Cuando no queden más estrellas que contar(94)



—Eso es bueno, ?no?

—Supongo que sí —musitó.

Me abrazó y apretó los labios contra mi frente. Yo disfruté de su cálido roce y del latido de su corazón en la palma de mi mano. Una sensación plácida, que me hacía sentirme adormilada. Cerré los ojos.

—He visto a Claudia, se ha pasado por el hospital.

Mis párpados se abrieron de golpe y contuve la respiración. Sus palabras me habían provocado un escalofrío y una punzada en el estómago. El silencio se alargó y yo no sabía qué decir, ni si él esperaba que comentara algo al respecto. Entonces, Lucas a?adió: —Ha sido muy incómodo. Se ha puesto a llorar y a pedirme perdón delante de todo el mundo. No me ha quedado más remedio que salir con ella al pasillo para que dejara de molestar. Aunque allí ha continuado dando un espectáculo y al final he tenido que prometerle que hablaríamos.

—?Y vas a hablar con ella?

—Le he puesto como condición que me dé tiempo.

Eso era un sí. Lucas solo me había hablado una vez de su ex. Lo hizo una tarde de julio, dentro de una ba?era llena de agua fría. Un relato escueto y conciso, pero no necesité más para darme cuenta de que esa chica se había pasado la vida manipulándolo, forzando sus sentimientos. Aprovechándose de él en tantos sentidos que al final lo había consumido. Lo había roto.

Dos a?os después, solo había necesitado un poco de drama para conseguir que él cediera a sus ruegos. Esa facilidad me asustaba.

—Si es lo que quieres...

—Es lo último que quiero, Maya, pero quizá mi hermana tenga razón y hablar con Claudia sea lo correcto.

Otra luz de alarma se iluminó en mi cerebro.

—?Tu hermana te ha dicho eso?

—Dice que Claudia y yo nunca rompimos en realidad, porque yo me negué a verla después de saber que el ni?o no era mío, y luego me largué. Piensa que ambos necesitamos quitarnos ese peso de encima, y es posible que tenga razón y este sea el momento.

Me costaba respirar. Me ahogaba. De repente, perder a Lucas se convirtió en un miedo real y ese pánico me hizo darme cuenta de lo mucho que había llegado a importarme.

—Visto así, tiene sentido.

—?De verdad lo crees?

—Bueno, solo quiere disculparse y pedirte perdón. Puedes escucharla y después reafirmarte en la decisión que tomaste hace dos a?os, si eso te hace sentir mejor. Porque... ella ya no te importa, ?verdad?

—Claro que no, Maya —dijo sin vacilar. Se inclinó y me besó en los labios—. No tengo ninguna duda, y menos ahora que la he visto. No siento nada por ella. Nada.

—?Nada de nada?

Sonrió y se colocó de espaldas, arrastrándome consigo. Yo me acurruqué con la cabeza sobre su pecho, mientras él deslizaba los dedos por mi pelo.

—Enfado, resentimiento... Eso aún lo siento, pero no como antes, y perdonarla puede que me ayude a deshacerme también de ese malestar. Me lo quitaré de encima y entonces ya no quedará nada.

—Vale.

Y quise creerlo de verdad, que fuese tan sencillo como él lo hacía parecer. Sin embargo, una vocecita había aparecido en mi cabeza, susurrándome cosas que no quería oír.

—Me alegro de que hayas venido conmigo —musitó poco después, con el sue?o enredándose en sus palabras.

—Cómo iba a dejarte solo, somos amigos.

Dejé caer esa piedra a sus pies. Lo hice a propósito, porque necesitaba ver si tropezaba o saltaba por encima. Porque no sabía qué era yo para él, qué significaba, y mi cobardía me impedía preguntarle directamente. Si lo hacía, podía ser que su respuesta se convirtiese en un disparo directo a mi corazón. Podía ser que me viera obligada a confesar mis propios sentimientos y la simple idea de exponerme de ese modo me paralizaba.

—Lo somos —respondió.

La decepción clavó sus garras heladas en mi pecho. Y lo sentí. El amor. El dolor. Una ansiedad horrible y una inseguridad que me hizo sentirme muy sola.

La respiración de Lucas se volvió profunda, tranquila. Sus manos se quedaron flojas sobre mi cuerpo. Las mías se aferraron al suyo y así me quedé dormida.





48




Pasé quince minutos debatiéndome entre abrir el mensaje de Mónica o no abrirlo. Me daba miedo lo que pudiera encontrar. La culpa y los remordimientos que sentía tampoco me ayudaban. Había hecho las cosas mal. Había metido la pata hasta el fondo con Giulio y Dante. Había huido de todo y de todos sin dar la cara ni mirar atrás.

?Qué decía eso de mí? ?Que eres humana?, me repetía Lucas siempre que yo sacaba el tema.

No me consolaba. Sentía que la vida me había puesto a prueba y que yo no había dado la talla. No había asumido las consecuencias de mis decisiones, y es que las personas sufren por las cosas que decimos, pero también por las que callamos. Incluso por las que no hacemos y evitamos, así que abrí el mensaje.

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