Cuando no queden más estrellas que contar(97)
Horas más tarde, Lucas me escribió para avisarme de que comería fuera con el socio de su padre y que después iría al hospital. Una parte de mí se enfadó con él. Sabía que era injusto, pero las emociones no se pueden controlar. Nacen, crecen, se extienden como raíces que se alimentan de ti y te rodean. Puedes fingir no sentirlas. Convencerte de que no existen, pero eso no las hará desaparecer. Son sombras con vida propia. No importa cuánto corras, cuánto trates de alejarte, siempre estarán ahí, pegadas a tus pies. Las proyectarás incluso en los días nublados.
Ese enfado se quedó conmigo el resto del día y aumentó cuando mis pensamientos regresaron a Sorrento, a Giulio, Catalina y todos los demás. A las noches en el jardín, los días de playa y tantas madrugadas arropada por el cuerpo de Lucas. Quería esa vida más que nada y haberla perdido me estaba destrozando. Esa era la verdad.
Matías me llamó a media tarde. Era el cumplea?os de Rodrigo e iban a darle una sorpresa al acabar el ensayo. Mi negativa a asistir enquistó algo más mi propio malestar. No sirvió de nada, Matías era experto en desmontar mis excusas y durante diez minutos desbarató cada evasiva que se me ocurría. Me hizo sentir como una tonta por querer evitar a Antoine y Sofía, y un poco idiota por intentar pasar de los que habían sido mis compa?eros durante tanto tiempo. Por ocultarme de todo y de todos como si hubiera cometido un crimen.
—Tú ganas, allí estaré.
—A las ocho en La Cantina, no llegues tarde.
A las ocho menos diez entraba en las instalaciones de Matadero y me dirigía al café en el que habíamos quedado. Me gustaba ese lugar, escondido bajo las antiguas calderas, y me gustaba mucho más su patio, repleto de plantas y palés transformados en mobiliario.
Todos estaban allí cuando llegué, y enseguida me vi rodeada por un montón de abrazos, besos y saludos. Me emocioné, fue imposible no hacerlo. Al mismo tiempo me sentía estúpida por haber estado a punto de perdérmelo. Por ser tan rara y, en ocasiones, antisocial. Por abandonar tan rápido lo que me importaba y no permanecer cuando mi lugar sí lo hacía. Cuando nadie me había echado.
—?Maya!
—Fiodora —exclamé.
Me llenó la cara de besos.
—Ni?a mala, ?por qué me entero así de tu vuelta?
De repente, las voces se apagaron y solo quedaron murmullos y algunas risas. Eché un vistazo a mi alrededor y mi mirada se cruzó con la de Sofía. Me sorprendió no sentir nada. Ni bueno ni malo. Nada. Cualquier herida que pudiera haber tenido ya no estaba allí. Ni siquiera la huella. Ni el recuerdo.
Me reí al ver a Matías guiando a Rodrigo con los ojos vendados. Antoine iba con ellos. Nuestros ojos se encontraron y pude ver en los suyos la sorpresa. No esperaba encontrarme allí. Ni Rodrigo, que vino a mi encuentro nada más descubrirme entre todos aquellos rostros.
—Feliz cumplea?os —dije mientras lo abrazaba con fuerza. Después lo miré e hice un mohín con los labios—. No te he traído ningún regalo.
—El regalo eres tú. ?Cuánto me alegro de verte!
Me reí y me dejé abrazar de nuevo.
La noche avanzó y yo me sorprendí a mí misma divirtiéndome, charlando y riendo.
Me levanté para ir al ba?o y al volver me detuve en la barra para pedir un té con hielo. Había un montón de gente y al darme la vuelta mi espalda chocó con algo sólido. Giré y me encontré con Antoine. Me miraba vacilante y una peque?a sonrisa se insinuaba en su cara.
—Hola.
—Hola —repetí.
Dejó escapar un suspiro pesado y su sonrisa se hizo más amplia.
—Vaya, estaba convencido de que no ibas a hablarme.
—Aun así, aquí estás.
—Sí. —Se pasó la mano por el pelo y cambió de pie el peso de su cuerpo—. Te he llamado y escrito muchas veces estos últimos meses.
—Lo sé, pero no quería hablar contigo —admití en voz baja.
Sus ojos verdes se apagaron un poco, mientras su pecho volvía a llenarse de aire.
—Lo siento mucho, Maya; fui un imbécil por no valorar lo que teníamos y no ha pasado un solo día sin que me arrepienta de lo que hice. Yo... Si tú quisieras... Nosotros...
Alcé la mano, rogándole que no continuara.
—Estoy con alguien, Antoine.
él inspiró y asintió un par de veces. Sus dedos apretaron con más fuerza la botella de agua que sostenían. Abrió la boca y yo me preparé para recibir un comentario herido. Sin embargo, solo soltó otro suspiro.
—?Vais en serio?
—No lo sé, la verdad; pero me gustaría —respondí con sinceridad.
—?Dónde os conocisteis?
—En Italia.
—?Italia? Espera un momento, ?es allí donde has estado todo este tiempo?
—Sí. ?No lo sabías? ?Matías no te dijo nada? —inquirí.
Nunca lo había hablado con Matías, pero una parte de mí pensaba que, ya que eran amigos y vivían juntos, le había dado algún detalle sobre mi paradero los últimos meses.