Cuando no queden más estrellas que contar(41)



—Los adolescentes de ahora son así, Julia —dijo Iria entre risas.

—Tienen diecisiete a?os. No sé, pero ?lo normal no es que estén por ahí intentando que les sirvan cerveza y desvirgarse lo antes posible? Es lo que yo hacía a su edad.

—Hablas de la virginidad como si fuese un problema de acné —intervino Roi.

Julia le gui?ó un ojo.

—No todos la conservamos como una reliquia. —Lejos de molestarse por el comentario, Roi se echó a reír. Se miraron con cierta complicidad y tuve la impresión de que tras ellos dos había una historia. Entonces, ella me miró—. ?Hola, tú debes de ser Maya!

—Sí. ?Hola!

—?Bienvenida a este edificio de locos! —Frunció los labios con un mohín—. Me encanta tu pelo, qué color más bonito. Si quieres cortarlo o peinarlo, pásate por mi peluquería. Te haré descuento.

—Gracias.

—Bueno, ?dónde está el vino?

Alguien subió el volumen de la música y en mi mano apareció una copa de vino tinto. Para mi sorpresa, solo fui el centro de atención durante esos minutos en los que Catalina me fue presentando. Después me convertí en uno más. Se esforzaban por incluirme en las conversaciones, me hacían partícipe de ellas, pero nadie trató de saber más de lo que yo mostraba. Y la presión que se había ido instalando en mi pecho a lo largo del día por ese motivo se fue diluyendo.

Aparecieron más amigos y vecinos a los que Catalina también había invitado. A esas alturas ya había una veintena de personas congregadas en el jardín. Iria me contó que esas reuniones eran habituales, la casa siempre estaba llena de vida. Miré a mi alrededor y vi a gente contenta que charlaba en peque?os grupos o ayudaba a preparar la cena. Otros dos ni?os se habían unido a Gianni y Chiara, y no paraban de jugar y reír.

En esos instantes, contemplando aquella escena, la sensación que me sobrevino fue irreal.

Mis ojos se detuvieron en Giulio, que continuaba atareado con el fuego. Tras unos segundos de dudas, me acerqué a él.

—Hola.

Giró la cabeza y me vio. Una amplia sonrisa curvó sus labios.

—Hola. ?Te diviertes?

—Sí, todo el mundo es muy amable. Son... son estupendos.

Giulio dejó a un lado el atizador y tomó de la repisa de la le?era una copa de vino. Bebió un sorbo mientras se daba la vuelta para observar el jardín.

—Son buena gente —afirmó.

Yo tuve que obligarme a apartar los ojos de él. Observarlo fijamente era algo que no podía evitar. Me quedaba ensimismada en su rostro, en el color de su pelo, el tono de su piel. Me fijaba en detalles como la longitud de sus dedos y la forma ovalada de sus u?as. El tama?o de sus orejas o el arco de sus cejas. Su aspecto era diferente al de las fotos que guardaba en la maleta, mucho más adulto y masculino, pero el parecido seguía estando allí, podía verlo.

Mi mirada lo buscó de nuevo. Inspiré hondo y aguanté el aire en los pulmones. Solo tenía que abrir la boca y soltarlo. Pronunciar el nombre de mi madre, decirle que sabía que se conocían y que creía posible que él fuese mi padre. Dejé escapar el aliento y mis pulsaciones se dispararon, el estómago se me hizo muy peque?o y un sudor frío me empapó la nuca.

?Hazlo?, me dije.

Aparté la vista y me encontré con la mirada de Catalina. Me sonrió y yo le devolví el gesto.

ángela pegó un grito y la vi correr detrás de su marido con un pa?o de cocina a modo de látigo. Giulio reía a mi lado y yo solo podía pensar en la maravillosa posibilidad de que mi lugar estuviera allí. Con aquellas personas amables y cari?osas, que se adoraban entre ellas y querían al resto del mundo de tal modo que no tenían ningún reparo en abrir los brazos de par en par y hacer que te sintieras parte de su universo.

Una familia como siempre so?é que sería una de verdad.

Una que podría ser la mía.

?Díselo.?

De repente, los ni?os pasaron corriendo y tuvimos que apartarnos de un salto para que no nos arrollaran.

—Bambini, per favore —exclamó Giulio—. Son peque?os demonios.

Lo miré y apreté mis dedos alrededor de la copa.

—?Tú tienes hijos?

—?Yo? ?No! —respondió rotundo, como si la simple idea fuese una locura—. No estoy hecho para ser padre.

—?Cómo lo sabes?

—Algo así se sabe, ?no crees?

—?No te gustan los ni?os?

—Me encantan los ni?os, adoro a mis sobrinos. Pero no tengo la necesidad de ser padre, nunca he sentido ese impulso. Además, la idea de ser responsable de otra persona, de que alguien me necesite el resto de su vida y no estar a la altura, me asusta bastante. Ese tipo de compromiso no va conmigo. ?Tú tienes hijos?

—No.

—Por supuesto, eres muy joven. —Bebió otro sorbo de vino y se lamió los labios—. ?Y quieres tenerlos?

Pensé en ello un momento. Intenté imaginarme con una barriga como la de Mónica. Sosteniendo un bebé, cuidando de él, y sentí un terror profundo. No porque no quisiera ser madre, sino porque me horrorizaba que ese bebé creciera hasta convertirse en alguien como yo. Ser causante de la infelicidad de otra persona. Traer al mundo a un ser humano solo para hacerlo desgraciado.

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