Cuando no queden más estrellas que contar(57)



—?Todo esto es por mí?

Asintió mientras sacaba del horno una fuente con pescado y patatas. La colocó sobre la encimera y me miró.

—Vamos a celebrar que has conseguido trabajo. Siéntate.

Me explotó el corazón, y lo hizo de un modo tierno y doloroso al mismo tiempo. Empecé a emocionarme y forcé una sonrisa mientras parpadeaba rápidamente para alejar las lágrimas.

Nadie había hecho nada parecido por mí, ni siquiera Antoine durante todo el tiempo que estuvimos juntos.

Nunca hubo detalles ni complicidad.

No hubo seducción ni intimidad más allá del sexo, del acto en sí.

Nunca había sentido las emociones que ahora se retorcían bajo mi piel, enredándose. Enredándome.

Observé a Lucas mientras me sentaba a la mesa y él servía la comida en los platos. Abrió una botella de vino.

—Creía que no te gustaba el vino.

—Es para ti, este en particular va genial con el pescado. Yo voy a tomar cerveza.

Se sentó frente a mí. Me miró a los ojos y yo vi en los suyos un brillo especial. Uno que me aceleró el pulso e hizo temblar mis manos.

El asado de pescado estaba tan bueno que acabé repitiendo. Lucas cocinaba muy bien. Al menos, mucho mejor que yo, que lo más elaborado que sabía preparar era una tortilla con queso. Me preguntó sobre la floristería y yo le conté con todo lujo de detalles lo que era el mundo de la decoración floral. Aunque lo que más me había fascinado era la relación directa entre las distintas especies de flores y los sentimientos. Sus colores y el significado.

—Por ejemplo, la rosa roja simboliza el amor. La amarilla, amistad. La orquídea blanca expresa pureza, y la roja, deseo. Las gardenias son para un amor secreto —dije en un susurro cómplice. Lucas sonrió con los brazos cruzados sobre el pecho—. Y el girasol es considerado el símbolo de la felicidad.

—?Y has aprendido todo eso en una sola ma?ana?

—Mónica habla muy rápido y yo he descubierto que tengo una facilidad pasmosa para guardar información en mi cabeza. Supongo que memorizar tantas coreografías ha servido para algo.

Lucas se puso en pie y comenzó a recoger la mesa.

—Eres lista.

—Acabé el bachillerato de milagro.

—Eso no quiere decir nada. Hiciste otras cosas mucho más importantes, Maya.

Contuve un suspiro. ?Por qué mi nombre sonaba tan bien en su boca?

Entre los dos limpiamos la cocina. Después nos sentamos en el sofá.

Yo me quité las sandalias y subí los pies al asiento. Lucas entornó las contraventanas y encendió el ventilador del techo para aliviar el calor. A esas horas, el sol daba de lleno en el tejado. Se dejó caer a mi lado con descuido y me dedicó una sonrisa cuando nuestros ojos se encontraron.

Puso la tele y empezó a cambiar de canal. De pronto, se detuvo.

—?Joder, me encanta esta película!

—A mí no me suena.

Ladeó la cabeza y me miró sorprendido.

—?En serio? ?No la has visto?

Parecía antigua y tenía una estética muy peculiar, cómica. La recordaría de haberla visto.

—Estoy segura de que no.

—Pues es muy divertida. Va sobre un doctor y su ayudante, que viajan a Transilvania para confirmar una teoría que afirma la existencia de los vampiros. Está llena de gags y tiene una trama completamente loca. Hay escenas geniales.

Tomé un cojín y lo coloqué bajo mi cabeza.

—?Hace mucho que ha empezado?

—No, ahora están llegando a la posada. Solo lleva unos minutos. ?Por qué, quieres verla?

—Puede que me guste.

—Te va a encantar —dijo él con una risita y se recostó un poco más en el sofá.

Cada uno de nuestros movimientos nos había acercado. Ahora su pierna rozaba la mía y su brazo encajaba en la curva de mi costado. Mi cabeza estaba a la altura de su hombro y, cada vez que él hablaba, sentía su aliento en la sien. Estábamos muy juntos y por más que intentaba ignorarlo y centrarme en la película, solo podía pensar que si movía mi me?ique solo dos centímetros, se encontraría con el suyo.

Me desperté de repente, con la boca seca y el pelo enmara?ado sobre la cara. Miré a mi alrededor, confundida, y de golpe recordé dónde se encontraba.

Lo busqué con la mirada, pero Lucas ya no estaba a mi lado.

Me desperecé y estiré los brazos por encima de la cabeza. La televisión continuaba encendida, aunque sin volumen. La apagué y fui a la cocina para beber agua.

El reloj del microondas marcaba las seis y media.

Me puse las sandalias y curioseé los libros que había en la estantería. Elegí uno que, por su aspecto, lo habían leído muchas veces.

Bajé las escaleras mientras lo ojeaba y salí al jardín trasero.

Encontré a Roi sentado en una hamaca bajo su árbol de siempre, tecleando en un ordenador portátil sobre el regazo. Lo saludé con la mano y él me dedicó un gesto cortés con su sombrero. Era todo un personaje.

María Martínez's Books