Cuando no queden más estrellas que contar(42)



—No lo sé.

Bajé la mirada y observé el líquido púrpura que contenía el cristal de mi copa. Giulio no quería ser padre. Nunca lo había querido y esa certeza me afectó, aunque sabía que no debería.

No sin la seguridad.

No sin la verdad.

No sin una prueba.

De pronto, Giulio alzó la mano y una sonrisa maravillosa apareció en su cara. Seguí su mirada y vi a un hombre de unos treinta y tantos a?os que se acercaba a nosotros. Era alto, delgado, tenía el pelo largo y anillado, de un color indefinido entre el casta?o claro y el pelirrojo, y lo llevaba recogido en un mo?o del que escapaban algunos mechones. Vestía unas bermudas azules de corte chino y un polo de lino beis.

Giulio salió a su encuentro y se abrazaron. Entonces, el otro hombre le tomó el rostro entre las manos y lo besó en los labios. Un beso profundo que les hizo cerrar los ojos. Hubo risas, susurros y otro sinfín de besos más peque?os. Se tomaron de la mano.

—Vieni, voglio presentarti la nuova vicina —le dijo Giulio. Yo me enderecé de golpe, aún en shock, y me obligué a sonreír—. Dante, ella es Maya.

—Ciao, Maya, piacere di conoscerti.

—Grazie. —Solté un suspiro entrecortado—. No hablo muy bien italiano.

—Yo aún aprendo espa?ol, pero nos entenderemos bien. —Rio divertido—. Giulio me ha contado cómo os conocisteis.

Mis mejillas se transformaron en dos llamas. No pude evitarlo. La simple idea de que mis braguitas fuesen un tema de conversación me hacía querer esconder la cabeza como un avestruz.

Giulio le dio un codazo y sacudió la cabeza. Me dedicó una sonrisa de disculpa.

—Dante es mi marido.

??Su marido?!

—Hacéis una pareja preciosa, ?cuánto tiempo lleváis juntos? —logré decir.

No me llegaba el aire a los pulmones.

Dante frunció el ce?o, pensativo, y miró a Giulio.

—Doce a?os, creo...

—Trece —lo corrigió Giulio.

—Sí, trece, aunque solo cuatro de casados.

—Vaya, es mucho tiempo.

—Casados de forma simbólica, en Italia no está permitido el matrimonio homosexual —se?aló Giulio.

—No lo sabía.

—A nosotros no nos importa, no necesitamos el permiso de nadie.

Se miraron y pude verlo en sus ojos. Se adoraban el uno al otro. Pude sentirlo en sus cuerpos, en la forma en que buscaban tocarse, cómo se agarraban de la mano. Estaban enamorados. Sentí algo muy bonito al verlos tan unidos y, al mismo tiempo, amargo.

Marco apareció con una bandeja repleta de verduras y unas parrillas, y yo aproveché esa distracción para alejarme.

El corazón me latía muy rápido y me costaba respirar. Giulio era gay. Estaba casado y mantenía una relación estable desde hacía mucho.

?Y si me había equivocado? ?Y si había visto en esas fotos solo el reflejo de mi deseo?

Apreté los párpados con fuerza y me reprendí a mí misma. Una cosa no tenía que ver con la otra. La posibilidad de que mi madre y él hubieran podido estar juntos existía, y yo quería saber la verdad más que nunca.





20




—No hagas que me sienta más estúpida —lloriqueé.

Al otro lado del teléfono, Matías suspiró entre risas.

—Es que es una pregunta estúpida, Maya. Por supuesto que puede ser gay y también tu padre. —Hizo una pausa—. ?Sabías que mi primera vez estuvo a punto de ser con una chica?

Captó toda mi atención. Me incorporé y me quedé sentada en la cama con el teléfono apretado entre los dedos.

—Eso no me lo has contado.

—Fue a los dieciséis. Durante el verano que pasé en Gijón con mi abuela. Un día le insinué que me gustaban los chicos y no se lo tomó muy bien. Es una persona religiosa y comenzó a hablarme de que Dios había creado al hombre y a la mujer para estar juntos, que todo lo demás eran perversiones, que si el pecado de la lujuria... —Se le escapó una risita que sonó muy triste—. Se cargó la poca seguridad que tenía en ese sentido y empecé a comerme la cabeza. Creí que salir con una chica sería la solución y entonces apareció Paula. Yo le gustaba, lo dejó muy claro desde el principio, y nos enrollamos.

—?En serio? —pregunté, y no porque lo pusiera en duda, sino porque Matías siempre me había parecido muy seguro de sí mismo y de su orientación. Jamás lo había visto mirar a una chica de ese modo.

—Sí, nos enrollamos, y una noche estuvimos a punto de hacerlo. Me rajé en el último momento, pero podría haber pasado.

—Vaya...

Fui a la cocina y me serví un vaso de agua. Me lo bebí a sorbitos, mientras miraba el cielo a través de la ventana abierta y Matías continuaba hablando:

—Hay personas que tardan en descubrir qué les gusta, y otras que lo saben desde el principio y lo ocultan tras relaciones heterosexuales. Lo hacen por puro miedo al rechazo o porque no se aceptan a sí mismos. Ese tío, Giulio, pudo acostarse con tu madre, dejarla embarazada y ahora haberse casado con otro tío.

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