Cuando no queden más estrellas que contar(47)



Hasta que conocí a Lucas, solo podía ver partes dispersas de mí, como si me estuviese reflejando en un espejo agrietado. Con él aprendí que las palabras dicen una cosa, lo que pensamos que es correcto, pero es lo que grita nuestro cuerpo lo que importa. El cuerpo no sabe fingir, refleja los deseos. Se estremece con los impulsos. Tiembla con las sensaciones.

Con él aprendí que hay que dejarse llevar por las emociones. Sentirlas. Aunque a veces sintamos cosas que duelen, que dan miedo. Porque es el conjunto de todas ellas el que nos da forma, el que nos dibuja, con luces y sombras, desde distintos ángulos, hasta obtener un reflejo nítido de quiénes somos en realidad.

él me ense?ó que hay viajes sin destino.

Y que el destino es un viaje en sí mismo.

Sin mapa. Sin brújula. Sin estrellas que nos guíen.

Porque no importa el camino que elijas.

Ni que te pases la vida viajando a ?ninguna? parte.

Al final, la última parada siempre será la tuya.

Tu destino.





23




Lucas me llevó hasta un pub situado en Corso Italia, la calle principal de Sorrento. Un local peque?ito y pintoresco, llamado Banana Split. Ocupamos una mesa en la terraza.

—?Qué te apetece tomar? —me preguntó.

—?Qué hay?

Lucas me se?aló la pared y vi un cartel enorme con la carta de bebidas. La oferta era increíble. La leí con atención, hasta que llegué al apartado ?Sexy Drinks?. Me ruboricé como una quincea?era. Golden dream, Sex on the beach, Against the wall with a kiss, Orgasm, White lady, Sixty nine... Rompí a reír. Fue un ataque de risa estúpido y sin ningún sentido, pero no podía parar. Llevaba días nerviosa y, en ese preciso momento, exploté. Y fue liberador. La presión de mi pecho se aflojó y dejó mi cuerpo a través de las lágrimas que no lograba detener.

Poco a poco, recuperé la compostura y conseguí serenarme. Aunque, de vez en cuando, aún se me escapaba alguna risita, como peque?as réplicas tras un terremoto. Lucas me miraba y parecía bastante divertido con mi reacción.

—Perdona —logré decir.

—?Joder, me ha encantado!

—?Verme histérica?

—Tienes que soltarte más, en serio, hazlo.

Una camarera se acercó a nuestra mesa.

—Hola, Lucas.

—Hola, Stella, ?qué tal estás?

—Bien, como siempre. Hacía tiempo que no venías.

Noté que ella lo observaba con los ojos muy abiertos y un ligero rubor en las mejillas.

—He estado liado. Mucho trabajo en el restaurante.

—Ya, el verano es así. —Tragó saliva al ver que él no decía nada más—. ?Sabéis ya qué vais a pedir?

Lucas me miró y yo negué con un gesto.

—Elige tú.

—Vale, ponnos dos Big, Big Tits, pero cortos de tequila.

No pude controlarme. Se me escapó otra carcajada, más histérica que la anterior, y Lucas rompió a reír conmigo. Parecíamos dos locos en plena crisis lunática. Cuando por fin nos calmamos, permanecimos observándonos, con una sonrisa en los labios y el cuerpo flojo. Me coloqué un mechón de pelo tras la oreja y sus ojos se oscurecieron mientras seguían mi gesto.

Me quedé atrapada en su mirada, directa y traviesa.

—?Qué? —inquirí.

—Nada.

Sus pupilas cayeron hasta mis labios y ascendieron de nuevo, mucho más dilatadas. Como agujeros negros en medio de dos océanos muy azules. Y en ese preciso momento, pasó algo. Un instante en el que el mundo quedó suspendido. Un clic. Que no solo nos hizo mirarnos, sino vernos. Vernos de verdad y contener el aliento.

La atracción es un misterio, ?verdad? Todos los días te cruzas con personas. Gente que pasa por tu lado. Miradas que se enredan durante un segundo. Palabras que se dicen en distintas situaciones, y no pasa nada. No sientes nada.

Y de repente ocurre. Imprevisible. Instintivo. Una sacudida inesperada. Una mirada distinta, en la que se dilatan las pupilas. Un cosquilleo en el estómago. El aire desaparece. La boca se seca. El corazón late con más fuerza. Una contracción en el vientre, que casi duele. Eso es atracción, que no debe confundirse con amor. El amor germina y crece. La atracción te explota en la cara y te sacude.

Yo noté temblar mis cimientos.

Nunca había sentido algo parecido con esa intensidad.

La camarera trajo las bebidas. Tomé el vaso y me llevé la pajita a los labios. Sorbí. Empecé a toser. Me ardía la garganta y se me saltaron las lágrimas. No estaba acostumbrada a beber, y mucho menos algo tan fuerte.

—?Te encuentras bien?

Asentí y gui?é los ojos con un escalofrío.

él le echó un vistazo al cartel de las bebidas y sonrió para sí mismo.

—No soy ninguna mojigata que se avergüenza cuando piensa en el sexo...

Alzó una ceja.

—?Estás pensando en sexo?

—?Tú no? —Se?alé el cartel y me mordí el labio—. Parece un catálogo de películas porno.

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