Cuando no queden más estrellas que contar(69)
—Lucas.
—?Sí?
—El otro día, en la playa... —Me miró y sus pupilas se dilataron—. ?Por qué me pediste que me quedara?
Apoyó la mano en el volante y deslizó los dedos por su contorno. Un músculo tensó su mandíbula.
—Tengo la impresión de que no hay nada importante esperándote en Madrid y parece que te gusta estar aquí.
No esperaba esa respuesta y fue un poco decepcionante. Aunque tampoco tenía muy claro qué esperaba realmente. ?Una declaración? ?Un ?Porque me gustas?? Sí, creo que fantaseaba con esa posibilidad.
Y a?adió:
—?Me equivoco?
Hice un gesto de negación.
—Por no tener, no tengo ni casa. Mi abuela me dejó en la calle sin pesta?ear.
—?Joder! ?Lo dices en serio? —Asentí—. ?Por qué hizo algo así?
Me encogí de hombros, como si no me afectara la respuesta.
—Porque nunca le he importado. Al menos, no como su nieta —confesé—. Intentó vivir a través de mí sus propios sue?os y controló cada uno de mis pasos. Se aprovechó de lo mucho que yo necesitaba que me quisiera para manipularme, y yo se lo permití. Pero tuve el accidente y todo se vino abajo. —Hice una peque?a pausa y tragué saliva—. Cuando nos confirmaron que no podría seguir bailando a nivel profesional, me sacó de su vida sin el menor asomo de arrepentimiento. Se marchó a la costa para vivir con mis tíos y se llevó a mi abuelo con ella. Salvo él, todos pasan de mí.
—?Y tus padres?
—No conozco a mi padre, no sé quién es —mentí a medias, porque no estaba segura de que Giulio lo fuese, aunque me supo igual de amargo—. Y mi madre no soportaba vivir con mi abuela, así que se marchó cuando yo solo tenía cuatro a?os. El problema es que se olvidó de llevarme con ella —murmuré con desprecio.
—?Te abandonó?
—Sin vacilar. Así que tienes razón, no hay nada importante esperándome en Madrid ni en ninguna otra parte.
—Y eso te duele.
—?Es mi familia!
Lucas se inclinó hacia mí, tan cerca que podía contar cada una de sus pesta?as. Su mirada vagó por mi cara, como si necesitase memorizar cada detalle, y se detuvo en mis ojos.
—No malgastes un segundo más pensando en esa gente, no lo merecen. ?Que se jodan! Han pasado de ti, pues pasa tú de ellos. No los necesitas para nada.
Me reí sin ganas.
—Ojalá fuese así de fácil, ?verdad?
La mirada de Lucas se perdió en el parabrisas. Inspiró hondo y soltó el aire despacio.
—No lo es porque crecemos con la idea de que la familia es para siempre y que debemos quererla por más que nos amargue la vida. Tienes que respetar a tu padre aunque sea un cabrón, y querer a tu madre porque te trajo al mundo. ?Qué importa si solo piensa en sí misma? Y no es así, Maya. La sangre solo es eso, sangre. Y no basta para perdonar que te hayan jodido la vida.
Parpadeé, turbada por sus palabras. Por el resentimiento y la rabia que destilaban. Por el dolor que las impregnaba. Y a?adió: —Si algún día tengo un hijo, jamás lo trataré como una propiedad. Ni como un medio para lograr otras cosas. Traer una vida al mundo ya es un acto bastante egoísta, qué menos que dejar que tome sus propias decisiones y que viva como quiera. —Ladeó la cabeza y me miró—. Tampoco lo abandonaría, ni lo dejaría al cuidado de alguien que no va a quererlo.
El poder de las palabras es descomunal, pueden elevarte al cielo o hundirte en el vacío más absoluto. En ese instante, yo miraba abajo y no alcanzaba a distinguir el suelo. Solo podía ver a Lucas, y a mi alrededor todo eran estrellas.
33
A la ma?ana siguiente, me despertó el olor a café. Me desperecé mientras empujaba la sábana con los pies y me quedé mirando el techo durante unos minutos, con los recuerdos del día anterior todavía estremeciendo mi piel en forma de sensaciones. Con el último sue?o aún palpitando en mi corazón y entre mis piernas.
Apreté los muslos y me hice un ovillo con la respiración de nuevo agitada.
Nunca me había sentido así de frustrada. Quizá porque nunca me había sentido así de excitada. Porque no había deseado a nadie como lo deseaba a él. Escondí el rostro en la almohada y deslicé la mano por mi vientre, bajo la ropa interior.
Un jadeo.
El cosquilleo.
Sí...
La aspiradora se puso en marcha en el salón.
Mordí la almohada para ahogar un grito y salté de la cama. A través de la ventana vi nubes oscuras que cruzaban el cielo desde el mar al interior. El sol aparecía y desaparecía tras ellas, formando columnas de luz.
Salí de mi habitación y encontré a Lucas limpiando la alfombra sin camiseta y descalzo. Las ventanas del salón estaban abiertas y las cortinas ondeaban por la brisa. Olía a café y en los altavoces sonaba música. él movía la cabeza y los hombros a su ritmo. Me apoyé en el marco de la puerta y lo observé.