Cuando no queden más estrellas que contar(99)
Miré de nuevo la foto de los bebés y tuve que parpadear varias veces para deshacerme de las lágrimas y verla con claridad. Eran preciosos, y tan peque?itos... Ojalá hubiera estado allí. Pero no estuve y dudaba de que algún día lo hiciera.
Me quedé en aquel sofá sentada durante horas.
Fuera, al otro lado de la pared, el mundo seguía girando. Los días pasaban. La vida lo hacía.
53
A veces, la vida se convierte en una gran ola. En apariencia solo ves agua y espuma, nada que deba darte miedo. Nada que pueda hacerte da?o. Y te confías. Permaneces en la orilla, observando cómo se acerca.
En realidad, lo que se aproxima es un muro sólido e impenetrable a cuyo impacto es imposible sobrevivir. Pero así es la vida, ?no? Nada perdura; hasta la ola, por muy grande que sea, desaparece al romper en la playa. Y sucede en un instante.
54
Cuando desperté, Lucas ya se había marchado.
Me quedé en la cama, abrazada a la almohada con la mirada perdida en la pared. Tampoco tenía nada mejor que hacer. Llevaba dos semanas en Madrid y el tiempo comenzaba a pesarme como una losa. Pasaba los días sin hacer nada, sumida en una especie de espera que empezaba a alargarse, y no me quedaba más remedio que tener paciencia.
Se suponía que aquella situación era transitoria. El padre de Lucas había mejorado mucho y en cualquier momento los médicos podrían enviarlo a casa. Cuando ocurriera, Lucas y yo tendríamos que hablar. De mis opciones, de las suyas, de hasta qué punto eran compatibles. Mientras, no había mucho que yo pudiera hacer, salvo pensar. Quizá demasiado. Y esperar.
Al menos, esa noche había quedado con Matías para cenar. Quería presentarme a Rubén. Y era la ocasión perfecta para que él conociera a Lucas, que me había prometido que asistiría.
El teléfono me arrastró fuera de las sábanas. Era Fiodora. Quedamos para comer en un restaurante cercano al conservatorio. Cuando llegué al local, ella ya me esperaba en una mesa. Se levantó para darme un abrazo y nos sentamos una al lado de la otra, con nuestras manos unidas sobre el mantel.
Pedimos el menú y, mientras comíamos, nos fuimos poniendo al día. Yo le hablé de los meses que había pasado en Italia, de Lucas y de Giulio. De lo mal que habían acabado las cosas allí y los motivos de mi inesperado regreso.
Ella me contó que ese iba a ser su último curso como profesora en el conservatorio. También que en unos meses dejaría su puesto como maestra repetidora en la compa?ía. Su cuerpo ya no tenía la misma energía ni la misma agilidad que antes. La jubilación ya no le parecía una idea horrible y pasar tiempo con su familia se había convertido en una necesidad.
—Podría proponerte como mi sustituta. Lo harías bien.
La miré muy seria y sorprendida.
—?Te refieres a ser repetidora en la compa?ía?
—Sí.
—No tengo formación.
—Tienes todo lo que se necesita y, con un poco de cuidado, tus lesiones no te limitarán. Si yo puedo hacerlo a estas alturas, tú serás mil veces mejor. Podemos intentarlo.
—Es una oportunidad, no te lo voy a discutir.
—Es un trabajo, Maya. Es estabilidad, independencia y un futuro en algo que te gusta.
—No sé, Fiodora...
—Aún tienes tres meses para pensarlo.
Bajé la mirada a las miguitas de pan que salpicaban el mantel y comencé a aplastarlas con la punta del dedo.
—Ni siquiera sé si me quedaré en Madrid. No tengo ni idea de qué voy a hacer.
Ella sacudió la cabeza y estudió mi rostro con una peque?a sonrisa.
—?Puedo darte un consejo?
—Claro.
Cogió mi mano entre la suya.
—No sigas a nadie, y menos a un hombre. Si vuestro camino es el mismo, adelante, hazlo con él. Pero si no es así, por mucho que te duela, busca tu propio rumbo.
Sus palabras me provocaron un escalofrío.
—?Por qué dices eso?
—Porque te mereces una vida que te pertenezca solo a ti. El tiempo pasa, Maya. No vuelve, no se detiene y sigue una única dirección. Siempre hacia delante. Un día llegarás a mi edad y mirarás atrás, ?qué te gustaría ver cuando llegue ese momento?
Recordé las palabras que una vez me dijo, la vehemencia con que las pronunció.
—Que he sido la protagonista de mi propia historia y no solo una secundaria en la vida de otros.
—Eso es. Por mucho que Lucas te importe, no puedes basar tus elecciones dando prioridad al papel que él tendrá en tu vida. En cuanto a Giulio, te digo lo mismo. Solo tú puedes decidir dónde, cuándo y cómo permanecer. Cómo ser. No olvides que tu derecho a saber es tan importante como el suyo a ignorar la verdad. Y lo principal: no tiene nada de malo ser un poco egoísta a veces.
Me la quedé mirando, meditando todo lo que había dicho. Y empecé a verme a través de sus ojos, a escucharme en el eco de mis propias palabras. Todos tenemos nuestro hueco en el mundo y, en lugar de buscar el mío, yo estaba a la espera de que otros me dijeran qué espacio ocupar.