Cuando no queden más estrellas que contar(40)



A la izquierda, junto al muro que delimitaba la propiedad, una barbacoa escupía humo mientras las llamas consumían unos troncos. Giulio atizaba el fuego y yo noté que se me cerraba la garganta.

—Ya estáis aquí.

Me volví hacia la voz y vi a Catalina, que se levantaba de un sillón y venía hacia nosotros. Llevaba el pelo recogido en una trenza y vestía un caftán de color rosa, tan largo que solo dejaba a la vista sus pies descalzos. Me encantó su aspecto.

—Lucas, hay un barre?o con hielo sobre aquella silla, coloca dentro esa bebida. —él la obedeció de inmediato. Entonces, ella me miró y se fijó en la caja—. ?Habéis traído dulces?

—Es una tarta... De chocolate.

—?Los ni?os se van a volver locos! —exclamó.

—Y los no tan ni?os —dijo un hombre a mi espalda. Me miró y me dedicó una sonrisa—. Ciao, soy Marco, el marido de ángela.

—Hola, yo soy Maya. —Se inclinó para darme dos besos y ambos chocamos con la caja. Nos reímos—. ?Hablas espa?ol!

él asintió con una risita, al percatarse de lo exagerada que era mi sorpresa, pero es que yo no podía evitar sentir ese agobio.

—Con esta familia, ?cómo no hacerlo?

—?Quién es ángela?

—ángela es mi hija —me explicó Catalina—. Ven, dejaremos esto en la mesa y te presentaré a todo el mundo.

Tomé una bocanada de aire y lo solté de golpe, nerviosa. La seguí hasta el borde de la terraza, con el corazón golpeándome las costillas como si quisiera escapar de mi pecho.

—A ver, prestadme todos atención. Quiero que conozcáis a Maya. —Me miró con una sonrisa y yo se la devolví con las mejillas encendidas. Me tomó del brazo y me llevó junto a una mujer morena de ojos marrones, que cortaba un pan en rebanadas—. Ella es ángela.

—Hola, encantada de conocerte.

ángela me dedicó una sonrisa, que se transformó de inmediato en un gesto de pánico.

—Gianni, aparta ahora mismo esas tijeras del pelo de tu hermana.

Me volví y vi a un ni?o de unos once a?os que corría con unas tijeras de punta redonda tras una ni?a más peque?a.

—Mamma, dice che sono una pianta e che deve potarmi. Non voglio essere potata —gritaba la ni?a mientras trataba de proteger su melena rizada con las manos.

—Chiara, tu hermano no va a podarte, solo está jugando.

—Certo che lo farò, così crescerà più forte.

Apreté los labios para no reírme, pero era imposible no hacerlo viendo esa escena.

—Marco, ?quieres dejar de comerte el queso y ocuparte de tus hijos? —gritó ángela.

Marco dio un respingo y se apresuró a tragarse lo que tenía en la boca.

—Gianni, se provi a tagliarle i capelli a tua sorella, poi ti taglio io un’altra cosa.

—La coda, papà. Gli taglierai la coda, vero? —reía Chiara.

Rompí a reír y ángela lo hizo conmigo.

—Son unos demonios y no paran quietos. Si en algún momento te molestan, no dudes en decírmelo.

—No, tranquila, seguro que nos llevaremos bien.

Catalina enlazó su brazo con el mío.

—Ven, quiero que conozcas al resto. —Nos acercamos a un grupo de personas, reunidas alrededor de una mesita redonda de hierro forjado y cerámica, que bebían vino y conversaban. Se?aló a una mujer mayor, con el pelo corto y blanco y unos ojos enormes—. Ella es Iria, y el que está a su lado es Blas, su marido. Vinieron de vacaciones hace ya cinco a?os, y se quedaron con nosotros. El que fuma en pipa es Roi, y también nuestra celebridad. Es escritor y ya ha publicado varios ensayos y libros de viajes con mucho éxito. —Catalina apoyó la mano en el hombro de una mujer rubia, que estaba embarazadísima—. Esta pareja tan adorable de aquí son Mónica, mi sobrina, y su marido, Tiziano. Viven en la casa que hay al otro lado de la carretera.

Alcé la mano a modo de saludo.

—Hola a todos.

—Hola.

—Bienvenida.

—Benvenuta.

En ese mismo instante, apareció una mujer tirando de dos adolescentes. Parecía que los estuviera remolcando a trompicones. Los chicos la seguían cabizbajos, mientras ella parloteaba tan rápido que costaba entenderla.

—Y os vais a quedar aquí, cenareis con los demás y os relacionareis. Nada de sonidos ni gru?idos. Palabras, quiero oír muchas palabras. A ser posible, con más de una sílaba. ?Está claro? —Los chicos murmuraron algo ininteligible—. ?Qué acabo de decir?

—Sí, tía Julia.

La mujer puso los ojos en blanco y vino hasta nosotros. Sus pasos eran enérgicos y no dejaba de atusarse la melena, te?ida de color fresa.

—Son dos setas, no hacen absolutamente nada —soltó nada más llegar—. Se pasan el día jugando con esa cosa y gru?endo. Salgo por la ma?ana a la peluquería y cuando regreso a mediodía siguen en la misma posición. Sus culos están haciendo marcas a mi sofá.

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