Cuando no queden más estrellas que contar(74)



Sus caderas impusieron un lento vaivén y yo solo podía dejarme arrastrar, como lo haría la marea. Arquearme y sentirlo un poco más profundo. Una ola bailando con otra. Rompiendo en la misma orilla, transformándose en espuma.

—?Quieres saber por qué te pedí que te quedaras? —susurró sobre mis labios. Asentí, incapaz de hablar—. Porque me gustas, Maya. Me gustas muchísimo. Eres preciosa...

Cerré los ojos y jadeé.

—Porque me vuelves loco cuando me miras y yo no puedo dejar de mirarte.

—Lucas...

Inspiró hondo y yo me sentí tan llena de él...

—Porque llevo días imaginando cómo sería tenerte así...

Más rápido. Más salvaje. Más arriba antes de susurrar:

—Y es una puta pasada.

Sus labios cubrieron los míos y me llevó alto. Muy alto.

Hasta que me dejó ir.

Nos dejamos ir.

Y temblamos juntos.

Permanecimos en silencio, escuchando la lluvia.

Poco a poco, nos quedamos dormidos, con las piernas entrelazadas y el cansancio envolviéndonos.

En mitad de la madrugada volvimos a sentirnos, como un mar en calma.

Y a la ma?ana siguiente fui yo la que lo miró desde arriba.

La que se adue?ó un poquito más de él.

La que lo hizo volar muy alto con la luz del sol calentándonos la piel.

Y en ese instante, entre sus brazos, yo encontré mis alas.





35




Lucas se durmió con la cabeza sobre mi pecho, mientras yo deslizaba los dedos por su pelo, una y otra vez. Me quedé mirando la ventana, contemplando las motas de polvo que flotaban en el aire. No se oía nada, solo su respiración lenta y profunda.

Incliné la cabeza y lo miré. Observé su rostro, las constelaciones que formaban sus pecas al unirlas con una línea imaginaria. ?Me encantaban sus pecas! Y la forma de su nariz, el arco que dibujaban sus cejas y las sombras que sus pesta?as proyectaban sobre las mejillas. Las arruguitas que se le formaban a ambos lados de la boca cuando sonreía.

Aparté de mi mente todo pensamiento y solo dejé paso a las sensaciones. Me negaba a analizar lo que estaba pasando. Las consecuencias que podría tener. No quería pensar en nada, solo disfrutar de la inercia. Guiarme por el instinto. Conocer un poco más a la persona en la que me estaba convirtiendo. La persona que quizá siempre fui, pero que no me dejaron ser.

Un ruidito escapó de la garganta de Lucas y vibró en mi piel. Inspiró hondo, desperezándose como un gato. Un gato enorme que cubrió mi cuerpo y hundió la nariz en mi cuello mientras ronroneaba. Me estremecí cuando sus labios presionaron mi pulso y pronunciaron un ?Hola? junto a mi oído. Después trazaron un camino de besos hacia mi pecho.

El reloj que había sobre su mesita marcaba las nueve.

Por mucho que lo deseara, por mucho que me tentara la idea de volver a derretirme bajo él, no quería llegar tarde a la floristería. Además, había partes de mi cuerpo que no sabía que podían doler. De un modo dulce, sí, pero dolían.

—Lucas —murmuré en tono resignado.

Se quedó quieto y noté que se ponía tenso.

—No lo digas.

—?Qué?

—Que lo que ha ocurrido ha sido un error. Que compartimos casa. Que es demasiado complicado... ?Yo qué sé! Solo... ?no lo digas!

—No iba a decir nada de eso.

Levantó la cabeza de golpe.

—?No?

—No. Solo iba a preguntarte si me llevarías al trabajo, no creo que pueda ir en bici.

Frunció el ce?o y me miró a los ojos.

—Sí, claro. ?Qué le ha pasado a la bici? —Todo el calor de mi cuerpo se concentró en mi cara y puse los ojos en blanco. Un instante después, él lo comprendió. Sus pupilas se dilataron y dejó caer la cabeza—. Vaya, lo siento. Lo siento.

Le di un manotazo al notar que sus hombros se sacudían.

—No te rías.

—No lo hago.

Alzó el rostro y me observó con una sonrisa enorme.

—Eres idiota —repliqué mientras trataba de quitármelo de encima.

Se puso en pie y pilló de la silla unos pantalones.

—Dúchate tú primero. Yo preparo el desayuno.

Fui a mi habitación para coger ropa limpia y vi sobre la cama las cosas que había comprado días atrás. Saqué las puntas de la bolsa y me las quedé mirando.

—?Qué estoy haciendo? —susurré para mí misma.

Miré alrededor. Había convertido esa casa en un espacio tan mío como nunca lo había sido el piso de Madrid. Tenía un trabajo por las ma?anas y otro por las tardes, que iban a proporcionarme una peque?a estabilidad. Había encontrado un hueco en la gran familia que formaban todas las personas que habitaban la villa y acababa de enrollarme con un chico que me gustaba muchísimo. Al que yo le gustaba y que me había pedido que me quedara.

?Estaba construyendo una vida!

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