Cuando no queden más estrellas que contar(88)
Me quedé sin aliento.
—Lo siento mucho, Lucas. ?Cómo estás?
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Mi hermana dice que debo ir a verlo.
—?Y tú qué crees?
—Que me costó mucho dejarlos atrás como para volver ahora, pero...
Soltó un suspiro entrecortado y se frotó el mentón.
—Aunque te hicieron da?o, son tu familia —aventuré.
—Sí —convino sin apenas voz—. Sin embargo, nunca han sido una buena familia y no merecen nada por mi parte. Esa es la verdad.
Con los dedos le retiré los mechones que le caían por la frente.
—Hagas lo que hagas, hazlo solo por ti. Ni por ellos ni por nadie.
Sus ojos se clavaron en los míos. Parecía tan indefenso, con tantas dudas contenidas en sus pupilas dilatadas...
—?Crees que debería ir?
—No lo sé. Si se está muriendo... —Hice una pausa para pensar muy bien lo que quería decir—. Si se muere y no estás allí, ?te arrepentirás? Porque somos así de idiotas, y tú eres demasiado bueno.
Se sentó en el suelo y se frotó la cara con las manos.
—No tengo ni idea de lo que sentiré. Ni siquiera sé cómo me siento ahora.
—Tus padres no se portaron bien contigo e hiciste bien en marcharte, pero eso no borra lo que son. Tú lo sabes y yo también lo sé.
—No sé qué hacer.
—?Quieres despedirte? ?Quieres intentarlo al menos?
—Una parte de mí cree que debería, aunque... —Su rostro se transformó con un gesto de desesperación—. ?Joder!
—Te fuiste sin decir nada y no habéis vuelto a hablar. Puede que esta sea la oportunidad para que lo resuelvas y te quites ese peso de encima.
Tragó saliva y vi que sus ojos se cubrían con un velo brillante. Se retorcía los dedos, nervioso. Podía ver el rechazo que le causaba la simple idea de regresar a Madrid, volver a ver a su familia. El pánico arremolinándose a su alrededor.
De repente, parecía un ni?o perdido. Un ni?o asustado en busca de protección.
—Puedo acompa?arte —a?adí. Su mirada se clavó en la mía con un anhelo que me hizo sonreír un poco—. Si tú quieres.
—?De verdad?
Asentí con la cabeza.
—Y si una vez allí no te sientes capaz, nos largamos a cualquier otra parte. Eso se nos da bien.
Una peque?a sonrisa se dibujó en su boca.
—No puedo pedirte eso, Maya.
—?Y qué voy a hacer, quedarme aquí tal y como están las cosas con Dante y Giulio?
—Maya...
Fue lo único que dijo, mi nombre, con la voz emocionada, casi ahogada. Luego tiró de mí y me sentó en su regazo. Nos abrazamos. Tan solo eso, pero se convirtió en el momento más íntimo que habíamos compartido nunca.
45
Esa misma ma?ana hicimos las maletas y llamamos a un taxi que nos llevaría a la parada de autobuses. Sé que estuvo mal. Fue un acto egoísta y cobarde, pero le pedí a Lucas que nos marchásemos sin despedirnos de nadie. No sabía si lo ocurrido con Giulio iba a permanecer enterrado tal y como él había dicho o si ya lo sabría todo el mundo.
De un modo u otro, era incapaz de enfrentarme a lo que yo misma había provocado.
Una vez en Nápoles, mientras esperábamos el tren que nos llevaría a Roma, Lucas llamó a Catalina y le explicó el motivo por el que nos habíamos marchado tan rápido y sin avisar.
él no me dijo si ella había comentado algo sobre mí y yo no le pregunté.
Conseguimos pasajes para un vuelo que despegaba a las nueve de la noche.
No hubo retrasos ni contratiempos, y a medianoche pisábamos Madrid.
Me resultó raro volver a recorrer las calles de mi ciudad. Solo habían transcurrido unos meses desde mi huida, pero a mí se me antojaba una eternidad. Sentía una distancia enorme con todo lo que me rodeaba, también conmigo misma. La Maya que había regresado no tenía nada que ver con la que un día se fue. Lo notaba en las tripas, en las sensaciones que me recorrían la piel.
Lucas posó su mano temblorosa sobre la mía y yo se la apreté con fuerza para tranquilizarlo. En ese momento, él era lo que más me importaba y preocupaba.
El taxi se detuvo y Lucas pagó la carrera.
Sacamos el equipaje del maletero y nos dirigimos al portal del edificio donde se encontraba su piso. Un apartamento que a?os atrás heredó de su abuelo. Había vivido en él desde que comenzó sus estudios en la universidad, hasta el mismo día que se largó sin mirar atrás. Ahora llevaba dos a?os cerrado.
Entramos en el ascensor y subimos a la última planta.
—Es aquí —susurró.
Giró la llave en la cerradura y esta cedió con un ligero chirrido. Un aire cargado y un poco rancio atravesó el umbral. Lucas entró, trasteó a oscuras detrás de la puerta y las luces del pasillo se encendieron.