Cuando no queden más estrellas que contar(43)



—Lo sé.

—Entonces, ?qué vas a hacer?

—Seguir aquí hasta que encuentre el momento oportuno para hablar con él.

—Y por lo que veo, no tienes mucha prisa.

Fui al salón y me tumbé en el sofá. Lucas se había marchado antes de que yo me despertara y la casa se encontraba sumida en un silencio acogedor. Era agradable disfrutar de un espacio para mí sola.

—Me gusta este sitio, Matías. Es como estar en otro mundo donde el tiempo discurre de forma distinta, más lento y tranquilo. Aquí todo es tan diferente, y la gente... Las personas que estoy conociendo son geniales y la familia de Giulio... No te haces una idea de cómo son, no se parecen en nada a la mía y es un alivio. Imagina que Catalina resulta ser mi abuela, es una mujer maravillosa. —Se me escapaba la risa, incapaz de contener la emoción que se concentraba dentro de mí—. No creo que pase nada si lo aprovecho y me dejo llevar un poco, ?verdad?

—Claro que no, pero ten cuidado. Hay tantas posibilidades de que sea tu padre como de que no lo sea, y no quiero que te ilusiones demasiado. Por si acaso.

—Tranquilo, sé lo que hago.

—Bueno, y ahora háblame de lo importante. Ese tal Lucas, ?está bueno?

Me cubrí los ojos con el brazo y resoplé.

—No pienso responder a eso.

—Así que está ca?ón. Esto mejora. Sé que ya eres mayorcita y no necesitas que te recuerde que debes ser precavida, pero usa condón y no te metas nada en la boca.

—?Matías!

—?Qué? —replicó en tono inocente—. Has repetido su nombre unas treinta veces en los primeros cinco minutos, es evidente que te gusta. Y solo yo sé lo mucho que necesitas divertirte, experimentar y vivir una aventura meramente sexual. Prométeme que lo harás y que después me lo contarás con detalles.

—No pienso prometerte eso.

—Vale, me conformo con un vídeo.

Me atraganté con una carcajada y él rompió a reír conmigo. Lo hicimos durante minutos, reírnos hasta llorar. Hasta que nos dolió la tripa y casi nos resultó imposible hablar. Pero así eran las cosas con Matías, y yo lo adoraba por ello.

Nos despedimos y fui directa a la ducha. Después de vestirme y desayunar, estuve dando vueltas por la casa. Puse la tele y aguanté media hora frente a un programa de talentos. Después cogí las llaves y bajé al jardín. Salí por la puerta principal y rodeé la casa. El sol brillaba en medio de un cielo sin nubes y el calor comenzaba a sentirse. Miré hacia los árboles, desde los que surgía un sonido algo molesto, como un chirrido constante y monótono.

—Son cigarras.

Bajé la vista y me encontré con Roi. Me observaba desde un sillón de mimbre que había colocado a la sombra. Vestía un traje blanco con camisa beis, un sombrero panamá y unas alpargatas estampadas.

—Hola, no te había visto. —él me dedicó una sonrisa y se ajustó el sombrero de paja para cubrirse un poco más la cara. Sobre su estómago reposaba un libro abierto—. ?Qué tal estás?

—Bien, ?y tú?

—Curioseando un poco. —Se?alé el libro con un gesto—. ?Qué estás leyendo?

él le dio la vuelta para que pudiera ver la portada. Parecía un libro romántico.

—Me lo ha prestado Julia, dice que es apasionante.

Sonreí, no pude evitarlo.

—?Y a ti qué te parece?

—Contexto histórico mejorable, saltos en el tiempo con los que Wells habría llorado y una historia de amor apresurada. —Llenó su pecho de aire y sopesó el libro en la mano—. Y aun así, soy incapaz de soltarlo.

Apreté los labios para no reír y observé sus ojos casta?os, astutos y despiertos a pesar de ese aire aburrido con el que forzaba su actitud.

—Entonces, será mejor que te deje seguir leyendo. Iré a dar una vuelta.

Lo dejé allí sentado y me alejé siguiendo el muro. Alcancé una verja de hierro. Tras ella apareció un campo de limoneros y me adentré en aquel bosque verde salpicado de frutos amarillos que me cobijaba del sol y el calor. Arranqué un par de hojas y las froté con las palmas de las manos. Olían muy bien.

Continué caminando hasta que el huerto quedó atrás y la costa apareció frente a mí. Me senté en la tierra, con las rodillas pegadas al pecho, y contemplé las vistas. El mar era una sinfonía de tonos turquesa y mi mente, un concierto de emociones contradictorias.

Me sentía feliz por estar allí, pero también me ponía triste darme cuenta de que la distancia que había puesto con Espa?a no era solo física. Mi familia pasaba de mí; y, pese a todo el tiempo que había compartido con el resto de bailarines de la compa?ía, no había logrado abrirme lo suficiente como para estrechar lazos y entablar amistad.

Esa certeza me hizo sentir más sola que nunca.

—Las vistas son preciosas desde aquí, ?verdad?

Di un respingo y alcé la cabeza. Encontré a Catalina a mi espalda, con un cesto repleto de limones colgado del brazo.

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