Cuando no queden más estrellas que contar(76)



Nunca nadie me había hecho sentir esas ganas que me consumían por dentro y me hacían temblar por fuera. Llena de vida.

Hasta entonces no sabía que yo pudiera provocar esas mismas emociones en otra persona. Que alguien pudiera mirarme como él me miraba. Que pudiera tocarme como él me tocaba.

Y ya no me imaginaba haciendo todo aquello con nadie más.

No me veía en otro lugar y con otra vida.

Y con esa certeza tomé una decisión. Guardaría esas fotos para siempre y no le diría nada a Giulio. Me bastaba con verlo todos los días y saber que estaba ahí, que se preocupaba por mí. Con tenerlo cerca.





38




Los días fueron pasando tranquilos, envueltos en una rutina en la que las ma?anas en la floristería se fundían con las tardes en la escuela sin que apenas me diera cuenta del transcurso del tiempo.

Sin embargo, yo me sentía más libre que nunca, más ligera y mucho más feliz. Dejar atrás mi vida en Madrid, esa vida a la que me había encadenado sin desearla, fue como nacer de nuevo. Abrir los ojos por primera vez a un mundo que me hacía sentir parte de él.

Aunque lo mejor de todo era el tiempo que Lucas y yo lográbamos compartir.

Esos momentos en los que nos desnudábamos sin quitarnos la ropa y nos abríamos un poco más para conocernos. Las horas entre las sábanas. El sexo. El placer. Las madrugadas sin dormir en las que solo nos acariciábamos. A veces, con las manos. Otras, con la boca. Con la mirada. Las siestas en la ba?era para soportar el calor, con mi espalda en su pecho y las piernas enredadas.

—?A qué hora acabarás esta noche? —pregunté.

Lucas alzó nuestras manos entrelazadas, cubiertas de espuma y algo arrugadas por el tiempo que llevábamos en el agua. Se las llevó a la boca y me besó los dedos.

—Sobre las once. Vendré a buscarte e iremos a ver los fuegos artificiales.

Estábamos a finales de julio y en Sorrento se celebraba la festividad de Santa Ana, una de las más importantes, que finalizaba a medianoche con un espectáculo de pirotecnia sobre el mar.

—Me parece bien.

Mi teléfono emitió un pitido, una notificación de alguna red social. Lo había dejado sobre el montón de ropa y estiré el cuello para verlo. El mensaje flotó durante unos segundos en la pantalla y pude leer las primeras palabras.

Se me escapó un suspiro.

—?Qué pasa? —me susurró Lucas.

—Nada, Antoine, que ni capta los silencios ni se rinde.

—?Tu ex?

—Sí.

—Han pasado muchas semanas, ?aún te escribe?

—Quiere que le dé otra oportunidad y no deja de insistir.

—?Y se la vas a dar?

Parpadeé sorprendida. ?A qué venía esa pregunta? Intenté darme la vuelta, pero él me rodeó con los brazos para que no me moviera.

—?No! Ni en broma. ?A ti te parece que quiera dársela?

—No lo sé. No sueles hablar de él.

—?Quieres que te hable de mi ex?

Deslizó las puntas de los dedos por mis brazos, de arriba abajo y de abajo arriba.

—No especialmente. —Presionó los labios contra mi cuello, y me hizo cosquillas con su respiración—. ?Has tenido más novios?

Tragué saliva y ladeé la cabeza para verle el rostro.

—?Por qué te interesa?

Se mordisqueó el labio inferior y en ese gesto percibí una vulnerabilidad que nunca había visto en él. Noté que mi corazón se aceleraba con su silencio.

—Porque soy un cotilla inseguro y que esquives mis preguntas me pone nervioso —acabó respondiendo con una risita de disculpa.

Inspiré y exhalé de forma entrecortada. Llevábamos dos semanas acostándonos y habíamos dejado claro que nos gustábamos, que nos sentíamos muy atraídos el uno por el otro. Joder, nos deseábamos a todas horas. No había más verdad. Y yo era muy consciente de que empezaba a tener otro tipo de sentimientos por él, emociones que se colaban por mis grietas sin que me diera cuenta y que poco a poco echaban raíces.

Sin embargo, no había percibido nada en Lucas, hasta ahora.

—He salido con tres chicos. El primero solo fue un rollo de verano. Se llamaba Daniel, y era un idiota pedante. Ambos teníamos dieciséis a?os y rompió conmigo en cuanto conoció a otra que sí le dejaba tocarle las tetas.

Lucas rio por lo bajo.

—Sí, era idiota.

—Cuando me mudé a Londres, conocí a Eddie. Salimos durante siete meses, hasta que me enteré por unas fotos en Instagram de que teníamos una relación abierta.

—?Huy!

—Solo me picó un poco. Me gustaba, pero nada más. Después fue el turno de Antoine. Ya nos conocíamos, habíamos estudiado juntos en el conservatorio de danza. Y volvimos a coincidir cuando regresé de Londres y me uní a la compa?ía. Supongo que pasar tantas horas juntos tuvo su efecto y empezamos a salir.

—Te enamoraste —sonó más a pregunta que a afirmación.

María Martínez's Books