Cuando no queden más estrellas que contar(102)
—?Qué insinúas?
—Nada.
—?Esperas que pase los días sola y encerrada en tu piso cuando tú apenas apareces por allí?
Tenía las mejillas rojas y una expresión de arrepentimiento que me hizo flaquear un poco en mi postura.
—No he dicho eso.
—Pues menos mal, porque no hago nada que no estés haciendo tú primero. Al menos, yo veo a mi ex sin escondértelo.
—?Y eso qué significa? —preguntó con recelo.
—Te he visto hablar con Claudia y marcharte después con ella, y en lugar de decírmelo tal cual, me envías un mensaje con un ?Me ha surgido algo?.
Expulsó el aliento contenido y sacudió la cabeza.
—Iba a contártelo.
—?Cuándo?
—Pensaba hacerlo ahora, en casa.
—Pues esta acera me parece igual de buena para eso —lo reté.
Se me quedó mirando, sin apartar los ojos de mí en ningún momento. Nunca los apartaba, era algo que me había llamado la atención de él desde el primer momento. Su forma de mirarme, abierta, limpia y sincera.
—La he encontrado esperándome en la calle cuando llegaba del trabajo.
—Lo sé, ya te he dicho que la he visto. Se ha presentado en tu casa, quería esperarte dentro, pero yo no me sentía cómoda dejándola entrar.
Frunció el ce?o y la sorpresa pintó su rostro.
—?Ha estado en el piso?
—?No te lo ha dicho?
Sacudió la cabeza muy despacio. Después alzó la mirada al árbol que se levantaba sobre nosotros desde una jardinera. Supe lo que estaba cavilando, porque yo tenía el mismo pensamiento y en ciertas cosas éramos muy parecidos. Claudia, con su carita dulce y sus ojos grandes, era una lianta de mucho cuidado, con una facilidad maliciosa para provocar malentendidos a su conveniencia.
—Solo hemos hablado, Maya; te lo juro. Desde que llegué, no ha hecho otra cosa que perseguirme y al final he cedido. He pensado que era lo mejor, darle lo que quería y que así me dejara en paz.
—?Y qué quería?
—Justificarse por todo lo que pasó, pedirme perdón... —Tragó saliva—. Y le he dicho que sí, que la perdonaba. Lo que sea para dejar todo esto atrás de una vez. Estoy cansado de sentirme incómodo siempre que la veo. Quiero ir a casa de mis padres sin comerme la cabeza pensando que tendré que encontrármela allí, porque, me guste o no, es una parte más de mi familia. Esto es lo mejor que puedo hacer.
—Si lo tienes claro...
Se pasó la mano por la nuca.
—Me jodió la vida y la odié por ello, pero ahora ni siquiera eso. No siento nada por ella. Solo... pena —susurró a media voz—. ?Me crees?
—No tengo motivos para dudar de ti, Lucas.
—Solo intento hacer lo mejor para todos. Lo correcto. Aunque a veces no tenga muy claro qué es.
—Está bien.
Acortó la distancia que nos separaba y acunó mi rostro con sus manos.
—No soporto que te enfades conmigo.
—No estoy enfadada contigo. Es todo: la situación, estar sola... —Me humedecí los labios y los suyos se entreabrieron—. Llevo aquí dos semanas de brazos cruzados, y tampoco puedo hacer nada porque aún no tengo claro si Madrid es una opción para mí.
—Para mí no lo es, Maya. Hasta he pensado en vender el piso. Esto... Esto es pasajero. No quiero quedarme aquí.
Su mirada me rompía y a la vez me arreglaba. Me daba esperanza. Yo no quería perderlo, quería seguir con él. Encontrar otro rincón perdido, lejos de todo y de todos, donde solo tuviéramos que dejarnos llevar. Donde dejar que sucediera. No necesitaba más.
Se me cerró la garganta. Los ojos me escocían.
—?De verdad?
Me colocó un mechón de pelo tras la oreja.
—Sí. Aunque mi padre tiene razón sobre que no es un buen momento para el mercado inmobiliario y quizá deba esperar unos meses.
—Parece que estáis solucionando vuestros problemas.
—Lo intento. —Inspiró y me abrazó contra su pecho—. Solo necesito que aguantes un poco más. Mi padre volverá pronto a casa y tomará las riendas de todo. Mi hermana lo ayudará, está más cualificada que yo, y ahora él parece dispuesto a que ella forme parte del negocio.
—?Y antes no?
—En ese sentido, siempre ha sido un poco machista.
—Ya...
—No sé, ver que se moría puede haberle hecho cambiar de perspectiva. Lo que trato de decir es... —soltó todo el aire de golpe— que me encanta estar contigo y no quiero joder lo que tenemos.
Me aparté para verle el rostro.
—?Y qué tenemos, Lucas?
—Pues esto, tú y yo.
Esa respuesta no me bastaba.
No era suficiente.
Sin embargo, no insistí.
Lo dejé estar y permití que las dudas se apoderaran de mí otra vez. Esa inseguridad que me consumía un poco más cada día. Tampoco tuve valor para ser yo la que se abriera a él.