Cuando no queden más estrellas que contar(51)



Solté una carcajada incontrolable.

De repente, Lucas se hizo a un lado y alzó los brazos victorioso. De sus manos colgaban mis calcetines y yo lo fulminé con la mirada. Bajó los ojos a mis pies. Yo traté de esconderlos, pero él atrapó mi tobillo derecho. La calidez de sus dedos se filtró por mi piel. Con la otra mano rodeó mi pie y deslizó el pulgar por el empeine hasta los dedos.

—?Qué exagerada eres! No les pasa nada.

—Son feos.

—Los míos tampoco son de modelo. Tienen pelos, como los de un hobbit.

Bajé la cabeza para ocultar una sonrisa. él continuó tocándome, con una presión tan liviana que casi parecían caricias. Entonces, se dejó caer hacia atrás y se tumbó de espaldas con la vista clavada en el cielo y mi talón sobre su estómago. Intenté apartarlo. No me soltó; y me resigné a que un chico, al que apenas conocía, acariciara una parte de mi cuerpo que me avergonzaba.

Sin embargo, me descubrí disfrutando de la intimidad de ese momento. De la calidez de ese gesto. De sus dedos fuertes y suaves presionando puntos que me hacían suspirar.

—?Sabías que el universo tiene al menos noventa y tres mil millones de a?os luz? Y está lleno de galaxias y sistemas solares, con sus planetas y satélites. Sus asteroides y cometas. Sus estrellas —habló de repente.

—No tenía ni idea.

—Es inmenso, y tú y yo solo somos dos puntitos microscópicos en su interior. Sobrecoge un poco —dijo en voz baja y meditabunda.

Yo también contemplé las estrellas.

—?Eso te asusta?

—No, solo me hace preguntarme si en otro planeta, a millones de a?os luz de este, habrá otros dos puntitos borrachos pensando chorradas.

Reí para mí misma.

—Puede que hasta seamos nosotros en una realidad alternativa.

—Me gusta esa idea —susurró.

—Leí en alguna parte que el momento en el que más brilla una estrella es cuando está a punto de morir.

Lucas hizo un ruidito ronco con la garganta.

—Recuérdame que no te pida que me animes si algún día estoy jodido.

—?Qué idiota! —Puse los ojos en blanco—. Es porque estallan, aunque la fuerza de esa explosión desencadena la formación de nebulosas, dentro de las que pueden nacer otras estrellas. No estoy segura, puede que me lo esté inventando, pero me gusta la idea de que el final de algo origine más vida porque, en cierto modo, perdura. Se convierte en un ciclo infinito.

—De peque?o observaba las estrellas con mi abuelo. Podíamos pasar horas tumbados en el suelo con la mirada perdida en el cielo. Mi abuela pensaba que nos faltaba un tornillo y siempre nos preguntaba: ??Cuándo pensáis levantaros de ahí??, a lo que mi abuelo le respondía: ?Cuando no queden más estrellas que contar?. —Hizo una pausa y su pecho se elevó con una profunda inspiración—. Yo me partía de risa, porque sabía que hay millones de millones de ellas. Era su forma de decirle que nos dejara tranquilos.

Nos quedamos en silencio, mientras las estrellas comenzaban a perder su brillo. Solo respirando. Lo miré y vi que tenía el ce?o fruncido. Su mente estaba en otra parte.

—Lucas, ?puedo hacerte una pregunta?

Ladeó la cabeza para verme.

—Dispara.

—?Cuánto tiempo llevas sin ver a tu familia?

Su expresión cambió.

—?Qué te hace pensar que no la veo?

—Algo que dijiste el otro día y... —hice un gesto con el que abarqué el espacio que nos rodeaba— todo esto.

Se sentó y apoyó los brazos en las rodillas. Se había puesto tenso, lo percibí por la forma en que cerraba los pu?os con fuerza y se marcaba su mandíbula.

—Hace dos a?os que no me hablo con nadie de mi familia. Solo mantengo el contacto con mi hermana, y no es mucho. Nos felicitamos los cumplea?os y las fiestas, poco más.

—Lo siento.

—No te preocupes por mí. Estoy mejor que nunca.

—?Qué os pasó?

Se encogió de hombros y soltó una risita sin ningún humor.

—?Qué no pasó! —exclamó—. Provengo de una familia muy convencional y religiosa, en la que el cabeza de familia manda y el resto obedece. Si a todo eso le sumas que mi padre siempre ha sido un hombre muy autoritario y exigente, pues ya puedes hacerte una idea de cómo eran las cosas.

Pensé en mi abuela, en su carácter absorbente y severo. Sí, podía hacerme una idea de cómo podía haber sido su vida dentro de esa familia. Lucas empezó a ponerse las zapatillas mientras hablaba: —Creo que él ya tenía planificado mi futuro mucho antes de que yo naciera, y desde el primer día me educó para cumplir todas sus expectativas. Mientras era peque?o, no me importó, porque tampoco era muy consciente, ?sabes? —Hizo una pausa y llenó su pecho de aire—. Hasta que cumplí los doce, hice nuevos amigos y me volví un poco más rebelde. Yo quería salir a jugar y apuntarme a actividades como el fútbol, en lugar de pasar todas las tardes en una academia.

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