Cuando no queden más estrellas que contar(89)
—Pasa.
Lo seguí hasta el dormitorio principal, donde dejamos las maletas.
Era un piso antiguo, con dos dormitorios, salón, cocina y un ba?o. Vestido con unos muebles sencillos y funcionales, sin apenas decoración salvo un par de cuadros en la pared del salón, sobre el sofá.
Sonreí para mí misma al darme cuenta de que Lucas y yo habíamos vivido muy cerca el uno del otro durante varios a?os. Quizá hasta nos habíamos cruzado en alguna ocasión, sin saber que un día acabaríamos compartiendo tantos momentos.
Lucas abrió todas las ventanas y el aire nocturno entró en la casa. Acostumbrada al silencio que se respiraba en la villa, las voces y el ruido de los coches me parecieron estridentes.
—?Pedimos algo para comer? Tengo hambre —me propuso.
—Es tarde, ?no?
—Esto no es Sorrento, seguro que hay algo abierto. —Se le escapó un bostezo.
Forcé una sonrisa. Desde luego que no era Sorrento, y ya lo echaba de menos.
A la ma?ana siguiente, nos despertamos temprano para ir al hospital.
—?Seguro que quieres venir? —inquirió Lucas.
En los diez minutos que llevábamos esperando el metro, era la cuarta vez que me lo preguntaba. Lo miré de reojo.
—Si dejaras de apretarme la mano tan fuerte, igual podría decirte que no y salir corriendo —respondí. Esbozó una leve sonrisa y aflojó un poco, pero no me soltó—. No voy a dejarte solo, Lucas.
Su pecho se desinfló con una temblorosa exhalación. Asintió varias veces. Estaba muy nervioso. Incluso yo lo estaba. Después de todo lo que me había contado sobre su familia, no iba a ser un encuentro fácil para él, y yo no era capaz de dejar que se enfrentara solo a esa situación tan difícil.
Nada más llegar al hospital, nos dirigimos a la cafetería. Lucas había quedado allí con su hermana.
—?Puedes verla?
él paseó la mirada por el comedor, repleto de clientes. Tardó unos segundos en localizarla.
—Al fondo, ven.
Zigzagueamos entre las mesas y Lucas se detuvo junto a una chica morena, con el pelo recogido en un mo?o, que tecleaba distraída en un móvil.
—Hola, Lucía.
Ella levantó la vista de golpe y sus ojos se agrandaron. Eran idénticos a los de Lucas, de un azul claro que casi parecía gris. Se puso en pie, mientras lo observaba nerviosa y se frotaba las palmas de las manos en el estómago. Percibí la tensión entre ellos, las dudas, como si ninguno supiera de qué forma comportarse con el otro.
Tras un par de incómodas sonrisas, se inclinaron con torpeza y se besaron en las mejillas.
—Te veo bien —dijo Lucas.
Ella alternó su mirada entre los dos.
—Yo a ti también.
Hubo otro silencio embarazoso.
—Por cierto, te presento a Maya. Ella es... es... —Vaciló y clavó sus ojos en mí, como si esperara que yo le diera la respuesta. Me quedé en blanco—. Maya es una amiga.
No sé qué contestación esperaba —yo misma no lo había sabido—, pero me decepcionó que me se?alara solo como una amiga. Me dejó un regusto amargo en la boca y un presentimiento latiendo dentro del pecho.
Lucas y yo llevábamos juntos casi tres meses. Durante ese tiempo habíamos compartido casa, cama y nuestros pensamientos más íntimos. Sin embargo, en ningún momento habíamos definido nuestra relación. No le dimos nombre ni le pusimos etiqueta. Nunca hablamos sobre qué éramos; si es que éramos algo. Así que enfadarme no me parecía lo más racional, pero ?quién controla lo que siente?
—Hola —saludé.
Lucía forzó una peque?a sonrisa.
—?Cómo está? —preguntó Lucas.
—Lo llevaron a la UCI tras la operación y allí sigue. Su médico dice que solo podemos esperar a ver cómo evoluciona.
—?Y mamá?
—En la sala para familiares. Hemos pasado allí la noche.
Lucas inspiró hondo y enfundó las manos en los bolsillos de sus vaqueros. Su mirada vagó por el comedor.
—?Sabe que he venido?
Lucía asintió.
—?Vas a ir a verla?
—No tengo motivos para esconderme.
—Si tú lo dices —replicó ella y la atmósfera entre ellos se oscureció un poco.
Sentí una punzada sorda en el pecho al notar el atisbo de rencor contenido en esas cuatro palabras. Lucas no dijo nada. Se limitó a bajar la mirada, pero yo lo conocía como para saber que le estaba costando un mundo no saltar. Una parte de mí quiso que lo hiciera, que respondiera y no se quedara callado.
Lucía nos condujo hasta la sala de espera para familiares, que se encontraba en la misma planta donde estaba situada la UCI. Mientras recorría los pasillos, se apoderó de mí una sensación incómoda. Recuerdos de las semanas que pasé en un espacio similar, dolorosos en muchos sentidos. Aquel hospital olía exactamente igual. Quizá todos olían del mismo modo. A desinfectante, miedo e incertidumbre.