Cuando no queden más estrellas que contar(73)
Entonces lo entendí, el porqué de esas escenas, la magia que las rodea. El placer que provoca la lluvia fría sobre una piel caliente que se muere de deseo. Que suplica y se retuerce pidiendo que la toquen.
Contuve el aliento. Hasta el aire sobraba porque ocupaba un espacio en el que no debería haber nada, solo nosotros.
Ya no era un sue?o.
No era una fantasía tantas veces recreada en mi mente.
Estaba pasando.
Noté su mano en la mejilla. Sus labios suspendidos a solo unos centímetros de los míos.
Un segundo. Dos. Tres...
?Qué agonía! Una tortura que una parte de mí no quería dejar de padecer. Una anticipación que me estaba volviendo loca. Porque ese instante, en el que él se debatía entre besarme o no besarme, era el más intenso que había experimentado nunca. El más erótico. Una palabra que hasta ahora no había tenido un sentido real para mí.
Cuatro. Cinco. Seis...
Decidí por los dos y busqué sus labios. Lo besé, porque me dolían las ganas. Me ara?aban la piel. él jadeó en mi boca y se detuvo para mirarme otra vez.
Un segundo. Dos. Tres...
Sus labios chocaron con los míos, ansiosos y firmes. Gemí al rozar su lengua, al probar su sabor. Al besarlo como si el mundo estuviera a punto de desaparecer y solo ese beso pudiera salvarnos.
Lucas inspiró con brusquedad mientras sus manos acogían mi rostro, casi con desesperación, apretándose contra mí para que pudiera sentirlo. Sentirme. Dos cuerpos vibrando bajo la ropa mojada.
Un rayo crujió sobre nuestras cabezas y su luz me deslumbró pese a tener los ojos cerrados. Miramos hacia arriba y otro destello rasgó el cielo.
Entonces, la lluvia se convirtió en un aguacero. Unas gotas gruesas que caían con furia.
Lucas me tomó de la mano y echamos a correr. Cruzamos el huerto, alcanzamos el jardín y entramos en la casa. Las luces del vestíbulo no funcionaban. Tampoco las de la escalera. Subimos casi a tientas y alcanzamos la puerta.
Entramos en el salón completamente a oscuras. Solo se oía el sonido de nuestras respiraciones y el fragor de la tormenta golpeando el tejado y azotando las ventanas. Me quedé inmóvil sin saber muy bien qué hacer. Menos valiente. Menos atrevida. Como si mi determinación se hubiese quedado a orillas del acantilado. Sin embargo, las ganas continuaban bajo mi piel, y aumentaban mientras contemplaba la silueta de Lucas frente a mí, igual de inmóvil.
Y sin saberlo, las dos gotas de agua que habíamos sido todo este tiempo dejaron de jugar a esconderse y se encontraron sobre el cristal. Se fundieron en una. Tan ciegas, tan necesitadas que no se dieron cuenta de que todo era una ilusión. Que estaban en lados opuestos y un muro invisible las separaba.
Lucas se acercó a mí, despacio. Solté un jadeo mientras me apartaba el pelo de la cara y me rodeaba la nuca con la mano. Su aliento me hizo separar los labios con otra respiración. Un segundo. Dos. Tres...
Me inclinó la cabeza hacia atrás y su boca reclamó la mía. Nuestras lenguas se enredaron y el anhelo aumentó al ritmo de las caricias, hambrientas y salvajes. También tiernas y dulces. Tiré de su camiseta y él me soltó para quitársela por la cabeza.
Me dio la vuelta y me pegó a la pared. Bajó la cremallera del vestido y su pecho se aplastó contra mi espalda, cálido y firme. Me ahogaba, pero no era aire lo que necesitaba. Sus manos se deslizaron entre la tela y mi estómago, provocando a su paso escalofríos. Noté sus dientes recorriendo mi hombro, la curva de mi cuello y la línea de mi mandíbula. Me besó de nuevo y yo me giré entre sus brazos. El vestido cayó al suelo y me quité las sandalias con dos sacudidas. Demasiado ansiosa. Demasiado viva.
Entre besos y caricias bruscas, alcanzamos su habitación. Enredé las manos en su pelo. Llevaba tanto tiempo queriendo hacerlo... Averiguar cómo sería su tacto entre mis dedos...
—Tengo que preguntarlo —me susurró sin aliento—. ?Hasta dónde quieres llegar?
Sonreí sobre su boca. La lamí. Pensaba que era evidente. Desabroché el botón de sus pantalones y tiré hacia abajo.
—Hasta donde me lleves.
Me mordió el labio con suavidad y mis ganas se intensificaron.
—Entonces... voy a llevarte jodidamente alto.
Caímos sobre la cama. Su cuerpo apretado contra el mío, con movimientos que me hacían delirar. Arqueé las caderas, buscándolo. Jadeó y sus manos se perdieron por mi piel. Estaban en todas partes, al igual que su boca. Sus dientes. Su lengua. Recreándose. Sonriendo cada vez que me impacientaba. Gru?endo cuando era yo la que lo provocaba.
Cuando se detuvo para abrir el cajón de la mesita, mi corazón estaba a punto de explotar. Cada pocos segundos, un relámpago iluminaba la habitación y yo podía verlo con total claridad. Su piel brillante, sus músculos tensos, la rigidez en su vientre y esos ojos que tanto me gustaban nublados por el deseo.
Lucas me miró desde arriba, con una mano en el colchón y la otra en mi garganta. Su pulgar dibujó mis labios. Me estremecí y contuve el aliento al sentirlo. Su cuerpo acoplándose al mío. Tuve que obligarme a mantener los ojos abiertos, no quería perderme ningún detalle.