Cuando no queden más estrellas que contar(39)
—Nada más verla, lo he sentido. El impulso. El deseo. Lo he notado en el estómago y después, en la boca. Quiero un trozo. Me apetece y estoy absolutamente convencido de que lo voy a disfrutar.
—No sé adónde quieres llegar.
Sentí su sonrisa, el calor de su aliento y el olor de su pelo, todo demasiado cerca. Podría haberme apartado, pero no lo hice. No era incómodo. No era extra?o. Era... atrayente.
él bajó la voz:
—Puedo hacer caso a ese impulso, entrar ahí y comprar un trozo, comerlo y relamerme satisfecho hasta acabar con la última miga. O puedo convencerme de que en realidad no lo necesito. —Chasqueó la lengua—. Seguro que me quitará las ganas de cenar y una manzana es mucho más saludable. Además, llevará azúcar refinado y es malísimo. —Mientras me hablaba, ladeé un poco la cabeza y atisbé su perfil, la línea que formaba su nariz y el movimiento de sus labios—. Y deberían preocuparme las calorías y las grasas saturadas. A todo el mundo le preocupan y ya tengo una edad. Mejor me doy la vuelta y me largo, aunque deseo ese trozo de tarta más que nada.
No pude ignorar el hecho de que el corazón me latía desbocado y mi respiración no era más que un jadeo superficial. Sonreí para mí misma, de repente intimidada por una extra?a y vibrante timidez. Ese chico había reducido toda mi vida a una manzana y lo peor de todo... es que tenía razón. ?Quería la tarta! Siempre la había querido. Siempre me la he negado.
—Lo pillo —suspiré.
—?Seguro?
—No importa si todos piensan que debo comerme la manzana, yo quiero esa tarta y es lo único que cuenta.
—Maya... —Respondí con un ruidito—. Pruébalo, déjate llevar. Quizá te sorprenda todo lo que puedes averiguar sobre ti misma si lo haces. Y, quién sabe, igual también descubres qué quieres ser.
Llené los pulmones de aire y esta vez no me dolió, porque no se quedaron a medias, sino que se hincharon por completo y dejé de sentir ese ahogo. Me di la vuelta y lo miré. Sus labios se curvaron hacia arriba.
Lucas tenía una boca preciosa. Cuando sonreía, sus ojos cobraban un brillo especial y entonces era imposible resistirse a él. Y yo, por algún motivo, quería impresionarlo.
—Vale, lo intentaré.
Alzó la vista por encima de mí y separó los labios como si fuese a decir algo más.
—Enseguida vuelvo —anunció.
Entró en la pastelería y yo me quedé inmóvil, pensando en la conversación que acabábamos de mantener. No hacía ni un día que había visto a Lucas por primera vez y ya había compartido con él pensamientos que nadie más conocía. Nunca me había cruzado con alguien que me transmitiese tal sensación de seguridad y me hiciera abrirme sin más. Y no encontraba una explicación a algo tan inesperado. A esa confianza que no debería surgir entre dos desconocidos, pero que allí estaba, mucho más intensa que la que sentía hacia personas que llevaban a mi lado casi toda mi vida.
19
Empezaba a anochecer cuando Lucas llamó a mi puerta.
—Ya voy —respondí.
Terminé de abrocharme el pantalón y metí los pies en las zapatillas.
Le eché un último vistazo a la habitación. Mi ropa colgaba del armario. La cama parecía otra con las sábanas y los cojines que había comprado, y la pared ya no resultaba tan fría con el pa?uelo estampado que había colocado a modo de cabecero. Sentí que era mi espacio y eso me reconfortó.
Salí del cuarto y encontré a Lucas esperándome junto a la puerta. Cargaba con toda la bebida que habíamos comprado para esa noche.
—Deja que te ayude con eso.
—No, tú lleva la tarta.
Se?aló el aparador y vi la caja de la pastelería. Sonreí y un cosquilleo se extendió por mi estómago. Me dije que nunca más vería una tarta de chocolate del mismo modo. No sin pensar en ese momento en el que Lucas me había descrito al oído su deseo de comerse un trozo.
Cogí la caja y bajamos juntos las escaleras. Al llegar al vestíbulo, vi que el portón que daba a la parte trasera del edificio estaba abierto de par en par. Fuera se oían voces y música, y el olor de una fogata flotaba en el aire.
—Estoy nerviosa —confesé en voz baja.
—No debes estarlo.
—Apenas sé unas frases en italiano, ?cómo voy a hablar con la gente?
—Aquí habla espa?ol todo el mundo, tranquila.
Salimos fuera y yo me quedé sin habla. El jardín era inmenso. Una terraza de gravilla se extendía a mis pies, decorada con grandes maceteros de piedra y terracota. De los árboles colgaban guirnaldas de peque?as bombillas, que cobraban fuerza conforme el sol se iba poniendo. El centro lo ocupaba una mesa enorme, con una veintena de sillas, llena de platos, vasos y cubiertos.
El ambiente era hogare?o y acogedor, con el césped salpicado de muebles de mimbre blanco y cojines azules y naranjas.