Cuando no queden más estrellas que contar(100)



Estaba convencida de que los últimos tres meses me habían cambiado, que ahora era otra persona. Una Maya distinta. Pero no era cierto. La vida que había creído fácil todo este tiempo, a mi alcance y controlable, solo era un espejismo.

Tragué saliva, notando que me faltaba el aire, y continué con esa sensación el resto de la tarde, mientras me movía por la casa incapaz de sentarme o hacer cualquier otra cosa. Solo podía pensar en ese nudo que cada día se apretaba un poco más en mi interior.

Hasta que llamaron a la puerta.

Miré la hora en el reloj. Eran casi las siete. Pensé que se trataba de Lucas y que por algún motivo no llevaría las llaves encima. Llegaba un poco tarde. Aun así, teníamos tiempo suficiente para prepararnos e ir a casa de Matías.

Corrí a la puerta y la abrí de un tirón. La sangre se me congeló en las venas al ver a Claudia en el pasillo.

—?Lucas está aquí?

?Hola a ti también?, pensé.

—No.

Me miró de arriba abajo.

—Bueno, pues lo esperaré.

Hizo el ademán de entrar, pero yo me interpuse sin pensar. Un paso a la izquierda que di por puro instinto. Un impulso de autoprotección.

—Lo siento, pero tengo que salir.

—?Y?

—Pues que no sé si Lucas estaría de acuerdo con esto.

Me dedicó una sonrisa burlona y se apartó el pelo de la cara. Sus manos lucían una manicura perfecta en la que era imposible no fijarse.

—Espero que seas consciente de que aquí solo eres una más que ha conocido. Y que esta fue mi casa.

Solo eran palabras de despecho, pero me dolieron como si una hoja afilada me atravesara el estómago.

—Sí, tú lo has dicho, fue tu casa. Ya no.

Bajó la mirada un momento y las aletas de su nariz se dilataron. Luego se lamió los labios y negó con la cabeza.

—No te acomodes mucho aquí —dijo con voz queda.

Después dio media vuelta y se dirigió al ascensor.

Yo empujé la puerta con manos temblorosas. El corazón me palpitaba con fuerza y me retumbaba en las sienes. Fui al salón y me asomé a la ventana. La vi cruzar la calle y detenerse en la acera de enfrente. Y allí se quedó. Había ido en busca de Lucas y era evidente que no pensaba marcharse sin verlo.

Yo permanecí tras las cortinas, con una opresión en el pecho que me hacía difícil respirar. Y como si mis pensamientos lo hubieran invocado, él apareció momentos después. Caminaba con paso rápido y miraba hacia arriba, al edificio, con la chaqueta colgando de un hombro y el maletín de su ordenador del otro.

Entonces vio a Claudia y frenó en seco. Ella corrió a su encuentro. Comenzaron a hablar y yo no podía apartar la vista de ellos. Lucas parecía tenso y retrocedía un paso cada vez que ella trataba de acercarse. La conversación se alargó y tuve la impresión de que el tono de la misma subía por momentos, al tiempo que los gestos de Claudia se volvían más enérgicos.

De pronto, Lucas alzó las manos en una actitud de derrota y asintió con la cabeza varias veces. Intercambiaron algunas palabras más. Luego, él sacó su teléfono del bolsillo y sus dedos se movieron por la pantalla. Segundos después, el mío vibraba sobre la mesa por un mensaje.

Me quedé paralizada al ver que se alejaban juntos.

Cerré los ojos con fuerza, esa imagen me había hecho da?o. Respiré hondo y aparté mis miedos. Sabía que podía confiar en Lucas. Aunque nunca habíamos hablado de nuestra relación ni la habíamos etiquetado, el respeto y la exclusividad estaban implícitos entre nosotros desde el primer momento.

No obstante, tenía el presentimiento de que lo estaba perdiendo de igual modo. Solo conocía de su pasado lo poco que él me había contado, pero creía tener una visión muy clara de cómo había sido. Ahora sospechaba que la inercia que siempre lo había arrastrado hacia su familia tiraba otra vez de él en esa dirección. Esa gente tenía un don para manipularlo y habían logrado, en solo dos semanas, que Lucas volviera a su antigua vida. A respirar y pensar solo por ellos y para ellos.

Se estaba convirtiendo en esa persona que había jurado no volver a ser.





55




El mensaje de Lucas era escueto y no daba detalles.

Me ha surgido algo, adelántate tú. Envíame la ubicación y yo iré en cuanto pueda.

Y eso hice, le envié la dirección sin más. No a?adí nada, ni bueno ni malo, aunque había muchas cosas que me moría por decirle y ninguna era amable. Quizá porque una parte de mí pensaba que él no las merecía realmente. Quizá porque yo también vivía dentro de mi propia inercia, en la que había aprendido a guardar silencio, a no quejarme y a darlo todo por los demás. A soportar cada revés sin respirar. A aceptar las cosas como venían y conformarme.

Llamé al timbre. La puerta se abrió y me recibió el rostro alegre de mi mejor amigo. Su sonrisa se borró en cuanto miró por encima de mi hombro y comprobó que no había nadie más.

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