Cuando no queden más estrellas que contar(93)



Después de cenar, deambulamos durante un rato por las calles. Matías apretaba mi mano entre la suya y deslizaba el pulgar sobre mis nudillos. Sonreí al rememorar otros paseos juntos. Era algo que siempre nos había gustado hacer, caminar en silencio porque no teníamos la necesidad de llenarlo con palabras. Nos entendíamos a niveles que muy poca gente compartía y, a veces, solo nos bastaba el contacto de nuestras manos, una mirada fugaz o una inspiración un poco más brusca para leer en el otro como en un libro abierto.

—?Vas a contármelo? —me preguntó al cabo de un rato.

Lo miré de reojo.

—Tú tenías razón, debí decírselo nada más llegar. Hice mal callándome y ahora se ha estropeado todo.

Matías se detuvo y se plantó frente a mí. Sus ojos se clavaron en los míos. Me estudió durante unos segundos y después me atrajo a su pecho con un abrazo.

—?Joder, mi ni?a, lo siento mucho!

—He metido la pata hasta el fondo, Matías.

—Seguro que puede arreglarse.

—No creo...

A nuestra espalda había un peque?o parque infantil y Matías me condujo hasta un banco. Nos sentamos muy juntos y él me rodeó los hombros con el brazo.

—Venga, cuéntamelo todo.

Y eso hice. Le hablé de Dante y sus celos infundados. De cómo Giulio había aparecido en el piso y oído la conversación. Lo mal que se había tomado todo lo que yo le revelé después. La intensidad de su rechazo y su negativa rotunda a pensar en ello, a considerarlo siquiera.

—Tendrías que haberte quedado allí, Maya.

—?Para qué? él no quiere saber nada.

—?Pues que se joda! —exclamó enfadado—. Se folló a tu madre y nueve meses más tarde naciste tú. Puede que no sea tu padre, pero también puede que sí. La posibilidad existe, que apechugue con ella.

—No puedo obligarlo, y menos a estas alturas.

—Ya sé que no puedes obligarlo, pero... ?Mierda! Tienes derecho a exigírselo y, si finalmente resulta que no, pues nada, cada uno a lo suyo. Y si es que sí...

—No es tan sencillo —lo corté.

—Ya lo sé, pero debiste quedarte allí e intentarlo porque, en el fondo, tú no has hecho nada malo, Maya.

—Es posible, pero me agobié y... —Suspiré—. Tampoco podía dejar a Lucas solo. —Matías frunció el ce?o y luego puso los ojos en blanco—. No es una excusa. Si supieras todo lo que yo sé sobre él, lo entenderías. No te haces una idea de cómo es su familia, y él haría lo mismo por mí.

—?Y qué pasará cuando Lucas solucione sus problemas aquí y decida volver?

—Quizá no quiera volver —dije en voz baja.

Lo miré a los ojos sin ocultar mi desazón. Tampoco podría haberlo evitado, porque ya no era capaz de esconder lo que sentía, y menos a él. Ya casi no me reconocía. Ya no era la misma persona que tres meses atrás. Me había acostumbrado a dejarme llevar. A permitir que sucediera. A que mi instinto tomara las riendas y los deseos marcaran mi ritmo. Me movía por impulsos y se me olvidaba pensar en el ma?ana. Me limitaba a vivir los instantes. A volar alto. Puede que demasiado.

—?Sabes? —susurré. Matías me miró de reojo—. Encontré mis alas.

—Nunca las perdiste.

Se me escapó una peque?a risita al comprobar, una vez más, que no había nada que él no supiera de mí. Que recordaba todas las locuras absurdas que le había ido contando a lo largo de los a?os.

—Ahora siento que se rompen.

—Tú volarías hasta con las alas rotas, Maya. Pero si te sirve de algo, todo lo que se rompe puede remendarse.

—?De verdad?

—Claro que sí, tonta. Mi punto de cruz es la hostia, yo me encargo.

Me miró y yo lo miré. Rompimos a reír. Así de fácil. Porque sabía que lo decía en serio, él nunca permitiría que yo me estrellara contra el suelo. Sus brazos siempre estarían allí un segundo antes.





47




Me desperté al notar su cuerpo deslizándose entre las sábanas. Su mano se coló bajo mi camiseta y la posó en mi estómago. Tiró de mí hacia él y mi espalda encajó en su pecho. Inspiró con la nariz entre mi pelo y dejó salir el aire muy despacio.

—Hola —susurré.

—Hola.

—?Qué hora es?

—Casi las nueve.

Cerré los ojos otra vez y su abrazo me ci?ó más fuerte.

—?Cómo sigue?

—Igual. —Suspiró—. Una enfermera me ha dejado entrar a verlo en el cambio de turno. No... no esperaba encontrarlo así, ?sabes? Tan... tan hecho polvo. Parece que ha envejecido diez a?os.

—?Tú estás bien?

—Se ha emocionado al verme.

Me di la vuelta y lo miré en la penumbra. Deslicé el pulgar por su cara, como si así pudiera borrar las ojeras que le oscurecían la mirada.

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