Cuando no queden más estrellas que contar(83)
—Sí que pasa, Maya. Lo sé mejor que nadie.
Tiró de mi mano para que me diera la vuelta. Me giré y me coloqué de lado. Busqué su rostro en la oscuridad.
—De peque?a pensaba que me quería.
—?Te refieres a tu abuela o a tu madre?
—No sé, supongo que a las dos. Pensaba que me querían y que lo harían para siempre, porque así son las cosas, ?no? La familia te quiere. —Acaricié su mandíbula con los dedos hasta llegar a sus labios—. Pero no fue así y, a veces, siento que no he hecho lo suficiente para merecerlo.
Lucas pegó su frente a la mía y me cubrió la mejilla con su mano.
—Tú no tenías que hacer nada. Así que deja de preguntarte si mereces o no que te quieran y simplemente deja que alguien lo haga, Maya. Déjate querer.
Parpadeé sorprendida.
—?Crees que no dejo que me quieran?
—Creo que te has convencido de que no es posible que alguien pueda quererte, y no te das cuenta de que estás rodeada de personas que ya lo hacen.
El corazón se me detuvo en el pecho antes de reanudar su movimiento con un ritmo errático.
?Que ya lo hacen?, repetí en mi mente.
Lucas me rozó la mejilla con el pulgar. Estábamos tan cerca que compartíamos el mismo aliento. Un milímetro más y encontraría su boca. Pero había tanto en ese espacio entre nosotros, justo antes de besarnos, que necesitaba alargarlo un instante más. Necesitaba perderme en ese silencio que decía mucho más que las palabras. En el anhelo que revoloteaba como una mariposa entre sus labios y los míos.
Un segundo. Dos. Tres...
?Cómo se ignora lo que late en tu interior? No se puede.
42
Durante las semanas siguientes, volvimos a caer en nuestra cómoda rutina como si nada hubiera pasado. No volvimos a sacar el tema de las fotos ni comentamos nada a ese respecto. Aunque, en ocasiones, descubría a Lucas mirando a Giulio con cierta preocupación. Observándonos cuando estábamos juntos, con un montón de emociones desfilando por su rostro que no lograba identificar.
No quise mencionarlo y lo dejé estar. Suponía que, con el tiempo, él dejaría de pensar tanto en ello.
Esa ma?ana, cuando desperté, lo encontré mirándome desde el otro lado de la cama. Había vuelto a dormir en su habitación cada noche. Ahora, un poquito más mía. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Continuamos en silencio, mientras sus ojos se movían por mi cara de la misma forma que los míos por la suya, y sentí como si algo nuevo vibrara entre nosotros. Una emoción distinta que parecía emanar de nuestros cuerpos e inundar el aire a nuestro alrededor. Algo suave y bonito, que casi podía tocar con los dedos.
Una cálida expresión apareció en su mirada, y mis sentimientos se reflejaron en sus ojos en el momento en que se inclinó y me besó.
El mundo desapareció. Aunque el tiempo no se detuvo.
—Llego tarde, llego tarde... —murmuré mientras daba saltitos para subirme el pantalón.
—A una cita muy importante. No hay tiempo para decir ?hola, adiós? —tarareó Lucas desde la cama con una risita.
—?Qué?
—?No es eso lo que dice el Conejo Blanco?
—?El Conejo Blanco?
—Sí, ya sabes, Alicia en el país de las maravillas.
Parpadeé al darme cuenta de qué me estaba hablando.
—Pues no tengo ni idea. No he leído el libro y era muy peque?a cuando vi la película.
—?Y no hay un ballet sobre Alicia en el país de las maravillas?
—Sí que lo hay —respondí al tiempo que me inclinaba para darle un beso—. Me voy.
—Adiós —me susurró.
Yo le dediqué una leve sonrisa y salí de la habitación.
Poco después, bajaba las escaleras como una exhalación. Se me había ocurrido una idea realmente buena y estaba emocionada.
Llamé a la puerta de Giulio.
Dante abrió pasados unos segundos, aún en pijama y con el pelo revuelto.
—Buongiorno —saludé.
—Buongiorno.
—?Giulio está en casa?
—Chi è? —Giulio apareció detrás de Dante—. ?Ah, hola, Maya. ?Todo bien?
Asentí nerviosa.
—?Recuerdas lo que comentaste sobre preparar una actuación para el festival de Navidad en el teatro Tasso? —le pregunté animada.
—Sí, claro.
—Pues deberíamos hacer nuestra propia interpretación de Alicia en el país de las maravillas. Hay muchos personajes y participarían todos los ni?os. Podríamos inspirarnos en la coreografía que Wheeldon preparó para el Royal Ballet, es preciosa y muy colorida. ?Qué te parece?
él se tomó un momento para considerar lo que le estaba proponiendo. Empezó a sonreír tanto o más que yo. Movió la cabeza con un gesto afirmativo.
—Me gusta.
Nos quedamos mirándonos y supe que en su mente ya veía lo mismo que yo: el escenario, los trajes, los pasos...