Cuando no queden más estrellas que contar(67)



Me detuve en la acera, frente al paso de cebra, y clavé los ojos en el hombrecito rojo.

—Estoy llegando a la parada del autobús.

—?Joder, me va a dar un infarto! —exclamó.

—?Nueva York! ?Te imaginas?

La risa de Matías me calentó el pecho.

El semáforo cambió de color y yo empecé a cruzar.

Lo vi venir, pero pensé que se detendría.

No lo hizo.

Oí los gritos. El chirrido de unos frenos. Y sentí el golpe.

Mi cuerpo voló por los aires.

Después, nada.





32




El sábado me levanté temprano. Había pensado en coger el autobús hasta Nápoles y buscar una tienda especializada donde comprar unas zapatillas y algunas prendas cómodas para las clases que comenzaría a dar el lunes siguiente. También era la excusa para hacer algo diferente y conocer otro lugar.

Después de ducharme, me puse una falda larga blanca y un top a juego. Me recogí el pelo en una coleta alta y me maquillé un poco. Solo rímel, polvos bronceadores y un gloss con sabor a fresa.

Al salir del ba?o, me topé con Lucas.

Sus ojos eran dos rendijas, que apenas mostraban una peque?a línea azul, y su pelo, una mara?a que apuntaba en todas direcciones. Solo llevaba puestos unos calzoncillos, que evité mirar a toda costa. Parpadeó al verme, aún medio dormido.

—?Trabajas los sábados? —me preguntó con la voz ronca.

—No.

—?Y qué haces levantada tan temprano?

—Voy a Nápoles.

—?A Nápoles? ?Cómo vas a ir hasta allí?

—En bici.

Sus ojos se abrieron de golpe y me miró muy despierto.

—??En bici?! No puedes ir en bici.

Continuábamos parados en el vano de la puerta y él no se movía. Rompí a reír, no sé si por la expresión de su cara o porque tenerlo tan cerca sin ropa me ponía nerviosa.

—?Voy en autobús, Lucas! ?En serio has creído que iría pedaleando?

—Contigo no sé qué esperar, la verdad.

Lo fulminé con la mirada y lo empujé en el pecho para que me dejara pasar. Me dirigí a la cocina.

—Yo te llevo a Nápoles —dijo él a mi espalda.

Me detuve y lo miré por encima del hombro.

—?No trabajas?

—No vuelvo hasta el lunes. Yo te llevo —insistió.

—?Y no preferirías seguir durmiendo y descansar?

—No. Me ducho y nos vamos.

Se pasó la mano por el pelo, pensativo, como si intentara organizarse.

—Por mí no lo hagas, ?eh? —yo también insistí. No quería que se sintiese obligado a ayudarme, ni que se comportase como una ni?era—. Es tu tiempo. Si te apetece quedarte aquí tirado, soy perfectamente capaz de ir y volver sola.

—Maya...

—?Sí?

—Quiero ir contigo —dijo tajante.

Y esa sonrisa tan suya hizo acto de presencia. Una sonrisa astuta y muy masculina.

Se me quedó mirando y yo me pregunté si se habría dado cuenta de que mi corazón se detenía continuamente por su culpa. Que después se aceleraba como un poseso y ahora lo sentía latiendo por todo el cuerpo.

—Vale.




Si me hubieran pedido que describiera Nápoles con una sola palabra, habría dicho que es color. En las calles, en los edificios, en las tiendas... La gama cromática era inmensa y te entraba por los ojos hasta abrumarte. No obstante, Nápoles era mucho más. Era el Vesubio de fondo, el mar azul, música en las calles, gente alegre y un tráfico horrible.

Un caos de ruedas, pitidos y frenazos.

—?Cuidado! —exclamó Lucas al tiempo que me apartaba de un empujón y me pegaba a una pared.

Una moto con dos personas pasó a escasos centímetros de nosotros, subida a la acera.

Me llevé la mano al pecho con un susto de muerte.

—?Joder! —gru?í sin apenas voz.

—?Estás bien? Tiemblas.

Asentí. No le dije que, cada vez que un coche pasaba muy cerca o escuchaba un frenazo, todo mi cuerpo se tensaba a la espera del impacto. Que el recuerdo del accidente se volvía nítido y todo ese dolor fantasma regresaba a mi sistema nervioso durante unos segundos, hasta que mi mente racional me recordaba que todo eso ya había quedado atrás y yo me encontraba bien.

—Van como locos.

Lucas miró a ambos lados. Después me sonrió y me colocó un mechón suelto tras la oreja. Su cuerpo estaba pegado al mío como un escudo protector, mientras la gente transitaba a nuestro alrededor, abriéndose paso casi a empujones por la estrecha acera.

—Vedi Napoli e muori.

—?Qué? —inquirí.

—?Ve Nápoles y muere?, eso es lo que dicen por aquí. Empiezo a pensar que no es porque sea una ciudad muy bonita.

Me reí y mis músculos se relajaron. La inercia me llevó a apoyarme en su pecho con los ojos cerrados. Solo necesitaba un momento para recomponerme. Sentí su aliento en la sien y su mano en mi espalda. Al principio solo un roce, pero enseguida se volvió más sólida. Más protectora. Más posesiva. Y me calmó.

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