Cuando no queden más estrellas que contar(37)



Sus palabras se colaron en mí y todo mi mundo se detuvo con el eco ronco de su voz.

Se apartó muy despacio y nuestros ojos se enredaron en silencio.

Un instante entre dos personas que no tenía por qué haber sido algo más.

Pero lo fue.

Sin saberlo, nos convirtió en dos gotas de agua resbalando sobre el mismo cristal, jugando a esconderse y a encontrarse. Fingiendo ser dos, cuando ya empezábamos a mezclarnos, a fundirnos. Porque hay cosas que solo ves al cerrar los ojos, y nosotros no podíamos dejar de mirarnos.





18




Conocerlo a través de los ojos de Lucas hizo que aquel pueblo me pareciera un lugar mucho más bonito de lo que en un principio había imaginado. él me explicó que había dos formas de vivir en Sorrento. La primera, como turista. La segunda, como un sorrentino más, la que él prefería. Así que me mostró los comercios donde los vecinos solían comprar, mucho más asequibles y familiares; los restaurantes y bares fuera del circuito turístico, en los que comer se convertía en una experiencia casi íntima, y esos rincones que aún respiraban a salvo de las multitudes, en los que podías perderte durante horas.

Y eso hicimos, nos perdimos en sus calles, hablando de todo y de nada. Compartiendo helados, bromas y risas. Improvisando en una hoja en blanco. Empezando a escribir un después que ni siquiera imaginábamos.

—?Tierra de sirenas, en serio? —pregunté.

Lucas me miró de reojo y sacudió la cabeza.

—Sí, hay varias leyendas sobre ellas en esta zona. Aquí es donde Homero situó el encuentro entre Ulises y las sirenas durante su regreso a ítaca. —Alzó la cabeza al cielo e inspiró—. Me encantan los lugares en los que se respiran el arte, la cultura y la historia, y por aquí han pasado Byron, Dickens, Goethe y Nietzsche. ?Joder! ?No te parece increíble estar caminando por las mismas calles que ellos pisaron un día?

Sonreí al ver la emoción que desprendía al mencionar a esos escritores y poetas, a los que yo solo conocía de oídas.

—No he leído nada de ninguno de ellos. —Me miró con atención. Yo me encogí de hombros ante su interés y a?adí—: La verdad es que hace mucho que no leo sobre nada.

—?No te gusta leer?

—Me encantaba, pero con el paso de los a?os el ballet acabó ocupándolo todo. Casi no tenía tiempo para dormir. —él me dedicó una peque?a sonrisa, como si lo entendiera—. Quizá sea un buen momento para retomarlo, ahora que tengo tiempo de sobra.

Fijé la vista en el suelo mientras caminábamos por una estrecha callejuela cubierta de toldos de colores. Noté que Lucas me observaba con disimulo, puede que con la misma curiosidad que yo sentía por él. Me preguntaba qué le habría llevado hasta allí, por qué había decidido quedarse. Qué había hecho que cambiara Madrid por un lugar tan diferente.

—Lucas.

—?Sí?

—?A qué te dedicabas antes de todo esto?

Se dio la vuelta y comenzó a caminar de espaldas para mirarme.

—?Tú qué crees?

—No sé. Se me ocurren algunas respuestas, pero dependen un poco de lo mayor que seas. ?Cuántos a?os tienes?

—Veintisiete.

Sonreí. Llevaba todo el día intentando calcular su edad.

—Vale, entonces creo que eras profesor, pero profe de instituto. Y dabas clases de Historia, o puede que de Filosofía. Seguro que ibas a trabajar en bici y llevabas unas gafitas de pasta negra muy monas, jerséis de pico y una bandolera repleta de libros. Un profesor como Robin Williams en El club de los poetas muertos. Ya sabes, enrollado.

—Enrollado —repitió con una sonrisita íntima, casi tímida.

—Sí, un poco capullo, aunque guay.

Se echó a reír con ganas y se dio la vuelta. Caminó a mi lado, tan cerca que nuestros brazos, cargados con varias bolsas del supermercado, se rozaban.

—No has dado una —dijo al cabo de unos segundos—. Estudié ADE y Derecho, e hice un grado de Enología. Después de eso, empecé a trabajar en el negocio familiar.

—?Qué clase de negocio?

—Vino. Mi familia tiene una bodega en La Rioja. También exporta aceite de oliva gourmet y creo que han abierto un hotel rural en Huesca.

No me pasó desapercibido ese ?creo? que marcó arrugas en su frente. Lo miré con más atención y no pude imaginármelo olfateando una copa de vino o dentro de un despacho entre libros de cuentas, balances de ventas y ese tipo de cosas. No parecía ir con él.

—?Y a qué te habría gustado dedicarte de verdad?

Se detuvo de golpe y me observó muy serio. El ambiente cambió a nuestro alrededor y tuve la impresión de que se había puesto tenso, como si yo hubiera dicho algo fuera de lugar.

—?Por qué me has hecho esa pregunta?

—Perdona, no tenía intención de...

—No, en serio, ?por qué? —inquirió, dando un paso hacia mí.

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