Cuando no queden más estrellas que contar(77)
—Eso creía, pero ya no estoy tan segura.
—?Por qué?
—Porque no tenía con qué compararlo.
—?Y ahora sí?
No me atreví a decirle que sí. Que nunca antes había sentido unas emociones tan intensas como las que él me provocaba y que había hecho que me cuestionara muchas cosas. Que empezara a preguntarme si me estaba enamorando de él o si solo se trataba de las circunstancias. De la intensidad con la que lo estaba viviendo todo.
—Estás muy preguntón. —Me di la vuelta para poder mirarlo de frente y el agua se desbordó un poco—. ?Y qué hay de ti? ?Has tenido muchas novias?
Se frotó la mandíbula y echó la cabeza hacia atrás —Desde que estoy aquí, solo he tenido rollos. Nada serio.
—?Y antes de eso?
—Tuve una relación de diez a?os con una chica.
Me quedé con la boca abierta.
—??Diez a?os?! Lucas, eso es toda una vida.
—Y que lo digas.
Lo miré fijamente mientras él seguía contemplando la nada. Me moría de curiosidad. Le rodeé la cintura con las piernas.
—?Qué os pasó?
Su mirada se clavó en la mía.
—Nunca he hablado con nadie de esto.
—Pero yo no soy nadie.
Sonrió mientras me observaba. Sus manos se deslizaron por mis piernas y me atrajeron un poco más hacia su cuerpo.
Inspiró, y después exhaló.
—Se llama Claudia. Nuestros padres se conocieron en el colegio y se hicieron amigos. Estudiaron juntos, fueron padrinos el uno del otro en sus respectivas bodas, y con el tiempo se asociaron... Ya puedes hacerte una idea de lo unidos que siempre han estado. —Asentí—. Claudia y yo crecimos juntos. No tengo un solo recuerdo en el que ella no esté. Desde peque?os, nuestras familias bromeaban con que algún día nos casaríamos y, no sé si fue porque todo eso nos condicionó, o porque de verdad nos enamoramos, empezamos a salir juntos cuando teníamos unos quince a?os.
Hizo una pausa, como si estuviera ordenando sus pensamientos.
—Nunca tuvimos una buena relación, no era sana. Claudia siempre ha sido muy impulsiva y caprichosa, necesita llamar la atención constantemente. Cuando estaba conmigo, deseaba otras cosas; y cuando rompíamos, solo quería volver. Me dejó muchas veces. Decía que necesitaba conocer a otras personas, que se sentía asfixiada y que no estaba segura de sus sentimientos. Tiempo después regresaba, suplicando que volviera con ella, y yo la perdonaba. Nunca supe negarle nada y no sé por qué. No importaba cuánto da?o me hiciera.
—Dicen que el amor es ciego.
—Eso no era amor, Maya. Dolía. Nos fuimos haciendo mayores y las cosas no cambiaron, al contrario. Ya no es que me dejara plantado cada dos por tres y regresara solo cuando se daba cuenta de que yo pasaba página. Es que, además, me enga?ó con otros tíos y me culpaba a mí escudándose en que yo siempre estaba estudiando o trabajando, y que no se sentía valorada. Y me lo creía, así que me esforzaba más y se lo perdonaba todo.
—A eso se le llama maltrato psicológico y dependencia, Lucas.
—Me ha costado verlo de ese modo, pero ahora lo sé. Por fin lo sé.
—?Y tu familia lo permitía?
—Mi familia no me ayudó nada en ese sentido. Cada vez que reunía el valor para romper con Claudia, intervenían y yo volvía a ceder. Después de graduarme nos comprometimos formalmente. Mis padres organizaron la pedida de mano, compraron un anillo y nos regalaron una casa. Los de Claudia iban a encargarse de organizar la boda y el viaje, y cubrirían todos los gastos.
—Muy... tradicional todo.
—Una auténtica mierda —resopló agitado y se pellizcó el puente de la nariz—. Entonces, Claudia se quedó embarazada y nuestras familias quisieron adelantar la boda... Y es que a mí nadie me preguntaba nada. Si estaba de acuerdo, si me parecía bien, si tenía una opinión al respecto. Ellos decidían sin opción a réplica.
Me quedé sin respiración. ?Embarazada? ?Lucas tenía un hijo? No me atreví a preguntar. Sentía un nudo muy apretado creciendo en mi estómago, ascendiendo a mi garganta.
él continuó:
—Claudia tuvo una amenaza de aborto a las pocas semanas y los médicos dijeron que debía guardar reposo durante todo el embarazo. La boda se aplazó. Fueron unos meses horribles. Le provocaron el parto en cuanto fue seguro y desde el principio notamos que el bebé tenía problemas.
—Lo siento —susurré, y comencé a temer lo peor. Quizá lo habían perdido después de todo.
Lucas clavó sus ojos azules en mí.
Profundos. Heridos. Derrotados.
Y, durante un instante, vi todo lo que escondían.
—Los médicos sospechaban que podía tener el síndrome de Marfan. Es un trastorno hereditario, por lo que a Claudia y a mí nos hicieron unos test genéticos para hacer no sé qué estudio.
—?Y qué pasó? —pregunté al ver que volvía a perderse en sus pensamientos.