Cuando no queden más estrellas que contar(38)
Tragué saliva.
—Por nada, supongo que me gusta más mi versión imaginaria que la de verdad. Esa no te pega mucho.
Un sinfín de emociones circularon por su rostro. Apartó la mirada y reanudó el paso. Lo seguí sin tener muy claro qué había pasado, si continuábamos bien o se había enfadado por algún motivo. Cruzamos la plaza en silencio y nos adentramos en una callejuela atestada de comercios que exponían sus productos en la calle.
Nos apartamos bajo un portal para dejar paso a un hombre que empujaba un carrito de bebé.
—A mí también —dijo Lucas en voz baja.
—?Qué?
Sonrió, solo un poco, pero ese gesto me devolvió el aire.
—También me gusta más tu versión. Ni siquiera soporto el sabor del vino. Lo odio. —Había cierta vulnerabilidad en su voz y un aire sombrío—. No sé a qué me habría dedicado de verdad si hubiera tenido opciones. Pero no las tenía, así que nunca pensé en ello.
La curiosidad se apoderó de mí. Quería saber más, conocer la historia tras esa mirada despreocupada. Además, no podía pasar por alto ciertas similitudes entre su historia y la mía. Paralelismos que me encogían el estómago.
—?Y ahora? —le pregunté.
—Aún no he averiguado lo que quiero, así que vivo el día a día hasta que lo descubra.
Mis ojos se detuvieron en los suyos.
—?No sabes lo que quieres?
—?Qué hay de malo en no saberlo?
—Tienes veintisiete a?os.
Una risa inesperada brotó de su garganta. Un disparo de adrenalina.
—?Acaso hay un máximo de edad? Si llego a los treinta sin saberlo, ?me exiliarán a una isla para fracasados?
—No, claro que no —respondí mientras me ruborizaba, y me sentí un poco idiota.
Lo estaba juzgando y no tenía motivos para hacerlo. Yo menos que nadie.
Retomamos el paso, en dirección a la vía principal. Oí cómo inspiraba hondo y después exhalaba por la nariz.
—Maya, no sé lo que quiero hacer con mi vida y tampoco me preocupa, porque para mí es perfecta en este momento. —Me miró—. Aunque sí sé lo que no quiero hacer.
—?Y qué es?
—No quiero volver a ser la persona que era antes de acabar en este pueblo. ?Jamás! Con eso ya me basta.
Recordé lo que me había dicho esa ma?ana: ?Hazle caso a alguien que llegó aquí del mismo modo?. él creía que yo había acabado en Sorrento huyendo del desastre que era mi vida, buscando espacio y olvidar. Me pregunté de qué huía él y qué buscaba. Si alguien también le pidió que se dejara llevar.
—?A qué te habría gustado dedicarte de no ser bailarina? —me devolvió la cuestión antes de que yo pudiera preguntarle nada más.
—No lo sé, yo tampoco tuve opciones. Que algo pudiera torcerse ni siquiera era una posibilidad, pero lo hizo. Todo se ha desmoronado, y ahora no sé qué hacer ni qué quiero ser. No sé qué rumbo darle a mi vida —lo dije sin disimular el agobio y la frustración que me producía mi situación.
—?Y qué prisa tienes por averiguarlo?
Me sorprendió su pregunta.
—No es que tenga prisa, solo... —Dudé, porque no encontraba las palabras para describir la ansiedad que me causaba haber perdido mi estabilidad y mi rutina. La seguridad que me proporcionaba saber que al levantarme cada día tenía un propósito, una planificación, un horario. Había sido así durante toda mi vida y ahora sentía que, sin todo eso, yo no era nada—. No lo sé, supongo que ninguna.
Lucas se giró y me cortó el paso. Clavó su mirada en la mía y volví a sentirlos. Sus ojos abriéndose camino a través de mí, como si buscara algo que no lograba entender.
—?Alguna vez te has dejado llevar solo por lo que tú quieres y no por lo que se supone que se espera de ti?
—?A qué te refieres?
—A vivir según tu instinto, por lo que te pide el cuerpo.
Me tensé. La respuesta era sí. Lo hice una vez. Lo aposté todo a ese pálpito y gané. Solo un sue?o, porque nunca llegó a más. Y por ese sue?o perdí otras cosas que, con el tiempo, pesaron mucho más.
—?Y si mi instinto es una mierda? —repliqué.
—No lo es.
—?Cómo lo sabes?
—Porque el instinto es un impulso que nace de ti, de tu interior, sin condicionantes ni reflexiones. Es un deseo.
—?Un deseo? —pregunté en tono suspicaz.
Su mirada voló por encima de mi hombro e hizo un gesto con la barbilla. Me volví y vi que nos encontrábamos frente al escaparate de una pastelería.
—?Ves esa tarta de chocolate?
Sobre un plato con pie y tapa de cristal había una tarta de chocolate negro y frutos rojos. Tenía un aspecto delicioso.
—Sí.
Lucas se acercó a mí y se inclinó para hablarme al oído, mientras ambos mirábamos el dulce.