Cuando no queden más estrellas que contar(49)
—?Te refieres a pegarlo con cinta? —él dijo que sí con la cabeza y mi boca se abrió aún más. Rompí a reír al pensar en Matías intentando colocarse esa cosa—. ?No! Pero ?cómo se te ha ocurrido?
Chasqueó la lengua.
—?Y yo qué sé? Tengo una imaginación algo perversa.
Su risa era contagiosa y reí con él. Además, sus ojos cobraban vida cuando reía con esa naturalidad. Tenía una boca preciosa y dos arruguitas la enmarcaban de una forma muy mona. No había modo de resistirse a él.
Y yo empecé a no poner empe?o en lo contrario.
A dejarme llevar.
A dejar que sucediera.
Porque en el fondo no era fuerte.
No era firme.
Era una chica agotada de no permitirse sentir lo que quería.
Cansada de aparentar control, cuando dentro de mí solo había caos.
Perseguida por el deseo de que algo cambiara al que nunca daba alas.
24
Abandonamos el pub y dimos un paseo hasta la plaza Tasso. Una chica salió a nuestro encuentro y nos entregó dos invitaciones para un club cercano con un descuento en las copas. Esa noche contaban con música en vivo.
—?Te apetece?
—Sí —respondí entusiasmada.
Me estaba divirtiendo como no recordaba haberlo hecho antes y no quería que la noche acabara. Todavía no. El club se llamaba Fauno Notte y se encontraba en el sótano de un edificio que hacía esquina en la plaza. Bajamos una escalera y recorrimos un largo pasillo hasta alcanzar una sala enorme, repleta de gente divirtiéndose. Luces estroboscópicas destellaban en todos los rincones y giraban sin parar en un torbellino de colores y neón.
Lucas me tomó de la mano y se abrió paso hasta la barra, entre las personas que bailaban al ritmo de la música que pinchaba un DJ en el escenario. Pidió la bebida y nos acomodamos en una esquina. Hacía calor y las luces me mareaban un poco, pero estar allí me resultaba excitante.
Lucas dijo algo y yo negué con la cabeza. La música estaba tan alta que era imposible oír otra cosa. Movió los labios de forma exagerada y pude leer en ellos: —Vamos a bailar.
—?No!
Ni de co?a iba a dar botes al ritmo de una canción electrónica horrible y en medio de toda esa gente.
—Sí.
—No.
Lucas me quitó de la mano el vaso vacío y lo dejó en la barra. Después sujetó mi mu?eca.
—Venga —insistió con una enorme sonrisa.
Me resistí. Me daba vergüenza. Era así de tonta.
Mi obstinación duró lo que su cuerpo tardó en colocarse a mi espalda y levantarme por la cintura. Cargó conmigo hasta el centro de la pista. Me dejó en el suelo y me dio la vuelta. Quedamos cara a cara y él me sonrió. Las luces iluminaban nuestros rostros entre sombras. Estaba guapo a rabiar y yo sentí que me derretía.
Terminó una canción y empezó la siguiente. Más lenta y regular. Una cadencia que poco a poco fue subiendo el ritmo y el volumen hasta estallar dentro de mis tímpanos y bajo mis pies.
Y bailé. ?Bailé!
Me dejé arrastrar por la música y la atmósfera opresiva. El sudor envolvió nuestra piel, mientras nos movíamos muy cerca el uno del otro. Rozándonos de forma accidental.
O no.
Puede que su mano buscara mi cintura. Y la mía se encontrara con su estómago.
Puede que sus caderas rozaran las mías. Y mi espalda hallara apoyo en su pecho.
Nos miramos bajo las luces intermitentes. Mechones húmedos y desordenados le acariciaban la frente y se le rizaban en la nuca. Sus ojos bajaron a mis labios y lo vi debatirse. Un poco tenso. Un poco perdido. Una punzada de deseo me atravesó. Una sensación que me dejó aturdida.
Di un paso atrás.
—Hace demasiado calor —grité. él se agachó un poco y yo me acerqué a su oído. Mi boca le rozó la piel. No fue premeditado, pero el olor de su perfume y el sabor de su sudor se me pegó a los labios—. Tengo calor. ?Salimos?
él asintió y volvió a tomarme de la mano. Regresamos arriba y suspiré al sentir de nuevo el aire fresco. La melena se me había pegado al cuello y la espalda. La recogí con ambas manos en un mo?o improvisado, que anudé con dos mechones. él me observaba y yo era incapaz de devolverle la mirada. Demasiadas sensaciones.
—?Qué quieres hacer? —me preguntó.
—?Y tú?
—He bebido demasiado para conducir. ?Damos un paseo?
—Vale.
La madrugada era fresca y agradable. Caminamos muy juntos, un poco borrachos, y sin rumbo. Hablamos de cosas triviales. Nos contamos anécdotas y recuerdos. Y reímos.
Y continuamos paseando.
Y reímos aún más, mientras los minutos transcurrían sin que nos diéramos cuenta de su paso.
—?En serio?
—Te lo juro, acabé como una cuba —me aseguró él—. Fue el verano antes de que me matriculara en el grado de Enología. Mi padre se empe?ó en que hiciera un curso privado con un sumiller francés muy reconocido. Solo éramos cuatro alumnos y no teníamos ni idea. Durante dos horas, el tipo nos estuvo hablando de los secretos de la cata, los aromas y matices del vino, al tiempo que practicábamos con distintos caldos. Dio por hecho que lo sabíamos, así que no nos dijo nada y, cada vez que probábamos uno, nos lo tragábamos.