Cuando no queden más estrellas que contar(84)
Mientras pedaleaba camino de la floristería, con el sol en mi piel y la brisa del mar en la cara, no podía dejar de sonreír como una idiota. Me sentía tan bien. Tan llena de alivio y gratitud por la vida que disfrutaba que me costaba no gritárselo al mundo.
Estaba aprendiendo a no hacerme preguntas para las que no tenía respuestas. A no cuestionármelo todo. A no obstinarme en llenar esos huecos que, quizá, debían estar vacíos para lo inesperado. Aprendiendo a dejarme llevar. A dejar que sucediera.
Lucas apareció a media ma?ana en la floristería con café y una caja de pastelitos. No lo esperaba y me hizo ilusión verlo entrar con el pelo revuelto, las gafas de sol sobre la cabeza y la camiseta arrugada. Siempre la llevaba arrugada.
—?Estás sola?
—Mónica acaba de irse con Tiziano. Tienen cita con el médico —respondí.
—?Se encuentra bien?
—Sí, van a hacerle una ecografía para ver cómo están los bebés. Se acerca la fecha.
él forzó una sonrisa y dejó el café y los pastelitos sobre el mostrador. Después sacó de un bolsillo un par sobres de azúcar y unas paletinas. Me percaté de la tensión que, de repente, se había instalado en sus hombros. Un pálpito me hizo pensar que ese cambio tenía algo que ver con el estado de Mónica.
—Te has quedado muy callado, ?va todo bien?
—Sí.
—?Seguro? Porque he mencionado la ecografía y te ha cambiado la cara.
Yo nunca había notado nada extra?o en ese sentido. La actitud de Lucas hacia Mónica siempre me había parecido muy normal. No obstante, ahora que sabía lo que le había sucedido con ese bebé que durante tantos meses creyó suyo, ya no estaba tan segura de lo que Lucas aparentaba.
él inspiró hondo y dejó de remover su café.
—?Sabes? Cuando me dijeron que iba a ser padre, no me alegré. No estaba preparado para algo así y no sabía cómo afrontarlo sin derrumbarme. Todo cambió cuando a Claudia le hicieron la tercera ecografía, una de esas en 3D, y pude ver la cara del bebé. Fue la primera vez que pensé en él como mi hijo y empecé a quererlo en ese mismo instante. Se convirtió en lo más importante.
—?Aún piensas en él?
—A veces.
—Siento que tuvieras que pasar por algo así.
—Y yo —susurró. Soltó el aliento de golpe y su cara se iluminó con una sonrisa al mirarme y se?alar la caja de pasteles—. ?Nata o chocolate?
—Chocolate.
Lucas se quedó haciéndome compa?ía. A ratos, distraído con el goteo continuo de clientes. Otros, con el bajo de mis pantalones cortos o el hueco entre la blusa y mi espalda.
Le di un manotazo con disimulo y sonreí a Lola, una de las clientas habituales, que también era espa?ola y solía pasarse a menudo para conversar.
—Disculpe, ?qué ha dicho?
Lola me miró un poco impaciente.
—Te preguntaba si lo de poner una aspirina en el agua funciona para que las rosas duren más tiempo —contestó.
—Pues no sabría decirle... —La mano de Lucas se coló bajo mi pantalón. Aunque sabía que Lola no podía verlo desde donde se encontraba, me estaba poniendo nerviosa—. Pero tenemos este conservante con el que las rosas le durarán dos semanas sin ningún problema.
Le mostré el sobrecito.
—?Es el mismo que me llevé para los claveles?
—Creo que sí.
—Los claveles no duraron dos semanas.
—Ya... Bueno... Puedo llamar a Mónica y preguntarle.
El dedo de Lucas rozó mi ropa interior. Le di un pisotón en el pie. él ahogó una queja, mientras se encogía con un gesto de dolor que trató de disimular. Lola lo miró preocupada.
—?Te encuentras bien?
Lucas le dedicó su mejor sonrisa.
—Tengo un juanete que me está matando.
Un ruidito estrangulado escapó de mi garganta, mientras hacía todo lo posible para no reír a carcajadas.
—Pues te recomiendo que te operes. Yo lo hice de los dos pies, y me cambió la vida —dijo ella. Después me miró a mí con una sonrisa amable—. Ponme también el conservante, aunque creo que voy a probar con la aspirina.
Le cobré el importe de la compra y le entregué el tique. Después corrí a la puerta para ayudarla a salir.
—Adiós —se despidió.
Me di la vuelta y fulminé a Lucas con la mirada.
—?Eres un crío!
Se echó a reír y arrugó la nariz con una disculpa que no sentía. Vino a mi encuentro. Me tomó por las mu?ecas y se rodeó la cintura con mis brazos.
—?No te aburres aquí? El tiempo no pasa.
—No soy un culo inquieto como tú y me gusta lo que hago. Además, nadie te obliga a quedarte —repliqué.
Hizo una mueca.
—Eso ha dolido.
Miré el reloj, era hora de cerrar. Me deshice de su abrazo y comencé a recoger. él se sentó en el taburete, sin quitarme los ojos de encima.