Cuando no queden más estrellas que contar(82)



—Solo a ti —susurró.

—Me compensa más de lo que imaginas. Además, ni siquiera sé si es posible. Quizá todo esto sea un cúmulo de coincidencias y no una se?al. Puede que mi madre diga la verdad y mi padre sea un desconocido que nunca sabrá que tiene una hija.

—O puede que Giulio sea tu padre y tampoco lo sabrá nunca.

El corazón se me subió a la garganta. ?Esas palabras significaban que iba a guardar mi secreto?

—Lo que no se sabe no puede hacerte da?o —musité.

—Yo lo sé.

—Pero no tiene que ver contigo, Lucas. Solo conmigo.

—Pero lo sé —insistió.

—También sabes lo que se siente cuando alguien toma decisiones que solo te corresponden a ti. Cuando te arrebatan esa libertad.

Ladeó la cabeza y me miró. Nuestros ojos se enredaron durante una eternidad. Sin filtros. Sin máscaras. Tan cerca... y tan lejos al mismo tiempo.

De pronto, se puso en pie y se marchó de la casa sin decir nada.





41




La conversación con Lucas me había dejado exhausta y, extra?amente, vacía. Esa sensación no era más que la calma que precede a la tempestad y, en algún momento, ese dique frágil y agrietado tras el que me protegía acabaría reventando en pedazos.

Solo era cuestión de tiempo. Después, la realidad me golpearía sin compasión y no sabía si podría soportarla.

Guardé de nuevo las fotografías en el cajón de la cómoda. Me quité la ropa despacio y la dejé caer al suelo. Desnuda, llegué hasta el ba?o. Abrí el grifo de la ducha y entré en la ba?era.

Poco a poco, el vaho me envolvió y comencé a sentirme endeble. Sola. Incompleta.

Cuando salí del ba?o envuelta en una toalla, no fui a la habitación de Lucas, donde llevaba semanas durmiendo. Me dirigí a mi cuarto, me puse una camiseta limpia y me metí en la cama.

El silencio y la oscuridad me envolvieron, y yo me sentía como si estuviera flotando en la nada más absoluta. Un vacío frío, que comenzaba a llenarse de emociones caóticas que giraban dentro de un torbellino sin control.

Qué rápido se acostumbra uno a lo bueno. A lo bonito. A sentirse completo. Qué pronto se olvida que puede acabarse y dejar de ser.

Me apreté el pecho con fuerza. Me dolía con una agonía que apenas podía soportar. Lucas me había echado, quería que me fuera. Se había terminado casi antes de empezar. Entonces, ?por qué sentía como si acabaran de arrancarme medio cuerpo?

Hundí el rostro en la almohada y ahogué un sollozo. Lamentaba tanto no haber sabido hacer las cosas de otra manera... Ser un absoluto desastre... Pero lo que ha sucedido ya no puede cambiarse, ?verdad? Solo queda aceptarlo y aguantar mientras duela. Aunque toda tu vida haya quedado trastocada. Otra vez.

Respiré hondo y me dije a mí misma que lo haría, recogería mis cosas y me largaría. ?Adónde? No lo sabía. Tampoco tenía la más remota idea de qué hacer después con todo lo demás.

Estaba agotada de tanto pensar.

No sabía qué hora era cuando oí pasos en la escalera y el chasquido de una llave en la puerta principal. Después, la del dormitorio de Lucas al cerrarse. Apreté los párpados con fuerza y me hice un ovillo más peque?o, incapaz de contener unas lágrimas que me quemaban las mejillas.

Casi me había quedado dormida cuando sentí que la puerta de mi habitación se abría. Contuve la respiración, de lado y con la vista clavada en la oscuridad. Noté su peso en el colchón y después, su cuerpo junto al mío, encajando como dos piezas perfectas. Me rodeó la cintura con la mano y me atrajo un poco más. Tenía la piel caliente y olía a tabaco.

—En esas fotos se parece mucho a ti —susurró.

—Sí.

Otro silencio. Inspiró y su aliento en la nuca me hizo estremecer.

—No es cierto lo que he dicho antes. No... No deseo que te vayas. Quiero que te quedes.

—Y yo quiero quedarme —se me quebró la voz y él hundió la nariz en mi pelo.

—Estoy muy enfadado, Maya.

—Lo siento.

—Todo esto me ha jodido mucho.

—Lo sé.

—Y no estoy de acuerdo con lo que estás haciendo. —Asentí y apreté los labios para no romper a llorar—. Pero voy a respetarlo.

Un profundo sentimiento de gratitud se apoderó de mí. Cogí la mano que él tenía sobre mi estómago y entrelazamos los dedos. Respiré hondo, y me sentí de nuevo un poquito más completa. Porque así me sentía cuando estaba con Lucas. Más yo. Más de verdad.

—Entonces, ?nadie sabe que estás aquí? —me preguntó.

—No, solo Matías.

—Y desde que te marchaste, ?tu familia no ha querido saber de ti?

—No, aunque yo tampoco lo he intentado mucho. Llamé a mi abuela un par de veces para hablar con mi abuelo, pero no lo cogió. —Me humedecí los labios y sorbí por la nariz—. No les importo, Lucas. No pasa nada.

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