, porque todo esto se te puede volver en contra.

—Vale —susurré mientras apoyaba la frente en el cristal y cerraba los ojos. él tenía razón: guardar silencio y alargar esa situación solo podría acarrearme malentendidos y problemas—. Tengo que dejarte, entro a trabajar dentro de un rato.

—De acuerdo, hablamos pronto.

—Matías.

—?Qué? —masculló con desgana.

—Te quiero.

Percibí su sonrisa.

—Yo también te quiero.

Colgué el teléfono y llené mis pulmones de aire. Lucas llevaba un rato despierto y me pregunté qué estaría haciendo. Salí de mi cuarto con la ropa que usaba para dormir. Me asomé a la cocina y lo encontré de espaldas a la puerta, vestido tan solo con un pantalón ancho de cordones. Lo observé mientras secaba unos platos y los colocaba con aire distraído en el armario.

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