Cuando no queden más estrellas que contar(92)
Lo vi nada más doblar la esquina, con ropa de deporte y una bolsa de lona que colgaba de su hombro. Pasó muy cerca de mí, tan despistado como siempre, y no se percató de mi presencia. Lo seguí muerta de risa, hasta que se detuvo en su portal y comenzó a rebuscar las llaves.
—Sabes que tú y yo seríamos la pareja perfecta, ?verdad?
Se quedó inmóvil y su pecho se llenó con una brusca inspiración. Se dio la vuelta muy despacio y sus ojos se encontraron con los míos.
—?No me jodas! Pero ?qué haces tú aquí?
—?Sorpresa!
Vino hacia mí y me abrazó tan fuerte que me crujieron las costillas mientras me levantaba del suelo sin apenas hacer ningún esfuerzo.
—No me puedo creer que estés aquí —dijo emocionado.
Le rodeé el cuello con los brazos y sorbí por la nariz. Había tardado treinta segundos en ponerme a llorar, todo un récord.
—Estás genial.
—Tú sí que estás genial. Mírate, te fuiste de aquí hecha un saco de ojeras y huesos y ahora...
Le di un manotazo en el pecho.
—?Un saco de ojeras y huesos?
—Estás preciosa. Te ha sentado bien ese sitio. —Se puso serio y sus ojos estudiaron los míos con preocupación—. ?Qué haces aquí? ?Ha pasado algo?
—El padre de Lucas está enfermo, lo han operado y no saben si se recuperará. No quiero que pase solo por todo eso, la relación que tiene con su familia es bastante complicada.
—Pues me alegro muchísimo. ?No de que su padre esté jodido, por supuesto! —se apresuró a aclarar—. Me alegro de que estés aquí.
—Yo también. Tenía muchas ganas de verte. ?Te apetece que vayamos a tomar algo y así nos ponemos al día?
—Claro. Solo necesito cinco minutos para dejar la bolsa y cambiarme.
Enlacé mi brazo con el suyo y tiré de él en dirección contraria a su casa.
—No necesitas ponerte guapo, ya lo eres.
Empezó a reír y me siguió obediente. Con Matías las cosas siempre eran sencillas, cómodas y familiares. No importaba que hubiesen pasado tres meses desde la última vez que nos habíamos visto, el tiempo solo era un concepto ajeno a los sentimientos y las sensaciones que nos unían.
Entramos en un bar de tapas y bocadillos y nos acomodamos en una de las mesas. Pedimos varios platos para compartir y cerveza sin alcohol. El tintineo de los cubiertos y los vasos, junto con las voces de los otros comensales y la televisión de fondo, me resultó tan cercano y conocido que noté un nudo en el estómago. Un nudo agridulce. Me alegraba estar de vuelta, pero me entristecía sobremanera darme cuenta de que ya no lo consideraba mi casa.
—Bueno, cuéntame, ?cuándo comenzáis la gira, ya tenéis fechas? —le pregunté.
Asintió mientras se llevaba el vaso a los labios y daba un sorbo.
—A principios de noviembre. Comenzaremos en Londres y sí, hay muchas fechas. Más de las que se esperaban. Así que vamos a pasar bastante tiempo fuera de Madrid.
—No pareces contento.
Y no lo decía por decir, parecía la fatalidad personificada.
—Estoy contentísimo, te lo aseguro —me rebatió con un asomo de sonrisa. Entonces, se ruborizó como un ni?o, y Matías no solía ruborizarse por nada—. Es que he conocido a alguien y me jode marcharme justo ahora.
Me atraganté con un trozo de espárrago y empecé a toser. Lo miré con los ojos muy abiertos.
—?Qué? ?A quién?
—Se llama Rubén y no tenemos nada en común, absolutamente nada; pero me gusta un montón.
—?Cuándo os conocisteis?
—Hará unas tres semanas.
Fruncí el ce?o, haciéndome la indignada, y le lancé una servilleta arrugada.
—?Tres semanas! ?Y no me has dicho nada hasta ahora?
—?Joder, Maya, es que me da miedo gafarlo!
—Pues sí que te gusta.
—Es perfecto, y está tan seguro de sí mismo que me siento un crío cuando estoy con él. —Rompí a reír, porque era gracioso verlo tan ilusionado—. Te juro que nunca me había pasado nada igual.
—Háblame más de él.
—Tiene veintinueve a?os y es guapísimo. Trabaja en una asesoría, pero lo que le gusta es la música. Ha montado un grupo con unos amigos. Es el bajista.
—?Qué tipo de música hacen?
—Hardcore. —Se me escapó una carcajada y me llevé la mano a la boca—. No te rías. Hace un par de noches fui a uno de sus ensayos y... ?Dios! Me quise morir.
No podía dejar de reír. Matías solo escuchaba música clásica y de relajación, y tenía un montón de listas con sonidos de la naturaleza para poder dormir.
Matías continuó hablando. Me contó cómo había sido su primera cita, y ese primer beso que no llegó hasta la tercera. Se lo estaban tomando con calma, sin prisa, conociéndose primero con la mente y el corazón, y a ratos con el cuerpo. Me encantaba verlo tan emocionado. Era la primera vez que se sentía así de bien con otro chico y yo me alegraba tanto por él... Aunque no podía evitar un poco de miedo. No quería que nadie le hiciera da?o. Era mi ni?o.